Fuera de la ciudad, nadie volteó hacia Nora.
Marcel apoyó su brazo izquierdo contra la puerta del convoy. Desde ahí, vio a Erick con la cabeza gacha, su cuerpo temblando sin darse cuenta. Nora quedó de pie detrás de todo, con los ojos bien abiertos, sin mirar hacia un punto exacto.
Entre sus brazos, Rohan cargó a Lyra. El brazo derecho de ella quedó cubierto por una venda mal cortada. Apartó la vista de la tela, casi cerrando los ojos.
—Creo que nos quedaremos por un rato—murmuró Erick hacia ellos.
Nadie respondió al instante. Aun así, sus miradas recayeron en Erick, no por lo que dijo, sino por ser de él la idea.
La corteza rígida castigó la espalda de Rohan al dejarse caer contra el tronco de un árbol. Una brisa caliente le llegó al rostro cuando su cabeza descansó contra el tronco. Los demás solo lo vieron suspirar antes de apretar su muñeca con fuerza, como si no le perteneciera.
Erick hizo lo mismo contra el convoy. Apoyó su espalda contra el duro metal, encogido entre sus piernas y la mirada en sus manos inquietas:
—Marcel, mantente atento al radar. No sabemos si podría llegar algún Praex.
Pero su voz faltó de la misma firmeza. Fue como una súplica. Casi una forma de evitar un cargo. Marcel solo asintió. Trató de mover su brazo, sin logro alguno.
Un silencio quedó en medio. La ciudad quedó atrás, teñida de naranja.
Sin que se dieran cuenta, la boca de Nora se abrió, pero lo único que salió fue su respiración cortada. Decidió alzar la vista por un momento. Aun sin verlos directamente.
—Vámonos—alcanzó a decir. Su voz fue suficiente para llamar la atención. Caminó entre ellos, sus ojos temblaron, hasta sujetar la puerta del convoy.
Erick fue el primero en alzar la voz:
—¿Estás segura? ¿No deberíamos esperarnos un poco?
Se detuvo. Dejó Erick caer un pensamiento peligroso: que ella hablaría, que quizá le diría que podían quedarse así, aferrados a una promesa que él desconocía.
Sin embargo, solo obtuvo una mirada que ya no quería sentir nada.
Marcel se apartó de la puerta. Los demás solo la observaron hasta que ella entró al convoy.
El golpe de la puerta les hizo intercambiar miradas. Luego, el rugido del motor les obligó a entrar al auto.
El primero en entrar fue Rohan. Cargó a Lyra con la lentitud de quien teme romper algo frágil. Marcel se detuvo por un momento antes de hacerlo.
Detrás de la puerta trasera, quedó Erick. Evitó dar un último vistazo hacia la ciudad, para luego sentarse en una esquina, la cabeza puesta contra el metal. Solo el golpeteo rítmico de sus dedos contra este llenó el hueco de sus palabras.
Marcel, al notarlo, ladeó la cabeza hacia Rohan, pero las palabras quedaron en la garganta. Y, junto a él, el convoy avanzó lento.
Nora tenía las manos firmes en el volante, tensas en cada curva. El reflejo del distrito por el retrovisor fue tapado por ella misma. Dio un giro brusco en una esquina tras hacerlo.
Erick trató de cerrar los ojos, pero cada parpadeo lo regresaba a aquel supermercado. Cuando vio a los demás agrupados y con los ojos cerrados, mantuvo sus pies contra la pared, sujetándolos con fuerza, solo para ocultar su rostro.
Pasadas las horas, entre la esquina de un camino de tierra, y con el bosque en la lejanía, el pueblo los esperó. No fue con aplausos ni gritos, sino con la calma de quien espera lo peor y agradece lo mínimo.
Al verlos bajar, algunos sonrieron.
—Volvieron—dijo una mujer, y fue suficiente para que siguieran con la cotidianeidad.
Aunque el regreso recorrió todos los caminos pedregosos del pueblo, nadie lo escuchó como una bienvenida heroica, porque en un lugar donde cada regreso era una excepción, bastó con eso.
La tarde se estancó. El calor hizo que cada minuto pesara como una hora. Y en esa misma tarde, nada cambió dentro de la casa de Rohan cuando le quitó la venda.
El mundo llegó a ella en fragmentos: calor, un zumbido sordo en los oídos, la sensación de que algo se retorcía bajo su piel.
Rohan mantuvo los ojos abiertos todo el rato. Estuvo acostado todo el tiempo a su lado, con la espalda contra el colchón, una rodilla alzada y el brazo cubriéndole parcialmente el rostro.
La luz entró a intervalos por los huecos del techo destruido. A ratos la miraba. A ratos no podía.
Del muñón, brotaron hilos de tejido que se enredaron entre sí como raíces desesperadas. Era una masa viva creciendo, sin parecerse a la piel de Lyra: era algo nuevo, oscuro y brillante, que reclamó su espacio a base de espasmos. Fue solo algo… intentándolo.
Y Lyra tembló.
Un quejido apenas audible se le escapó entre los labios secos. Su piel caliente. Demasiado.
—Shhh… —murmuró Rohan sin saber a quién intentó calmar.
El hambre llegó antes que el dolor. Ella despertó con un jadeo ahogado, los ojos abiertos de golpe, completamente perdidos. Intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondió. Su garganta emitió un sonido roto, desesperado.
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un mundo oscuro, apocalíptico (12 caracteres), guerra contra una especie alienígena
Editado: 20.12.2025