Exsecratio Plumarum

Libro de oscuras profecías

Imagen de Story Pin

Llegué a la terraza de la casa con las piernas temblorosas y la respiración entrecortada, acompañada de latidos acelerados. Estaba agotado. Toqué la puerta varias veces esperando que mis padres abrieran. Me asomé al vidrio de la ventana, intentando ver si mi padre estaba viendo televisión en la sala, pero todo estaba oscuro. Pensé que quizás dormían.

De pronto escuché un sonido extraño detrás de mí: el crujir de unas ramillas. Lentamente metí la mano en el bolsillo, intentando sacar la navaja que siempre llevaba guardada. Respiré profundo y me volteé rápidamente, extendiendo el brazo y apuntando con la navaja... pero solo era mi amigo Kennedy, con el rostro pálido, los ojos abiertos como platos y las manos levantadas, como si acabara de ver a un muerto o a un espíritu andante.

—¡Draven, no lo puedo creer! —Kennedy casi me salta encima—. ¡Regresaste a casa, amigo! Siempre supe que eras inocente. Me alegra que todo haya salido bien… bueno, como lo esperábamos, ¿no?

—Oye, hermano, deberías dejar esa navaja primero. No quiero terminar convertido en albóndiga al chuzo con esa cosa afilada —agregó, alejando mi brazo con dramatismo exagerado.

—Amigo, en realidad… —intenté decir.

—No importa, hermano. Sabía que eras inocente. Eres demasiado idiota para haber cometido un crimen. Ni siquiera habías dado clases de puntería, es algo ilógico.

—Pero… no recuerdas que los oficiales tienen evidencias sobre mí, incluso grabaciones mías usando el arma.

—Mmm… es verdad. Entonces, si cometiste el crimen, ¿cómo es que terminaste aquí?

—¿Sufres alguna enfermedad de retraso mental? —respondí con sarcasmo—. Es obvio que me fugué de la cárcel.

—Demonios… no soportaste ni el primer día. ¿Acaso es tan feo estar ahí?

—¿No quieres probar si es feo o no?

—No, gracias —Kennedy soltó una risa nerviosa—. Estoy bien aquí afuera.

—Entonces, si los policías te vieron en las cámaras haciendo eso, ¡quiere decir que en realidad sí eres el asesino!

—¡Guarda silencio! —le tapé la boca.

—Hermano, si eres el asesino… qué decepcionante de ti —murmuró con tono fingido de telenovela.

—No, en serio, deberías creerme. El chico que están buscando no soy yo. Bueno… se parece demasiado a mí físicamente, pero no soy el culpable.

—Ay, hermano… —Kennedy puso los ojos en blanco—. ¿Por qué no me dijiste que también te golpeaste la cabeza mientras te fugabas? ¡Por Dios! ¿Cómo alguien podría ser exactamente igual a ti? Si ni siquiera tienes hermanos… eras la única decepción de tus padres hasta ahora.

—Deberías creerme —insistí.

Kennedy me tapó la boca esta vez.

—Draven, sé que estás pasando por un mal momento, y el estrés puede hacerte decir cosas raras. Te comprendo, solo no vuelvas a inventar historias locas. No quiero terminar otra vez en el psiquiátrico contigo como cuando cumplimos siete.

—¡Kennedy, estoy hablando en serio! —dije estremeciéndolo por los brazos, ya perdiendo la paciencia—. Puedo jurarte que no soy yo el culpable. Ni siquiera sé cómo explicarte lo que acabo de ver hace dos horas en el bosque, cerca del festival de Halloween. Vi a esa persona idéntica a mí, y estoy seguro de que iba a dejarme enterrado con flores encima. Supongo que así le quitaba un peso a mi insoportable detective, que no me deja ni respirar con sus conclusiones analíticas. Es una locura.

—Mmm… sí, es algo de locos —dijo Kennedy, rascándose la cabeza—. Pero con la cara de cadáver pálido que traes, parece que viste al mismísimo diablo. Lo bueno es que estás vivo.

—Sí, es algo bueno que esté vivo. No quiero darles otra decepción a mis padres con la deuda de mi funeral.

—Pues siempre podríamos usar una pala y convertirte en abono para el jardín de mi bisabuela. Sus plantas necesitan vitaminas —soltó Kennedy con una sonrisa traviesa—. Aunque no creo que tus padres sean tan duros contigo.

Cuando Kennedy dijo eso, decidí tocar de nuevo la puerta, hasta que mi padre abrió. Al verme, saltó del susto, con aquella mirada de asombro, y llamó a mi madre con señas apresuradas. Estaba nervioso y avergonzado. Saber que mis padres tenían que soportar los rumores del vecindario sobre mi arresto me hacía sentir aún más miserable, como un vagabundo sin destino, con una vida sin solución.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mi padre, tenso.

—Padre, estoy aquí de regreso. Solo déjame explicarte bien lo que me está sucediendo.

—Claro, de que eres inocente, ¿no? —interrumpió con sarcasmo.

—Sí, exactamente eso. Pero déjame hablar bien contigo y con mamá. No soy una mala persona, en serio.

—Draven, ¿qué me dices de las cámaras? Es obvio que te vimos ahí. No necesitas explicarnos algo que vimos con nuestros propios ojos. Tienes diecisiete años y ya estás metido en un problema severo con la ley. No sabemos cómo ayudarte; tú mismo creaste tu propio infierno.

—Papá, en serio, ese no era yo.

—¿En serio? Imposible —dijo con tono de burla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.