Exsomnia

Nunca era suficiente

El chillido metálico de los cables retumbó desde el lado de Erick y la doctora, los mismos que había escuchado Rohan antes de separarse.

Gotas se deslizaron por sus trajes. Caminó con la mira puesta al frente; Nora con la cuerda de su arco tensada.

A lo lejos, un gruñido… o solo una vibración. Como aire cargado. No esperaron a confirmarlo: corrieron sin mirar hacia atrás.

—Hay un callejón al lado—susurró Nora—. Podemos pasar por ahí sin que nos note.

Los edificios y las paredes húmedas temblaron, mientras él asentía. Un clic los volvió transparentes.

Las siluetas quedaron grabadas contra la pared. Fueron como el viento.

Previo a volver a la normalidad, Erick permaneció detrás de Nora. Intentó mover sus dedos; el frío los convirtió en pequeños trozos de madera.

¿En qué momento empecé a temblar?

La pequeña luz del arco los iluminó.

Todo cayó a un silencio húmedo. Un chirrido metálico los invadió. Caminaron con los hombros relajados hasta que Erick rascó su nuca:

—¿Todavía recuerdas este lugar?

—Un poco. Solía pasar por aquí para esconderme de mi primo.

Apretó los labios con fuerza, conteniendo una risa en su pecho, como si el aire no quisiera salir. Aunque no lo iba a mover, Nora empujó con el codo a Erick, junto con una pequeña sonrisa.

—Siempre me preguntaba cómo hacía para encontrarme, y solo me respondía que seguía mi patrón, para luego reírse.

El sonido de sus pasos bajó. Un ritmo extraño cruzó el corazón de Erick. Luego, bajó su arma.

—¿Siempre fue así?

—Quitando las dos o cuatro veces que gané, diría que sí.

Por un momento, la lluvia guardó silencio. Les rozó la piel un color breve, casi ilógico cuando soltaron una risa juntos.

Salieron del callejón. Giraron hacia ambos lados. Nada. Solo olor a óxido y lluvia estancada. Se ocultaron detrás de la pared de una casa.

—Siempre lo admiré por todas las cosas que sabía. —Su sonrisa, antes luminosa, se desvaneció. —Pero nunca fue suficiente para él.

Al frente, una casa de color mármol desgastado. El umbral cubrió las puertas y ventanas rotas.

Casi soltó el arco. La humedad de la madera se filtró en su piel. Un aroma a tierra mojada… y, por un instante, ya no era la lluvia de ahora, sino la del verano de hacer años, cuando aún reía en aquella puerta.

La yema de sus dedos sintió la puerta tibia. O quizás no. Tal vez solo recordó el calor de esa mañana en que la sostuvo igual, cuando el sol llenó el vacío. Una voz se lo dejó más claro:

—¡Nora! Ya sé en dónde estás.

Bajo una mesa, ella se escondió, cuando aún era pequeña. No traía ropa negra, mucho menos una bata blanca, sino una camisa multicolor que él miró como un arcoíris.

—Aw… ¿cómo es que siempre me encuentras?

El puchero la hizo ver más encogida, como si de pronto intentara ocultarse en su propia piel. Él no pudo evitar que se le escapara una risa baja al verla inflar las mejillas de esa manera.

—Es que siempre te escondes ahí. —Agachó la cabeza, luego acarició la de ella. —Además, tu ropa brilla cuando está en el sol.

Un calor llegó a sus mejillas, junto a un suspiro. El aire caliente de su respiración le golpeó el rostro.

Al menos ya no está triste…

—Bueno, ¡a la próxima no me encontrarás!

Embistió contra él al levantarse. Sus ojos no pudieron seguirla.

—¡O-Oye! ¡Eso es trampa!

El golpeteo ascendente le hizo saber que ella subió las escaleras. El temblor en sus piernas hizo que ella provocara mucho ruido, pero el rostro él —sonriente, abrumador y lejano— le dio fuerza para continuar.

La casa quedó teñida por el ruido de las risas y el canto de los pájaros, cuyo sol fue igual de radiante como irreal.

Pero, al caer, mientras ella se escondía detrás de un barril, pasó minutos sin ser encontrada.

No escuchó voces del patio, tampoco alguna sombra conocida.

—¿Logan?

Cuando decidió entrar a la casa con el rostro fruncido, notó una luz en el cuarto. Su mano rozó el picaporte, y vio la figura de una mujer adentro.

—… has ido muy bien en tus clases, pero todavía te hace falta mucho. —Suave, apenas audible, y tan pesado como una roca. —Ánimo, sé que aún puedes hacerlo mejor.

Las palabras se le quedaron en la garganta. Ojeó por la rejilla: Logan, con la cabeza gacha, evitó su mirada con su cabello café. Como si hacerlo estuviera prohibido.

La luz aún llenó el cuarto, pero para ella, el brillo se había apagado hacía tiempo.

Sus ojos rojizos encontraron los de ella por un instante: él los apartó en seguida. Un grito mudo. Silencio, como aquel día en que se fue sin querer irse.

Fingió no notar la sombra de su primo. Quiso creer que aún podía. Y en el silencio, esquivó todo lo demás.




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