—¡Preparen el convoy! —gritó Erick. El suelo tembló por los pasos de los soldados en las murallas— ¡No falta mucho para salir!
Se movió entre ellos y aldeanos. Algunos de ellos se apartaron de su camino.
Tomó el rifle de francotirador sobre la mesa, agarró un mapa y guardó algunas vendas en un pequeño bolso militar.
Escuchó pasos, provenientes del callejón. Rohan apareció ahí, con rifle y bolsa:
—¿Ya estás listo?
—Falta poco. ¿Cómo sigue tu brazo?
Lo levantó. Estiró sus músculos sin dolor alguno.
—Mucho mejor—dijo, mientras se sentaba en una caja. Su rifle descansó a su lado—. ¿Ya están listos?
Erick cerró la bolsa. La cargó sobre su hombro, un vehículo blindado se acercó.
—Sí, solo estamos esperando a uno de los capitanes del Clan de Ciencia.
—¿En serio?
Asintió. Cerró la puerta y dejó que Rohan viera el mapa.
—Hay una ruta corta si pasamos entre los árboles. Priorizaremos llegar rápido y con discreción. —Lo volvió a enrollar antes de guardarlo en su bolsillo. —Los drones deberían de estar inactivos hoy.
—Ya veo. Me imagino que ya tenemos a un conductor.
El coronel se detuvo en seco. Se giró al instante y sintió un escalofrío por su espalda.
—Pues...
—¡Suéltame! —gritó una voz femenina a la lejanía. Ambos giraron. Notaron que era la doctora de ayer, con la diferencia de que un hombre musculoso la estaba arrastrando—. ¡Tengo trabajo que hacer!
El hombre suspiró. El sol iluminó un visor, junto a sus ojos blancos, antes de lanzarla al convoy.
—Ya te dijimos que de eso se encargarán los demás. —Tomó un pedazo de cinta adhesiva y la colocó en la boca de la doctora. Sus quejas se transformaron en simples gruñidos ahogados.
Rohan tragó saliva. Retrocedió un paso para tomar el rifle.
—Parece secuestrador...
Acomodó los lentes y caminó con los hombros relajados hacia ellos. Una sonrisa apareció en su rostro al ver a Rohan. Chasqueó los dedos, como si intentara recordar algo. Luego le extendió la mano.
—Teniente Rohan, ¿cierto? Primera vez que lo veo. Soy el Capitán Marcel Gagnon. Mucho gusto.
Rohan lo observó de pies a cabeza. La altura de dos metros del capitán le hizo voltear hacia el techo. Cuando le tomó la mano, este la sacudió tan fuerte que el brazo pareció un fideo.
Mientras tanto, Erick agarró el francotirador y levantó el cerrojo, lo echó hacia atrás con un clic suave y revisó el interior. El cañón estaba limpio.
—Ya es hora de irnos. —insertó tres cartuchos en el arma con manos firmes. Bajó el cerrojo y giró ligeramente el dial.
Marcel tronó de sus dedos antes de montarse por detrás; Erick por el asiento del copiloto.
Rohan quedó abajo. Un golpe metálico contra el suelo le hizo caminar hacia una pequeña caja. Cuando se acercó, Lyra, quien cayó con un casco en la cabeza, atrapó su atención.
—¿Lyra? Creí que ya estabas en el convoy.
Ella se sentó y sacudió la cabeza. El casco tambaleó; Rohan la cargó entre los brazos.
—Iba a subirme, ¡y creí haber visto un pedazo de carne en una de las cajas! —Se detuvo y bajó la cabeza. Cruzó sus dedos y evitó ver a Rohan a los ojos. —Pero solo eran estas cosas.
Sacó de su mano un poco de munición. La mano libre de Rohan no tardó en quitársela y guardarla en su bolsillo, previo a volver a caminar.
—Si quieres, puedo darte de comer cuando estemos en el convoy. Por cierto, ¿cómo sigue él?
Parpadeó un par de veces, luego se llevó la mano hacia su corazón. Rohan caminó hasta la puerta del convoy cuando ella dijo:
—Todavía duerme.
Suspiró. Abrió las puertas del convoy. El calor del interior los abrazó al entrar.
—Está bien. Luego hablaremos de esto.
Colocó un intercomunicador en su oído. Erick tomó otro antes de que se sentaron.
—Abran el fuerte. —Las colosales puertas del fuerte se deslizaron hacia los lados con un estruendo fuerte. —Regresaremos en lo que lleva de la semana. Nos contactaremos al cabo de unos días.
La luz del exterior hirió la oscuridad. Un vapor denso y blanquecino los deslumbró, pero también los sonidos de gritos de los soldados opacaron todo el aire. Uno de ellos, desde las murallas, tomó el intercomunicador y dijo:
—Regrese pronto, coronel. ¡Los estaremos esperando!
—Volveremos pronto.
Al abrirse las puertas, el motor del convoy rugió como a una bestia. La doctora se arrancó la cinta de su boca con un pequeño grito. Sus manos se clavaron directo en el volante.
—Espero que de verdad no nos tardemos. ¿Listos?
—¡Listos! —Dijeron al unísono.
Con el sol de frente, la doctora empujó el acelerador casi hasta el fondo, pero ellos no sintieron el cambio.
Las llantas avanzaron sobre el concreto hasta llegar a la tierra. Los soldados alzaron sus manos en despedida hasta finalmente desaparecer.
El rastro de las llantas se marcó en la tierra. Los cristales vibraron con el movimiento.
Marcel observó por la ventana. Más allá del cristal empañado, miró el bosque con la sensación de que este le devolvía la mirada. Todo pareció inmóvil, como si contuviera la respiración. Las hojas golpearon el vidrio con un sonido seco. Casi lograron entrar.
Giró apenas, sintió la mirada de Lyra detrás de él. Ella no apartó la vista, inmóvil, con la luz del amanecer reflejada en sus pupilas. A su lado, Rohan cabeceó, resistiéndose al sueño con torpes intentos de mantener la compostura.
Durante un instante, ninguno habló. Solo se oyó el murmullo del bosque, y el silencio entre ellos se hizo más denso que el aire hasta que ella habló:
—¿Eres un oso?
Sonrió. Su cuerpo robusto se acomodó a las ajustadas paredes del convoy, lo suficiente para quedar cara a cara frente a ella. La respiración cálida de él la golpeó en el rostro.
—No, no lo soy, pero tengo la fuerza de uno. Incluso más. —Ajustó sus lentes, una mano se apoyó contra su propio muslo.
Boquiabierta, ella alzó su mano e intentó tocar la suya antes de decir:
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un mundo oscuro, apocalíptico (12 caracteres), guerra contra una especie alienígena
Editado: 17.10.2025