Exsecratio Plumarum

El agujero hambriento

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Desperté, y solo podía ver los rayos del sol filtrarse por la ventana. Mi cuerpo estaba adolorido, y un dolor punzante en la cabeza me hacía sentir como si hubiese chocado contra algo fuerte o pesado.

Seguí mirando hacia arriba y noté que la ventana estaba abierta, las cortinas danzaban al compás del viento de la mañana, y algunas hojas secas caían sobre mí. Quise levantarme, pero el dolor era tan intenso que apenas podía moverme.

Giré el rostro hacia un lado y me vi reflejado en el espejo. Algo extraño me había sucedido. Solo con mirar mi reflejo, me obligué a incorporarme con dificultad, movido por una curiosidad inquietante. Me quité la camisa: mi piel estaba marcada por arañazos profundos, como si unas garras afiladas hubieran intentado desgarrarme.

Intenté recordar algo, cualquier cosa que explicara cómo terminé en el suelo, pero mi mente estaba nublada. Por un instante, recordé el libro…

Allí estaba, cerrado sobre la mesa de noche, junto a la lámpara encendida. A su lado descansaba un collar con una piedra carmesí que brillaba con la luz del sol, reflejando cristales rojizos en las paredes. Al acercarla, noté que la gema proyectaba una secuencia de símbolos extraños, imposibles de descifrar.

Me senté en la cama, puse el libro sobre mis piernas y abrí la primera página. Las hojas parecían quemadas, con bordes ennegrecidos por el tiempo. Al pasar la siguiente, sentí un filo sutil, casi imperceptible: eran hojas como cuchillas. Dos gotas de mi sangre cayeron sobre ellas, y de inmediato aparecieron dibujos, imágenes que se formaban ante mis ojos.

Mostraban un pueblo antiguo, con casas envejecidas y calles desiertas. En una de las páginas, se describía un agujero profundo, donde las almas que caminaban alrededor terminaban por perderse en la oscuridad eterna. Más adelante, se mostraban imágenes de una cena y dulces, como si se tratara de una fiesta de Halloween.

Pero al pasar otra hoja… lo vi.

El reflejo de mi rostro, con una sonrisa torcida, una expresión maquiavélica y una mirada tan oscura que me hizo retroceder.

Aquel chico del libro… era idéntico a mí.

Del susto, solté el libro y cayó al suelo. Lo cerré de inmediato, pisándolo con fuerza. Sentía el corazón golpearme el pecho. No sabía cómo explicarle todo eso a Kennedy, ni mucho menos a mis padres. Ellos jamás entenderían lo que mis ojos acababan de presenciar. No sabía si aquello era una maldición… o el comienzo de mi fin.

Entonces, la puerta se abrió.

—Hola, Draven, amigo. Te traje el desayuno. No sabía si querías comer en el comedor o aquí, por eso te lo traje —dijo Kennedy con su tono habitual.

—Gracias… no tenías que hacerlo —respondí, aun temblando.

Kennedy me observó y arqueó una ceja.

—Espera… ¿ese no es el libro extraño de ayer?

—Sí… es el mismo.

—¿Y por qué estás pisándolo? —preguntó mientras dejaba la bandeja de plata sobre la cama.

Se acercó, me apartó suavemente y se agachó a tomar el libro. Sentí cómo el aire se volvía denso.

Retrocedí, con el presentimiento de que algo terrible iba a suceder. Mis latidos se aceleraron. De pronto, la puerta se cerró con un golpe tan fuerte que el eco resonó por todo el pasillo.

—Tranquilo, solo fue el viento —dijo Kennedy, intentando disimular su nerviosismo mientras observaba el libro con curiosidad. Lentamente, lo abrió.

Yo cerré los ojos y di un paso atrás.

—Por favor, hermano, no ha pasado nada. ¿Estás bien? Últimamente has estado algo alterado —comentó con tono burlón, sonriendo como si quisiera convencerme de que estaba perdiendo la razón.

Las ventanas comenzaron a abrirse y cerrarse por sí solas. Pensé que quizá era el viento… pero algo en el aire me decía que no.

Kennedy hojeaba el libro, cada vez más concentrado. Su rostro pasó de la curiosidad a la confusión, hasta que de pronto, una mano salió de entre las páginas.

Kennedy gritó, lanzando el libro al aire.

Las luces empezaron a titilar, y aquel sonido regresó… el mismo susurro en la ventana, un murmullo que reptaba entre el viento y me hacía olvidar dónde estaba, quién era… y lo que realmente estaba sucediendo, Pero entonces, vi caer tres plumas negras.

Brillaban con un resplandor extraño, como si la luz del sol se rehusara a tocarlas. Eran grandes, del tamaño de la palma de mi mano, y al rozar el suelo dejaron un leve aroma a hierro y ceniza.

Miré a mi alrededor buscando algún cuervo o ave que explicara su procedencia, pero no había nada… solo las plumas, descendiendo desde el techo como si la gravedad se hubiera detenido un segundo para permitirles flotar, como una obra de magia o una advertencia del cielo.

—¡Maldición! ¿Qué es lo que acabo de ver? —exclamó Kennedy, con la voz quebrada.

Su piel se tornó pálida, los ojos bien abiertos, fijos en aquel punto del suelo donde yacían las plumas. Parecía que su mente intentaba encontrar una respuesta lógica, pero sus pupilas delataban el miedo. Lo que acababa de ver había superado cualquier explicación posible. Las lámparas tambaleaban y se columpiaban de atrás hacia delante. Caminé y abrí la puerta de la habitación y solo caminé directo a la sala principal con compañía de Kennedy estábamos aterrorizados de lo que estaba sucediendo en la habitación. De pronto la bisabuela nos frenó cuando estábamos dirigiéndonos a la sala.

-¿por qué hay mucho ruido en la habitación?

-bisabuela solo es el estropicio del viento ya que las ventanas se han mantenido abiertas.

De repente la bisabuela Clotilde nos empujó contra la pared, dirigiéndose a la habitación, desvié mi mirada y vi a Kennedy, pero el solo pudo reaccionar con un rostro de haberse quedado sin ideas así que el solo pudo alcanzar a su bisabuela agarrándola de la parte trasera de su vestido evitando que ella abriera la puerta, pero esta reaccionó jalando la oreja de mi amigo con aquellos gestos de una madre que corrige la desobediencia d ellos niños.




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