Expuestos en vivo

12: Ritual de lluvia

Dos meses después.

Cecilia Campbell

No era por presumir, pero yo poseía una gran inteligencia, pues me familiaricé completamente con el idioma. Desde ese incidente rojo, habían pasado dos meses de supervivencia emocional y cutánea sin bloqueador solar. Estaba irritada y sensible casi siempre, además de parecer remolino por mis emociones descontroladas, debido a mi insomnio crónico.

Bufé, lo único moderno era mi bolso chanel y un par de cosas que metí por vanidad. Me terminaron de enseñar las costumbres, sin embargo, yo no pertenecía acá, esa razón fue suficiente para no compartir la mayoría de sus creencias. Aún así, me obligaron a ser un modelo para las mujeres de la tribu, ¿por qué? Porque yo era la esposa de Yaván.

Incluso si él aceptó tratarme como igual, la realidad distaba, pues solo se mantenía en la superficie, y el respeto que me tenían todos justamente provenía de ser su cónyuge. Yo ostentaba un mejor estatus que las demás por el único hecho de ser la elegida de la divinidad y haberme casado con el jefe. Podía perder la cabeza por vivir en esta tribu con mentalidad antigua, no obstante, me esforzaba por mantener cuerda.

Yaván me había dicho que desde antes de mi llegada, en sus tierras vastas gobernaban las sequías. Contrario a ello, durante toda mi estadía, había lluvias. Primero lloviznas tímidas, luego aguaceros tan brutales que hasta el barro parecía tener vida propia.

Y entonces, la profecía se cumplió.

O eso dijeron ellos.

<<La esposa del agua ha traído el equilibrio>> —murmuraban las mujeres mientras llenaban cántaros y frotaban semillas entre los dedos.

Yo solo sonreía, incómoda, mientras intentaba entender cómo pasar de ser “la chica que sangró” a “la enviada de los dioses acuáticos”. Me sentí como en una historia medieval, dado que Aris se encargó de formar un pequeño grupo de damas de compañía de mi edad, incluyéndola. También, pedí a ese trío, porque debían pagar por haberme mentido.

Desde el amanecer, Aris me había rodeado de mujeres que hablaban rápido y me entregaban telas, plumas, cestas de flores, y algo que parecía... ¿barro perfumado?

<<¿Qué se supone que haga con todo esto?>>—pregunté, intentando no tropezar con el manto que me habían puesto encima. Mi interrogante iba dirigido a ese hombre que no consideré se iba a involucrar en actividades femeninas.

Yaván me miró con esa expresión suya, entre adoración y mando.

<<Eres la esposa. Los rituales de lluvia nacen de tus manos ahora.>> —dio respuesta.

<<¿Mis manos?>>—repetí, mirando las canastas apiladas. —<<Mis manos apenas saben hacer café sin quemar la olla>> —exclamé.

Mis damas soltaron sonrisas discretas. Era la primera vez que notaba que se mostraban y actuaban con algo de cariño, no con extrañeza, como si realmente les agradara que estuviera aquí. En atención a ello, Aris me tocó el brazo.

<<Debe preparar las ofrendas, nosotras la asistiremos>>—declaró convencida. —<<Nadie más puede dirigir el altar, o la lluvia se detendrá.>> —apostó con determinación. Mi cerebro racional dio un pequeño grito interno. Había organizado un montón de reuniones, fiestas, galas, cenas benéficas, pero ¡nunca rituales de lluvia!

<<¿Y si simplemente el clima cambió por razones atmosféricas normales?>>—balbuceé. —<<¿No? … ¿Nadie aquí estudió geografía?>> —pronuncié incoherencias o palabras nuevas para ellos.

Yaván se inclinó, su voz grave y suave.

<<Gracias, mi señora>> —depositó un beso en mis nudillos, agradeciendo la tarea que me encomendó. Rechiné los dientes.

¡Nadie aquí estaba de mi lado!

***

Supongo que me encomendaban estas cosas, porque confiaban en que lo haría bien, me dije, riéndome. El tambor empezó lento, profundo, como si el suelo mismo respirara. El fuego danzaba en el centro del círculo, proyectando sombras que se estiraban sobre los cuerpos mojados. Las mujeres entonaban el canto antiguo, y el río rugía como si respondiera.

Yo estaba ahí, empapada, con una corona de flores marchitas pegadas a mi cabello y un vestido que alguna vez fue blanco, pero que ahora parecía hecho de lluvia y barro. Estábamos en medio del ritual de la lluvia llevado a cabo en un río que apenas me enteraba que existía. Yaván estaba frente a mí, torso desnudo, con la piel cubierta de pintura azul y símbolos representativos.

<<El cielo espera de nosotros gratitud>> —dijo, avanzando despacio—. <<El agua ha vuelto porque tú la llamaste.>> —se esforzó por formular correctamente oraciones. Su hablar primitivo iba mejorando.

<<Yo no llamé nada>>—murmuré.

El fuego crepitó entre nosotros. Y entonces, una ráfaga de viento nos empapó por completo, como si el cielo hubiera decidido bendecir —o arruinar— el momento. Las gotas cayeron gruesas, frías, pero se sentían… vivas. Aris y las mujeres comenzaron a girar alrededor del fuego, sus voces elevándose hasta que se confundieron con el rugido del agua. Yaván alzó el rostro, cerrando los ojos.



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En el texto hay: matrimonio, boda viral, tribu

Editado: 10.10.2025

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