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20: Registro matrimonial

Una semana después.

Cecilia Campbell

El trámite de los impuestos y contratos duró más de lo contemplado, por lo que aún nos quedábamos en la mansión del bisabuelo hasta esa mañana que Archer nos informó que por fin se nos asignó una propiedad en la misma villa. Había interpretado que si Yaván se mudaba, entonces yo también. Sin embargo…

—Le romperá el corazón al bisabuelo que te vayas, ¿por qué lo haces pasar por el mismo martirio por segunda vez? —cuestionó mi hermano, mismo quien observaba a través del ventanal cómo las mujeres de nuestra familia, a excepción de mi madre, se reían y disfrutaban pasar tiempo con mi esposo. —Cecilia. —entonó con firmeza, por lo que me apuré a terminar de empacar. Aún si no me agradaba este matrimonio, yo…

—Es mi esposo, donde él esté, yo debo acompañarlo. —reconocí con seguridad. El rubio bufó. No lo hacía por lealtad, sino porque temía que si no vigilaba, pudiera ocasionar algún problema. —No puedo abandonarlo, Archer. —reflexioné bajo sus persuasivos ojos verdes. —A su manera me cuidó en su tribu, así que yo debo ser una buena anfitriona el tiempo que esté aquí. —concluí serena, aferrándome a esa excusa.

Mi hermano mayor suspiró, siendo incapaz de comprenderme. No obstante, no me insistió. Al contrario, me ayudó como pudo, entregándome un sobre que me pidió abrirlo en mi nueva residencia. Tal como dijo, mi despedida les dolió aunque lo más hilarante era subirse a la camioneta, verlos llorar desconsolados mientras nos íbamos y bajar tras unas meras cuadras, siendo testigo de cómo aún sollozaban cuando la distancia era tan mínima que me avergonzaba tanto drama.

Ahora, yo era la señora de mi propia casa. Dejé mi pasado atrás, vendiendo absolutamente todo lo que me unía a ese infiel. La residencia estaba en una de las zonas más exclusivas, con jardines que parecían pequeños bosques y una entrada tan amplia que podían estacionarse cinco autos sin tocarse los espejos. Mientras los empleados recién traídos de la casa principal acomodaban nuestros equipajes y el eco de la casa vacía hacía que cada palabra rebotara, Yaván recorría el lugar con ojos asombrados, tocando cada detalle como si intentara entender qué clase de selva era esa: una hecha de mármol, metal y cristales.

<<Aquí dormiremos>>—le señalé el dormitorio principal, mismo que tenía un ventanal con vista al bosque y un vestidor más grande que su choza comunitaria. En un inicio, contemplé la idea de habitaciones separadas, sin embargo, los chismes a veces provenían de las acciones más inútiles.

Él miró la cama con cierto recelo, como si dudara que eso fuera un sitio para descansar. Aún así, no me discutió. Durante el resto del día, revisé mi lista de contactos y empecé a organizar la vida académica del recién llegado. Había decidido contratar tutores particulares: uno de modales y etiqueta, otro de cultura general, uno de política y sociedad, y, por supuesto, un lingüista que lo ayudara con el español formal. Tras un breve recorrido, con ayuda del mayordomo de confianza de mi abuelo, nos presentamos con la servidumbre e hicimos otros actos de presencia necesarios hasta que por la tarde nos enfrascamos en el jardín.

Yabrán estaba jugando con la fuente de mármol, revoloteando como mariposa al mismo tiempo que yo me quemaba las neuronas. Yo estaba feliz. Por fin tendría closets, agua caliente y Wi-Fi estable.

<<¿Vive más gente aquí?>> —preguntó curioso, acercándose con naturalidad hasta enredar sus brazos en mi cuello, inclinando su rostro para ver mi tablet.

<<Hmm… En la casa principal, solo nosotros, ya que los empleados tienen su propio anexo>> —respondí aún concentrada. El hombre apoyó su mentón en mi cabeza. ¿Por qué hacía eso en lugar de sentarse a mi lado?

<<Entonces… ¿por qué hay tantas puertas?>> —añadió.

<<Decoración>>—di como respuesta, sin ganas de explicarle que esas múltiples puertas conducían a diversos lugares como los baños, habitaciones de huéspedes, gimnasio, a una despensa que él ya había declarado templo de los alimentos eternos, y demás. Así volvió a quedarse quieto hasta que recordé el sobre que mi hermano me dio. Mandé a alguien a que me lo trajera y cuando leí su contenido, hice que Yaván tomara asiento conmigo. —<<Necesito que pongas tu firma en esto>> —comuniqué, tomándolo de la mano.

Él inclinó la cabeza hacia un lado confundido.

<<¿Por qué?>> —quiso saber.

Lo pensé.

<<Es un registro matrimonial>> —expliqué, aprovechándome en gran medida de su ingenuidad e ignorancia. —<<Así como celebramos nuestro matrimonio según tus costumbres, aquí para ser esposos necesitamos inscribirlo>> —detallé, sonriendo por dentro, porque ahora él se casaba sin comprender o leer los términos.

A él le hizo mucha ilusión el término matrimonio. Se le sonrojó el rostro y hasta se apuró a que le enseñara:

<<¿Cómo firmar?>> —se impacientó. Oh, cierto.

<<Con esto, basta>> —lo instruí para que presionara su dedo en una tinta roja y la estampara en el documento, sellando nuestra unión. Él admiró el papel, como si fuera algo significativo. Entonces, esa mezcla de gestos tan bonitos penetró mi consciencia.



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En el texto hay: matrimonio, boda viral, tribu

Editado: 01.11.2025

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