Un mes después.
Cecilia Campbell
¿En qué me diferenciaba de esas personas? Esas que lo acogieron por conveniencia y lo utilizaban para no perder su horizonte. Es decir, yo aún no lo utilizaba. El remordimiento provocó que perdiera el sueño, preguntándome ¿desde cuándo mi insomnio desapareció? Sufría tanto de eso que compraba frascos de pastillas por toneladas, pero ahora apenas me acababa. Me giré en la cama, analizando mi situación.
¿Acaso él tenía algún tipo de influencia? ¿Desde cuándo? Estiré mi mano para acariciar sus cabellos castaños. Nunca compartí mi colchón exclusivo con otra persona, ni siquiera con mi ex, entonces ¿por qué parecía natural dormir con él? Ya estaba acostumbrada a despertarme con sobresaltos. A veces era porque Yaván creía escuchar al río enojado. Otras, porque se levantaba a rezar al microondas, convencido de que ese aparato contenía fuego divino. Pero esa mañana fue distinta: se sentó de golpe en la cama, con la mirada perdida y el pecho inflado como si fuera a convocar una tormenta.
—<<Mi gente poder estar hambrienta, Cecil>> —mencionó a su comunidad como de costumbre. Y eso me molestó un poquito. ¿Siempre sería así? Ellos primero y yo segundo o hasta tercero.
—<<Ajá>>—murmuré, acomodándome en el respaldar de la cama. Sin embargo, me di cuenta de cuán diferentes somos. —<<¿Y tu gente te lo dijo por WhatsApp o por tambor telepático?>> —solté un comentario entre broma y burla.
Me fulminó con la mirada.
—<<Sentir aquí>> —golpeó su pecho.
Suspiré. Pero al verlo tan angustiado, me rendí. No podía decirle que estaba exagerando cuando realmente se le notaba la preocupación. Así que tomé mi celular, que para él seguía siendo una caja infernal, y le dije:
—<<Vamos a hacer una videollamada>> —informé en un ruego porque la señal llegase.
Silencio.
—<<¿Eso es ritual?>>
—<<Sí, un ritual moderno, con Wi-Fi y buena resolución>> —reí.
Cuando encendí la cámara, retrocedió como si hubiera visto un demonio.
—<<¡No invocar espíritus del metal otra vez!>>
—<<No son espíritus, son datos móviles>> —corregí.
Toqué algunos botones y apareció Niel, mi hermano del medio, sufriendo mientras estaba colgando desde lo alto de un árbol. El pobre casi pierde el equilibrio cuando vio a Yaván lanzarse sobre el teléfono. Archer había dicho que aún estaba costando mantener contacto en un sitio donde la señal escasea, no obstante, Niel era ingeniero e inventor, por lo que se las ingenió. Vi su rostro pálido cambiar.
—¡Hermana, vengan por mí! —chilló como consentido. —¡Aquí no existe la civilización en lo absoluto! Ya me ha dado más de tres alergias, intoxicaciones y mal de ojo. —se quejó, presentando su pliego de reclamos. Bufé. —¡He tenido que subirme aquí para agarrar señal! —justificó por qué colgaba como un coco.
Yaván lo ignoró y consultó:
—<<No entiendo>> —tuvo curiosidad. —<<Veo su alma, pero no su cuerpo>>
—<<Eso es internet>> —le recordé, remarcando lo que aprendió en sus tutorías. Niel apenas podía hablar cuando Yaván intentó oler el celular, que proyectó toda la imagen apreciable desde la cámara. —<<Estoy buscando si cocinan pescado>>
Yo solo me tapé la cara. Pero la sonrisa de Yaván se iluminó al ver que su tribu estaba bien. Los niños correteaban, los cultivos crecían, y Niel sobrevivía junto a unos veteranos retirados del ejército que mi familia mandó para custodiar la tribu. Asimismo, cuando mencionó que ahora tenían paneles solares y algo de señal de red, el rostro de Yaván fue una mezcla de horror y gratitud.
—<<¿Hiciste magia en mi selva?>>
—Lo llamamos donación tecnológica. —se lo traduje, porque aún estaba en un nivel básico, casi intermedio.
—<<¿Y si el bosque se enoja?>>
—Entonces que me mande un email. —concluyó.
Silencio. Él no supo si era broma, pero me abrazó igual. Y así, con su enorme cuerpo envuelto en las ropas más finas del pijama, me abrazó tan fuerte que sentí el corazón desacomodarse un poco. La pantalla quedó mostrando a su gente riendo, mientras yo pensaba que, por más lejos que estuviéramos, ese amor suyo por la tribu era… contagioso.
—Te prometo que pronto volverás con ellos.
***
Tras recibir el informe diario de los tutores sobre el progreso de mi marido, el mayordomo me comentó de las invitaciones en mi correo electrónico, mismo que estaba repleto de eventos sociales e incluso ofertas de marketing. Una sobrina del bisabuelo fue considerada la flor más bella de la sociedad hasta que se mudó al extranjero donde también predominó en dichos círculos. No tardé en revisar y seleccionar los mejores eventos. No obstante, la misma inquietud de la mañana me hizo detenerme antes de confirmar nuestra asistencia.
Mantenía este matrimonio, porque quería darle un uso destinado a limpiar mi imagen personal, contar mi propia verdad y quitarme los cachos, con el fin de divorciarme cuando consiguiera todas mis metas. Aún así, ¿por qué lo sobrepensaba? De repente, escuché dos toques en la puerta de la oficina y tras confirmarlo, ingresó mi educado esposo. A veces tenía buenos modales y en otras ocasiones, se olvidaba. Sin embargo, yo nunca me adapté completamente a sus costumbres, no respeté lo que esperaban de mí ni actué como correspondía, entonces ¿por qué buscaba imponérselo? Bastaba con que no me avergonzara y viceversa.