Expuestos en vivo

15: Sí, esposa

Tres días después.

Yaván Ragnar

No entendía por qué los intrusos querían separarme de ella, cuestión que ni los dioses se atrevieron. Desde que recibimos el oráculo de la divinidad y la encontré, todo en el cielo cambió. Llovió después de mucho tiempo cuando creía que mi tribu se extinguiría, las cosechas brotaron como si nunca hubiera existido sequía e inclusive los niños dejaron de contraer enfermedades. Era la señal más clara de que Cecil Ragnar era una bendición, no castigo.

Desde que mencionaron la palabra ciudad y mi esposa me explicó más o menos el término, me rehusé. Esa fue la falta de respeto que me animó mucho a expulsarlos de mi tribu, sin embargo, mi cónyuge no deseaba eso. Por esa razón, me tuve que aguantar. ¡Nadie la trataba mejor que yo! Los extranjeros se movían por la orilla como buitres vestidos de telas raras, hablando rápido, con cajas brillantes que hacían ruidos y luces.

Yo no confiaba en ninguno. Ni siquiera en el hombre pequeño con maletín, que repetía:

—Esto será un proceso legal.

No sabía qué significaba “proceso”, pero sonaba a maldición.

Como rutina diaria, mi consorte se acercó con pasos firmes y seguros pese a la expresión contraída de su rostro. Tenía la mirada roja, la nariz húmeda, el cuerpo tembloroso. El viento traía su aroma natural, y me atravesó el pecho como lanza.

<<Yaván…>> —susurró.

Yo no la dejé continuar.

<<No ir.>> —dije firme.

Su rostro se contrajo aún más entre frustración y tristeza.

<<Tienes que...>> —insistió.

<<No. Divinidad te eligió.>> —recalqué obtuso, siendo incapaz de ir contra mis creencias.

<<La divinidad no te pidió secuestrarme, cavernícola idiota>> —perdió los estribos, gritó como siempre y se fue gruñendo. Ella casi se arranca el cabello. Yo solo asentí con orgullo: había resistido a su encanto.

Nada que implicara alejarme de mi pueblo, significaba algo bueno. Yo era el jefe, la responsabilidad de cuidar de todos recaía en mí, y mi consorte debía apoyarme correctamente, ser mi impulsora, no alentarme a abandonar mis tareas.

Creí que no sería malo que los extranjeros raros se quedaran por unos días para que vieran que mi consorte vivía bien. No obstante, el problema surgió cuando los días pasaron, y su familia no se iba. Dijeron que necesitaban tiempo para conversar. Así que ahí estaban: instalados en chozas improvisadas, intentando vivir como nativos.

El padre gritaba cada vez que veía una rana, la madre amenazaba a los monos, y el hermano no paraba de decir “¿hay Wi-Fi aquí?”. Nadie sabía qué era “guifai”, pero todos sospechábamos que era algún tipo de demonio. Por su parte, Cecil trataba de convencerme cada día, pero yo no cedía. Decía que en su mundo había máquinas que volaban, luces sin fuego y comida sin cazar. Yo respondía que eso sonaba a magia peligrosa. Dejé de recordar todo cuando mis oídos se agudizaron al escuchar alaridos, pensé que eran animales que se acercaban. Contrario a mi creencia, me di cuenta que estaba a punto de bañarme en el río junto a los hombres de la familia de Cecil, no era la primera vez, pero…

Los había visto cargando toallas, baldes y un jabón que olía a flores tristes. Decidí acompañarlos como el primer día por temor a que algo los cazara. Al llegar al río, el padre de Cecil, cuyos cabellos eran dorados como el de los dioses, metió un pie en el agua y gritó como si lo atacara una piraña:

—¡DIOS MÍO, ESTÁ HELADA!

Su hijo saltaba de piedra en piedra, esquivando mosquitos como si estuviera en una danza tribal equivocada.

—¡ME PICAN! ¡ME PICAN!

—¡NO TE RASQUES! —le gritó el padre.

—¡PERO QUEMA!

—¡ENTONCES AGUANTA, COMO UN HOMBRE!

—¡PERO PAPÁ, TÚ ESTÁS GRITANDO!

—¡ESO ES DIFERENTE!

Armaron un verdadero espectáculo, les aplaudí al ritmo, considerando que posiblemente se trataba de una danza ancestral. Yo, en silencio, me metí al agua sin pestañear, debía ser más fuerte. Los vi temblar como hojas secas. Uno dijo algo sobre hipotermia. No sé quién era ese Hipo, pero parecía muy temido. Pronto, el padre de Cecil intentó usar algo llamado jabón, pero lo perdió corriente abajo. Se lanzó tras él, gritando:

—¡ERA DE MENTA, ERA DE MENTA!

Mientras tanto, el hijo trataba de secarse con una camiseta y terminó más mojado.

Yo los observaba con respeto… y algo de compasión.

Ellos eran débiles, sí.

***

Desde que la familia de Cecil se instaló cerca de mi lecho conyugal, ella no había venido a dormir pese a que era su obligación. Aún así, tuve paciencia como aconsejó la anciana quien no se veía perturbada. Tenía poderes chamánicos, por lo que quizás había visto lo que sucedería consultando con los dioses. Por eso, me sorprendió cuando mi esposa entró a nuestra casa, llegando con algo en las manos; un papel doblado, que olía a perfume.



#426 en Novela romántica
#172 en Chick lit
#107 en Otros
#60 en Humor

En el texto hay: matrimonio, boda viral, tribu

Editado: 10.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.