Yaván Ragnar
El padre de mi esposa roncaba tan fuerte que pensé que algún espíritu lo estaba ahogando. Intenté taparme los oídos, pero ni los tambores de mi tribu habían hecho tanto ruido. Yo ya estaba despierto cuando escuché pasos ligeros y un golpe suave. Antes de ir a eso llamado aeropuerto, mi esposa apareció ni bien amaneció.
—<<Yaván, ¿estás despierto? >>—cuestionó. Era la voz de Cecil, misma quien hizo magia para meterse a esa habitación. Entonces, vi que cargaba una pila de telas coloridas en los brazos.
—<<Te traje ropa limpia, debí hacerlo ayer, pero te concedí un periodo de gracia>>—señaló mi atuendo lujoso de jefe. —<<No puedes ir al aeropuerto oliendo a…>> —me miró, arrugando la nariz— <<…¿madera húmeda?>> —dudó.
—<<Olor de hombre fuerte>>—le corregí, con orgullo.
—<<Es olor de ciénaga>>—replicó renuente. Asimismo, se acercó para medirme las prendas como lo hacían las siervas en la tribu. Observé la ropa. Tenía botones por todas partes. Una trampa mortal.
—<<¿Qué ser esto?>> —pregunté intrigado, levantando el trozo de tela como si fuera una serpiente venenosa cuando ella supuestamente escogió mi outfit.
—<<Es una camisa de diseñador>> —se encogió de hombros, como si fuese algo obvio. —<<La gente la usa para verse decente>> —justificó.
—<<Yo ser decente, consorte>> —me defendí, señalando mi pecho desnudo. —<<Mi madre decir que el aire tocar la piel para que espíritu respire>> —defendí mis creencias.
Cecil suspiró y me tomó del brazo, ignorando mi argumento. Pronto, anunció:
—<<Tu espíritu podrá respirar después del baño>> —cogió mi brazo como algo natural. —<<Vamos, no te hagas el difícil>> —me arrastró a una pequeña cueva llena de luces, espejos y un demonio plateado que escupía agua.
—<<¿Dónde estar río?>> —consulté confundido. No comprendía por qué para bañarme, estábamos acá.
—<<No hay río, Yaván. Esto es una ducha>> —explicó con paciencia, entonces abrió la llave, y el agua cayó con fuerza.
Salté atrás, alarmado.
—<<¡Está lloviendo dentro de la casa!>>
Cecil se atragantó.
—<<No. Mira>> —puso la mano bajo el chorro—<<Es agua caliente>> —añadió, dibujando una bonita sonrisa que me calló. Durante un breve momento, ella ya estaba subiendo la temperatura del agua con una ruedita mágica. —<<Ven, entra>>—ordenó, ayudándome a quitar mis prendas, salvo lo que me cubría la cintura.
Era la primera vez que mi pequeña esposa me asistía al bañarme, por lo que no evité emocionarme. ¿Nuestra relación profundizar tan rápido? Entré con cuidado, todavía dudando. Cuando el agua me tocó, fue como si un abrazo me recorriera entero aunque no se sintió mejor como el contacto con Cecil.
—<<Ah… esto… no estar mal>> —admití con bastante honestidad, dándome la vuelta.
Ahí la encontré. Esperaba que se bañara conmigo. Sin embargo, se limitó a atenderme.
—<<¿Ves?>>—se enorgulleció con arrogancia. —<<Si te portas bien, te enseño a usar el champú>> —alardeó de sus conocimientos. Quizás… quizás era momento de aprender de sus costumbres.
—<<¿Champú?>> —repetí, y ella levantó una botella.
—<<Sí, esto. Sirve para limpiar el cabello>> —se aferró a ese envase.
—<<Mi madre usaba barro y miel>> —confesé lo poco que aprendí y recordé de mi progenitora.
—<<Pues tu madre no iba a volar en avión>>—soltó entre risas.
Asimismo, vertió el líquido en su mano y me lo restregaba en la cabeza, haciendo burbujas después de pedirme que me agachara. Me quedé quieto, intrigado, mirando cómo caían.
—<<Estoy perdiendo mi color. Me estás disolviendo>> —me preocupé, notando cómo cambiaba el agua. Cecil soltó una carcajada tan fuerte que despertó a su padre quien se asomó, murmurando:
—¿Qué están haciendo tan temprano?
—Educación cultural —respondió ella con naturalidad.
Cuando salí del baño, el vapor me envolvía como una nube. Pronto, Cecil me arropó con una gran manta, me mantuvo ahí, dándome la ropa. Además, se volteó esperando que me cambiara. Tuve que adivinar cómo ponerme cada pieza rara, incluyendo esa cosa incómoda ahí. Al verme, sonrió satisfecha y aplaudió como niña.
—<<¡Hasta pareces modelo!>> —exclamó contenta mientras me abrochaba los botones que yo ya había intentado arrancar dos veces.
Refunfuñé.
—<<Odiar>> —expresé mi sentir. Sin embargo, mi mal humor duró muy poco en cuanto me guiñó un ojo, cuyo gesto me enrojeció. A su vez, pidió: