Expuestos en vivo

22: Sabueso

Décadas antes.

El actual jefe de la tribu había heredado el puesto tras el fallecimiento de su antecesor, producto de las sequías y hambrunas que azotaban su comunidad. Incluso si pidieron cooperación, muchos se negaban por temor a que el castigo de la divinidad se extendiera a sus territorios. Sin embargo, la situación mejoró cuando la esposa del jefe, de cabellos llamativos y apariencia preciosa fue considerada como consorte sagrada. Muchas cosas cambiaron hasta que una fatídica noche, dio a luz a gemelos durante un clima que aclamaba la desgracia por lo enfurecido que estaba el cielo.

La consorte sagrada temblaba mientras aún procesaba cómo la divinidad le quitó su bendición. De reojo, observó cómo su marido apretaba los puños analizando a los recién nacidos al mismo tiempo que la más anciana recitaba:

—Debe decidir, jefe. —le delegó la responsabilidad a un hombre que no encontraba paz ni siquiera en el nacimiento de sus descendientes. El corpulento aludido desvió la mirada, ordenando:

—Hoy, ha nacido Nahuel Ragnar, mi único heredero, los cielos le dan la bienvenida. —reconoció al pequeño de cabellos intensos como los de su madre. Y a su vivo retrato, lo negó. La consorte sagrada permaneció muda, a sabiendas de lo que significaba ese anuncio. —Y él… —tomó en brazos al mayor de los gemelos, obligándose a romper el vínculo con el otro. —Será criado como su sabueso. —y tras esa sentencia definitiva, los destinos de ambos niños quedó sellado.

Durante más de veinte años, al segundo gemelo lo criaron en cautiverio, como un perro, que no llevaba la sangre directa de la tribu. No le enseñaron modales, sentido común o sentimientos como gobernante o miembro de la comunidad. Aún así… aún así, esa mañana que le hacían los reportes al jefe, le dijeron:

Él era el más noble y leal a la comunidad.

—Muestra una fuerza descomunal, además de un instinto e inteligencia superior al de Nahuel. —quien dio el reporte, dudó en añadir lo último. La anciana junto a la consorte sagrada sintieron remordimiento al mismo tiempo que el jefe maldecía.

—Es típico de un sabueso. —se excusó antes de toser, pues la situación que superaron, se estaba agravando como un… castigo más severo de la divinidad, misma que ya no transmitía milagros ni escuchaba las peticiones de la consorte, eso la puso más paranoica y nerviosa por temor a perder su posición. —¿Y Nahuel? —preguntó por su heredero.

La sala entera permaneció en silencio. Se rumoreaba que los gemelos representaban la tragedia y caos por naturaleza, pues uno contenía la maldad, razón por la que debía ser exterminado. No obstante, él no fue capaz de matar a su propio hijo y lo desterró creyendo que al parecerse mucho, traería mal presagio a su tribu, equivocándose porque eligió mal.

Nahuel Ragnar no era más que un tirano que en la adolescencia se descarrió, dado que le quitaron a su mitad que lo detendría. Trataba a todos peor que animales, incluyendo al gemelo suyo con quien le gustaba jugar al perro y al cazador. Esa tarde, el jefe se apareció por ese inexplorado lugar, mirando a sus hijos.

Uno reía burlesco, vistiendo lo más lujoso, estando limpio y nutrido en cambio el otro… nunca aprendió a caminar como un ser humano normal, se arrastraba en cuatro patas, lucía sucio, mugroso, piojoso, con el cabello maltratado, las uñas ensangrentadas y la ropa destrozada.

La consorte sagrada se acercó con sigilo, posicionándose a su lado, entonces entonó:

—Hay una enfermedad que está matando a los aldeanos de las otras comunidades vecinas. —informó como súbita más que como esposa. Esa relación nunca existió, solo intereses en común. —No te arrepientas de decisiones que no cambiarán nada. —lo incitó a que regresara a su actitud estoica. Su marido asintió y se dio la vuelta, ignorando cómo debía corregir las injusticias. No le permitió a su hijo menor completar la ceremonia que todo hombre debía hacer, al menos no en vida.

Aún con los ruegos de la consorte sagrada, los rituales de la comunidad y los esfuerzos del jefe para defenderse de invasiones territoriales, la enfermedad azotó con fuerza, cobrando innumerables vidas desde niños hasta ancianos. Pronto, se llevó a la consorte, siendo la primera muestra de que la bendición de la divinidad los abandonó. Con posterioridad, cayó el mismísimo jefe quien en su lecho de muerte le pidió a su descendiente:

—Por favor, regresa todo al lugar que corresponde originalmente. —le pidió con apenas un hilo de voz, en tanto Nahuel le dedicaba una mirada afilada. —Incorpora… a tu hermano donde… —y antes que pudiera decir algo, Nahuel decidió darle su propio final. En poco tiempo, fue nombrado como nuevo jefe.

Sin embargo, el cielo furioso mandó una enfermedad mucho más cruel. En consecuencia, Nahuel buscó una consorte sagrada, misma selección a la que ningún alto rango de la tribu quiso mandar a su hija, considerando la lista de agravios que cometió con muchas muchachitas y niñas. Con el odio de su propia comunidad, la divinidad abandonándolo y con un comportamiento impotente, Nahuel se volvió más tiránico, asesinando por placer, abusando de su poder y dañando a mujeres hasta que la enfermedad de la que se jactaba ser inmune, lo tumbó.

—Jamás… jamás permitas que ese perro sea jefe. —le exigía un juramento de lealtad entre delirios a la más anciana de la tribu. Incluso hasta sus últimos suspiros, Nahuel no se arrepintió ni tuvo remordimiento: —Un perro no cambiará nada, no será mejor que yo. —se resintió hasta que tosió y se quejó de dolor durante una semana antes de fallecer.



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En el texto hay: matrimonio, boda viral, tribu

Editado: 01.11.2025

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