Cecilia Campbell
Todo fue demasiado. El avión, la prensa disfrazada, los flashes, el traductor repitiendo palabras que Yaván no entendía… y yo, intentando fingir que tenía el control mientras mi cerebro colapsaba como red WiFi en hora punta. Ya todos se habían enterado que regresé. Para cuando llegamos a la mansión, Yaván miraba todo como si se tratara de una cueva encantada: lámparas colgantes, pisos brillantes, puertas que se abrían solas.
Temblé. Era consciente que a nadie le alegraría la mochila edición amazónica con la que vine. Sin embargo, no esperaba que el bisabuelo, quien supuestamente estaba delicado de salud, se levantaría y le dispararía, o mejor dicho, lo rozó. Me alegró tanto ver al bisabuelo. Aún así, ver a Yaván tirado en el césped me conmocionó.
El abogado gritaba ¡demanda!, mamá gritaba defensa propia, el mayordomo gritaba ¡la alfombra persa, nooo!, y yo solo pensaba ¿por qué mi familia no puede tener una reacción normal una sola vez? Por un instante me arrepentí de haberlo traído, si hubiera sabido que las cosas acabarían así, entonces yo… yo, mis ojos se llenaron de lágrimas. Era un tonto selvático que me secuestró, pero…
Por reflejo, corrí a socorrerlo, no imaginando que al tocarlo vería sangre. Mis ojos se desorbitaron y sudé. Yaván estaba tirado boca arriba en el césped, mirando el cielo como si evaluara si había sido admitido al paraíso. Me lancé a su lado, con las manos temblorosas, buscándole la herida.
—¡Ay, no, no, no, por favor! —balbuceé nerviosa mientras lo revisaba. —¡Ni siquiera tenemos seguro médico compatible con tribus amazónicas! —me puse a decir tonterías mientras a mis alrededores se orquestaba un desastre. Estaba a nada de imaginar el fin del mundo hasta que Yaván resucitó. El ruido se esfumó cuando todos lo vimos limpiarse el puño ensangrentado de… la sangre de alguien más. Entonces, sonrió pidiendo:
—<<¡Querer uno también!>> —y eso fue suficiente para hacernos colapsar.
Tras ese incidente, el médico de la familia lo trató mientras permanecía a su lado en una instancia apartada, en tanto mi bisabuelo y abuelo hablaban con todos por turnos. Ahora, estábamos esperando en la sala de recepción, matando el tiempo. Le estaba enseñando a Yaván sobre nuestra jerarquía, educándolo con nuestro álbum de fotos, uno sumamente viejito y desactualizado para esta era, pero que el bisabuelo atesoraba:
—<<Este hombre que te disparó es Isacc Campbell, se casó con Francesca Clayton, ambos son mis bisabuelos>> —señalé sus versiones más jóvenes en una foto donde se veía a una mujer rubia y a su marido pelinegro, omitiendo algunos detalles, como por ejemplo que nuestra familia era bastante prestigiosa y de buena reputación, porque mi bisabuelo se casó con la hermanita de su cuñado; dueño de un conglomerado. Yaván asintió. Entonces, proseguí: —<<Tuvieron un hijo llamado Asher Campbell, quien se casó con Anlice Wallace, ellos son mis abuelos>> —seguí el orden cronológico, omitiendo que mi preciosa abuela provenía de la realeza de otro país, por lo que por mis venas corría la sangre de esa princesa. —<<Ellos tuvieron un hijo llamado Ashton Campbell, quien contrajo matrimonio con Adele Clarke, son mis padres>> —finalicé nuestro árbol genealógico cuando lo cierto era que éramos una rama colateral de la principal: Familia Clayton. —<<Ambos tuvieron tres hijos, Archer, Niels y yo>> —presioné la cara de mi hermano mayor quien comenzó la pelea, solamente porque quería.
Gruñí de rabia. Por mucho tiempo, el bisabuelo y abuelo se encargaron de manejar todas las riquezas de nuestra casa con apoyo de sus esposas. Sin embargo, eso se frustró con la generación de mi papá, pues a él le gustaban más otros campos independientes de la administración o negocios.
No es mentira decir que somos un grupito de rebeldes, ya que nos dedicamos a la música, redes sociales, modelaje, publicidad, y así, por lo que fue un gran alivio cuando Archer mostró interés aunque también un dolor de cabeza. Esto porque por décadas, los cabezas de familia se han enfermado, mi hermano mayor no fue una excepción, hace poco que venció el cáncer y estaba orgulloso de su melena rubia.
Observé a Yaván admirando las fotos de mi enorme familia, cuyas reuniones parecían llenar un auditorio. Sonreí mientras estaba en cuclillas. Había extrañado tanto mis comodidades, que ahora que las tenía, me sentía tan agusto, pero… la puerta de la recepción se abrió, apareciendo Archer con algodones en la nariz, quien anunció en lugar de un empleado:
—Les toca. —se limitó a decir y se fue. Resoplé, a sabiendas que a su manera estaba preocupado, ya que susurró antes de cerrar la puerta: —Ya los he calmado. —y se largó, menospreciando con la mirada al hombre corpulento que se entretenía con los juguetes de los hijos de mis primos.
Tomé fuerza y me levanté, avisándole a Yaván cuando lo tomé de la mano, caminando.
—<<Antes de que hagas algo, me debes avisar>> —ordené firme, siendo la única medida de seguridad que nos aseguraría la vida.
El hombre asintió, admirando cada rincón de la mansión, entonces, ingresé a la oficina con mi esposo, notando lo evidente. Puse mala cara. Allí estaban los tres: el bisabuelo, sentado tras el escritorio como si reinara un imperio; el abuelo, a su izquierda, intentando parecer sereno; y Archer, a la derecha, cruzado de brazos, como si liderara la inquisición de los Campbell. Parecían los tres Spiderman del multiverso, pero sin el sentido del humor.