El viento comenzó a soplar con fuerza desde las montañas y trajo consigo las nubes de lluvia. Poco a poco, el hermoso cielo estrellado se fue opacando y la hermosa nación de la eterna primavera, Wyrfell, comenzó a sumirse en la oscuridad absoluta.
Tras correr durante varios minutos, y estando ya a una distancia lo suficientemente prudente, Clematis decidió depositar a Cael en el suelo y juntos comenzaron a caminar.
Su corazón golpeaba con fuerza su pecho. El temor por afrontar lo desconocido provocaba que un inexplicable cúmulo de emociones se removiera dentro de su ser.
Nunca, ni siquiera en sus más locos sueños, hubiera imaginado que alguna vez se aventuraría por su cuenta en busca de ayuda. Pero era necesario hacerlo, todos los habitantes de su pueblo habían depositado su confianza en ella, y cómo su regente no podía simplemente quedarse de brazos cruzados.
Los ruidos del bosque sobre encogían a ambos por momentos, pero Clematis debía mantenerse fuerte para brindarle seguridad a Cael.
El pequeño, aunque no entendía que era lo que estaba pasando sujetaba con fuerza su mano para brindarle fortaleza, ella le devolvía el gesto mientras se mantenía atenta en medio de la oscuridad.
Luego de varias horas caminando consiguieron un pequeño refugio dentro de una cueva, entraron, y la pelirroja tapó lo más que pudo la entrada con unas enredaderas, dejando únicamente una pequeña abertura por donde podía entrar la fresca brisa del aire.
Ambos tomaron asiento sobre la fría superficie y observaron el paisaje lejano. Y aunque no era del todo visible, sobre las colinas rebosantes de vida podían aún distinguir a Wyrfell.
Cael observó con añoranza el palacio, Clematis lo hizo de la misma manera.
—Extraño a papi Argon —dijo él mientras abrazaba sus piernas.
—Pronto volveremos a verlo —respondió ella mientras se acercaba más.
En cierta forma, la promesa de que las cosas mejorarían, era lo que permitía que el pequeño se mantuviera sereno y en paz.
De un momento, el estruendo proveniente de los rayos en el cielo comenzó, y las gotas de lluvia no tardaron en caer.
—¿Está muy lejos el lugar donde vive tu hermano, mami? —preguntó él con inocencia, Clematis lo atrajo hacia su cuerpo y lo rodeó con sus brazos para que entre en calor.
—Sí, pero ya verás que el tiempo se irá volando.
El pequeño asintió con energía pese a lo cansado que se encontraba.
Al menos, por el momento ya se encontraban lejos de los terrenos de Wyrfell, sanos y salvos.
—Estaremos bien, mami —soltó él de pronto mientras se acurrucaba aún más.
Ella lo observó y le brindó una cálida sonrisa, depositó un beso sobre su cabeza, y comenzó a tararearle una canción que su madre le había enseñado de pequeña.
Cael, quien conocía un poco la canción la acompañaba, pero su voz se fue apagando y su respiración pausada le indicó a Clematis que él se había quedado dormido.
Ella se removió un poco y se recostó contra la pared, tiró la cabeza hacia atrás, y cerró los ojos mientras recordaba los momentos en los que fue genuinamente feliz.
Aquella paz de la que había gozado se veía muy lejana, y la incertidumbre por el futuro era lo que le impedía imaginar que alguna vez volvería a disfrutar de algo similar.
Pero rendirse no era una opción.
Ya no era más la niña llorona y miedosa del comienzo.
La vida la estaba haciendo madurar a pasos agigantados y la estaba obligando a endurecer su carácter.
Tenía miedo de estarse convirtiendo en un ser insensible, pero ahora más que nunca no podía tener dudas dentro de su mente.
Si el precio que debía pagar para evitar la extinción era renunciar a lo que alguna vez fue, lo haría sin importar las consecuencias.
Debía luchar tal y cómo hizo desde el momento en que fue lanzada a ese nuevo mundo.
Por Cael, y por todos, debía poner finalmente un alto al mandato de Giorgio.