Yaván Ragnar
Nunca comprendí por qué la consorte elegida por la divinidad no estaba a gusto en nuestra comunidad, considerando que este era su hogar. Pensé que se acostumbraría como yo lo hice, por lo que intenté ayudarla como lo hicieron conmigo. Ordené que la cuidaran, tratándola como una reina. También, hice que aprendiera nuestras costumbres. Sin embargo, jamás estuvo contenta, más bien parecía resentir a su pueblo, a mí y a nuestro Dios. ¿Por qué? Ahora los intrusos que ella presentó como familia querían llevársela.
Cuando se efectuaba el matrimonio, la mujer así como ocurrió con mi madre, se convertía automáticamente en familia de mi padre. Ella lo aceptó, vivió como una gran consorte admirada y en ningún momento tuvo el mismo comportamiento de mi esposa. ¿Qué las diferenciaba? ¿Que no provenían del mismo lugar? Aún así, no podía permitir que se la llevaran, de lo contrario, fallaría en mi misión prometida, por lo que no dudé en revelar ese hecho íntimo que para esos extranjeros fue un ¿detonante? No solté el bote, solo traté de entender lo que comenzaron a exclamar:
—¿Noche de bodas? —repitió la única dama, excluyendo a mi esposa.
Me sorprendió su fuerza, y a la vez su tono calmado que hizo temblar a su familia. Le entregué mi respeto en silencio, pues esa era una habilidad no muy común. Yo asentí, manteniéndome tranquilo, porque era lo natural. El señor que parecía ser padre suyo murmuraba incoherencias ineludibles para mí y el otro hombre más joven estaba sosteniendo un cuadro extraño, enfocándonos. ¿Acaso eran los mismos objetos con los que usaba Cecil?
—Cecilia… —entonó la señora, fijando sus ojos en mí. ¿Buscaba pelea? Inflé mi pecho. —¿Qué quiso decir exactamente este… señor? —se dirigió a su hija. Sonreí orgulloso, que desviara la mirada significaba: ¡Yo ganar!
Por más que quisiera comprender, sus palabras me sonaban raras. Entonces, vi a mi esposa, la misma mujer extraña con la que comparto choza, negar con las manos:
—Nada. Nada importante. —se puso nerviosa, intercalando entre mirarme a mí y a ella. —Solo un malentendido… lingüístico. —defendió. Lo pensé un minuto. ¿Qué ser malentendido lingüístico?
—¿Lingüístico? —dijo la señora. Yo negué con la cabeza para que la señora supiera que yo tampoco sabía el significado de esa palabra. Cecilia se apresuró a explicar:
—Sí, en su idioma “noche de bodas” podría significar… eh… compartir fogata. O contar estrellas. —movió mucho las manos. Yo incliné la cabeza hacia un lado. ¿Por qué verse nerviosa?
Ambas mujeres permanecieron en silencio, será que ¿también estaban compitiendo mirándose? De repente, un hombre que recogió un maletín, alzó su mano:
—Eh, disculpen, señora Campbell, pero… —carraspeó. —Según mis observaciones etnográficas, “noche de bodas” significa exactamente lo que usted imagina. —señaló. Reconocí la palabra que pronuncié y aplaudí.
—Perfecto —respondió la señora, bajando la mirada—. Entonces no necesito traductor. —exclamó. Asimismo, su puño voló antes que alguien pudiera detenerla en mi dirección. No me supuso mucho esfuerzo esquivarla. Me sorprendí, ¿así saludaban extranjeros?
—<<¡Yo también! ¡Yo querer saludar así!>> —me emocioné mucho, queriendo imitar su curioso saludo. Sin embargo, Cecilia me ordenó:
—<<¡Ni se te ocurra! ¡Así no se saluda!>> —chilló frustrada. Gruñí.
A los lejos, escuché a mi tribu exclamar ofendida por el supuesto ataque. Estaban a punto de meterse al agua también, pero los detuve dictando:
—<<Es saludo de extranjeros>> —los calmé.
—<<¡Que no!>> —gritó al mismo tiempo que su padre se horrorizaba:
—¡Nos van a matar a todos!
En consecuencia, todos empezaron a perder los estribos. La dama se le iba encima a mi esposa y los hombres se turnaban para desmayarse. ¡Ah! ¡Eso era! Al ser extranjeros, eran igual de débiles que Cecil. Si seguían así, posiblemente caerían en cama como pasó con ella. ¡Debía ser bueno con ellos! Me di la vuelta, agarré el bote y los atraje hacia la orilla. En algún momento, dejé de escuchar cómo peleaban. Cuando saqué el bote, vi sus expresiones, lucían exactamente idénticas a mis presas, pero ¿por qué?
—<<Preparad banquete y espectáculo para recibir a extranjeros, ser sangre de consorte>> —dictaminé con firmeza. Los hombres agacharon la cabeza, captando mensaje mío. Asimismo, llamé a Aris. —<<Atender a ellos, llevar a sala ceremonial>> —la dama de compañía asintió, entonces me retiré primero, soltando: —<<Cazar una presa digna de ustedes>> —y a pesar de las condiciones del clima o cualquier cosa, sonreí expectante por agradar a padres de la consorte.
No podía permitir que mi esposa se fuera, eso sería deshonroso para ambos.
***
Aris recomendó que cambiara mi atuendo, pero no quería hacerlos esperar. La anciana de la tribu, misma que me educó me dijo eso: “Siempre debes mostrar respeto, solo debes ser irrespetuoso cuando se meten con tus pertenencias” Aún si intentaban llevarse a mi esposa, mostraría mi respeto primero y luego atacaría. Por eso, quitándome el abrigo que estaba manchado con sangre, caminé al salón ceremonial. Al detenerme, percibí gran ventisca de aire. ¡Los extranjeros poder morir por frío!