Exsomnia

Praex

Cuando Rohan disparó su rifle y vio a aquellas esferas con púas acercarse, no dudó en saltar del barranco.

El sonido de las explosiones llenó el cielo. El humo perdió fuerza en su descenso. Rohan, con el sudor en la frente, se deslizó por la tierra. Su brazo derecho manchó de sangre el uniforme.

Al tocar el suelo, un leve movimiento de su mano casi le arranca un grito de dolor, pero se forzó a sí mismo a quedarse de pie.

Las púas recorrieron la tierra como gusanos. El eco resonó en la cueva, cada vez más cerca de su oído.

Apoyó una rodilla al suelo. Ubicó su arma invertida contra la parte posterior de su pierna, justo debajo de su muslo. Sacó el cargador con su brazo derecho y lo colocó a ciegas. Golpeó el lateral del arma contra su rodilla hasta que el cerrojo se liberó.

Una púa se clavó en la pared, justo al lado de su cabeza.

Ignoró el dolor de su hombro. Su vista se nubló. Alojó el cargador en su lugar.

Se dejó caer contra la pared y levantó el arma. Apuntó directo hacia donde vino la púa.

El tiempo se detuvo. Su respiración se cortó.

No escuchó más que unas gotas de agua caer; alcanzó a ver, en las grietas por donde entró el sol, cómo aquellas esferas cambiaron de posición.

Sacó su cuchillo de su bolsillo. Su brazo tembló por más que intentara evitarlo. Usó un tronco como mira improvisada e hizo un hoyo más grande. La tierra cayó en su uniforme verde.

Se puso unos binoculares. Observó los distintos hoyos en la superficie. Uno nuevo era creado con cada bomba, sin embargo, luces azules empezaron a elevarse.

El campo de batalla estaba lleno de seres biomecánicos que avanzaron sin retraso. Al frente de sus filas, uno de ellos portó un casco mientras encabezaba a un todo un ejército.

Mierda…

Frunció el ceño, pero escuchó un zumbido en su comunicador que dijo:

—¡Rohan! Ya localizamos tu posición. ¿Qué está pasando ahí?

Colocó los binoculares a un lado. Su jadeo exhaló vaho blanco que se disipó en la tierra.

—Estoy en una cueva. Me rodean cientos de Praex. —Una explosión hizo retumbar el lugar, como si fuera un terremoto. —Aun así, hay algo peor, Erick.

Usó su brazo para sacar una venda de su bolsillo. La colocó en su boca para luego enrollarla con cuidado alrededor de su hombro.

—¿Qué es?

—Un comandante. —Escuchó un golpe hacia una superficie. Se detuvo un momento. —Parece dirigirse con un ejército hacia la muralla.

—¿Número aproximado?

—Diría que unos 300 o 500. —Guardó la venda junto a sus binoculares. Levantó su arma. El suelo volvió a tambalear. —Intentaré escapar, pero necesitaré fuego de cobertura.

—¿Está seguro de que no necesita que mandemos a la niña? —Su voz se distorsionó. Fue como escuchar el chirrido de un metal. —Tendremos dificultades para hacerlo por los árboles.

—No—dijo al instante—, Lyra no puede salir por ahora. Estaré en el punto de extracción, ¿me oíste?

Escuchó el crujir de unos dientes, luego una risa leve que lo contagió.

—Intenta no morir, teniente. Es una orden.

La comunicación se cortó. Rayos de sol se filtraron por los huecos. Avanzó con pasos cortos y miró cada esquina. El sonido de pisadas metálicas contra la tierra fue mayor que sus botas contra el lodo.

Agarró su mochila, y cayeron al suelo dos identificaciones manchadas de sangre seca.

Rohan se detuvo. Su cabeza bajó y sus pies se quedaron plantados. Se agachó y las tomó. Apretó las manos.

Aún no ha acabado… tengo que regresar con ella.

Se sujetó de las ramas hasta trepar por los montículos de tierra. Cuando salió, el cielo azul se cubrió de un gris espeso por la pólvora. Los árboles cayeron como piedras hacia el suelo.

Rohan miró a las esferas anteriores, en cambio estas no a él. Corrió en cuanto un árbol casi lo aplasta. El estruendo fue ensordecedor. Un ser biomecánico apareció frente a él.

Levantó con prisa su arma y lo dejó con agujeros en el abdomen. Dos enemigos más aparecieron a su derecha. Un árbol, en su lugar, los eliminó.

Saltó entre la vegetación al oír las hélices desgarrar el cielo.

Escuchó gruñidos metálicos que provenían de todas partes. Los árboles evitaron que fuera visto. Una bala perdida le rozó el brazo derecho.

Disparó a ciegas y el cargador se quedó vacío. Intentó levantar su brazo izquierdo, y el dolor punzante causó que lanzara su arma.

Su pecho subió y bajó. Su corazón latió con fuerza. Escaló por la tierra, no obstante, un Praex le tomó la pierna.

Le arrancó un grito de dolor cuando le mordió. Tomó el cuchillo de nuevo y lo lanzó hacia su rostro.

Logró soltarse, pero cayó hacia el suelo por el dolor.

Se apoyó contra un árbol y vio a lo lejos el ejército. Su respiración se agitó, sus ojos se abrieron.




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