Cecilia Campbell
Nací de la unión entre un modelo cantautor y una boxeadora retirada, siendo la única muchacha en haber nacido durante generaciones de hombres. Quizás por eso me adoraban y me amaban aún más. Mi pecho se sacudió con violencia mientras mis lágrimas se desbordaban como cascadas. Tenía miedo, lo tuve durante todo mi tiempo aquí, aún así aguanté, porque recordé la promesa eterna con papá:
—”Sea donde sea que vayas, papá siempre te seguirá”—recordé dichas palabras que me recitó a la tierna edad de ocho años, cuyo propósito fue calmarme y ahora como en ese entonces, lo consiguió.
Puse las manos temblorosas en mi pecho sonriendo en cuanto hicimos contacto; mi héroe. Con su polo de turista y el alma de Indiana Jones, saltando del bote como si estuviera filmando Rescate Extremo: edición Amazonas. Vi el rostro tenso de mi progenitor suavizándose. Quise correr a abrazarlo con tanto anhelo, sin embargo, ni mis piernas y tampoco la voz pude movilizar o modular. ¡Noooo, vuelvan! ¡No bajen, esto no es un zoológico, sino un verdadero infierno!, deseé decirles. Por el contrario, papá bajó desesperado y me envolvió en sus brazos delgados. Como reflejo, vi a mamá aparecer delante de nosotros, protegiéndonos como siempre y declarar:
—¡SEÑORES DE LA SELVA, SOMOS GENTE DECENTE, PERO TRAEMOS A UN ABOGADO Y A UN DRON! —gritó poderosa y con respeto.
Desde el principio, rompió con las reglas de la diplomacia. No obstante, que hubiera adoptado una posición de defensa en el boxeo y que sus facciones se endurecieran más, la delataron. Sorbí por la nariz, escuchando a papá decir:
—Ya estás a salvo, mi vida. Ya estás a salvo. —repitió sensible, abrazándome con más fuerza, la suficiente para provocarme asfixia. —¡¿Por qué te fuiste así?! ¡¿Tienes idea de cuán preocupados estábamos?! ¡¿Por qué no…?! —las palabras murieron cuando me revisó visualmente, habiendo evaluado cuán demacrada, mal vestida y cansada estaba. Temblé a más no poder, y él no hizo más que quererme. —Tenemos que regresar a casa, nos esperan, sobre todo tu bisabuelo. —susurró, eso me generó una necesidad urgente de teletransportarme. Iba a agregar algo más, pero mamá lo interrumpió avisando:
—No es momento para esto, estáte atento a mi señal. —lo regañó, dándole una señal a mi hermano mayor, cuyo cuerpo musculoso protegía el bote donde aún permanecía el abogado, ¿mi representante asustado? y demás equipo material.
—<<¡Intrusos!>> —ese rugido que sacudió el viento me regresó a la realidad. Alcé mi rostro del refugio creado por los brazos de papá, entonces lo vi, estaba ahí agitado, despeinado y con toda su tribu respaldándolo, listos para iniciar una guerra por una mera extraña que adulaban como consorte. —<<¡Intrusos, suelten a mi esposa!>> —exigió como condición para no desmembrarnos vivos. Su advertencia caló por mis huesos y busqué protección en mi padre quien leyendo el ambiente, se aferró a mí. —<<Consorte, voy a salvarte>> —anunció como si me hubiesen atrapado en contra de mi voluntad.
Mi madre gruñó en cuanto reconoció sus señas dirigidas hacia mí y aún si no comprendía el idioma, replicó:
—Ella es mi hija, H-I-J-A. —deletreó, señalándonos. —Si no quieren devolverla por las buenas, entonces no me queda más remedio que… —estaba a punto de abandonar la neutralidad hasta que Yaván la cortó y ordenó:
—<<Ataquen y recuperen a la consorte>> —proclamó como grito de batalla. Recién con eso, noté la posición en la que la tribu se colocó con sus lanzas, incluyendo a Aris que desde lejos me animaba a esperar por el rescate. —<<Son intrusos, no tengan piedad con nadie que quiere arrebatar al clan lo que le pertenece>> —y dicho eso, él comandó el primer ataque. Mamá maldijo y avisó:
—¡Suban al bote, ya! ¡Hijo, sácanos de aquí rápido! —aún con la situación, se mantuvo calmada. De forma automática, papá me cargó y emprendió carrera, teniendo a mamá siguiéndonos en la retaguardia.
Los de la tribu comenzaron a aproximarse mientras tiraban sus lanzas, sin embargo, solo reaccioné cuando vi cómo Yaván se le fue encima a mamá, la misma que no se dejó, pero…
—<<¡Ellos no son intrusos!>> —alcé la voz lo más que pude. Imaginar a mi mamá posiblemente herida y a papá lleno de impotencia, me obligó a ser más consciente.
La tribu entera se congeló, igual que mis padres.
—¡La operación para rescatar a mi hermana se cancela! —escuché de fondo decir a mi hermano. Suspiré, pidiendo a papá que me bajara. Asimismo, sentencié:
—<<Ellos son mis padres, mi hermano y… mi abogado junto a mi representante>> —los presenté en el orden que los vi. El cavernícola corpulento se paró cuando me acerqué, ayudando a mamá. —<<No son intrusos, vinieron para llevarme a casa>> —expliqué. —<<La divinidad escuchó mi deseo>> —y con esa oración apenas ineludible para mi supuesto esposo, quemé toda idea de que pudieran lastimarnos. Acto seguido y por primera vez en mi vida, junté mis manos debajo de mi vientre e hice una fuerte reverencia, agradeciendo: —<<Muchas gracias por todo, tengo buenos recuerdos que han reemplazado a los malos, así que sigamos caminos distintos>> —mentí. Les sonreí. Aunque quisiera ir a la choza por mis cosas, había algo más que me motivaba a irme ya. Tras ello, caminé con lentitud hacia mi familia y murmurando les avisé: —¡Corran, carajo! ¡Son lentos para procesar! —y tomando sus manos, los arrastré, no contando con que Aris sería la primera en atarme a ese lugar.