Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO VI: La luz de la esperanza.

CLEMATIS

Gracias a Pantrei el viaje se volvió menos pesado. Cael y yo comíamos mucho mejor y descansábamos lo suficiente, pero bajar la guardia era algo que no podíamos permitirnos. Giorgio tenía ojos y oídos en todos lados, así que nunca podíamos quedarnos demasiado tiempo en algún lado, las noticias volaban y el más mínimo error podía costarnos la vida.

Faltaba un día para llegar a nuestro destino, y si bien los híbridos que tiraban del carruaje podían ver a la perfección en la oscuridad, el manto nocturno nos volvía a Cael y a mi un blanco fácil.

—Señorita Clematis.

Al observar a través de la pequeña ventanilla pude ver que el cochero nos estaba observando, le sonreí, y el amable señor me devolvió el gesto.

—El sol está por ponerse en el horizonte, pasaremos cerca de Treyment ¿Desea que paremos para poder buscar una posada?
—Sí, pero necesitamos alojarnos a las afueras.
—De acuerdo, entonces la llevaré hasta un lugar seguro.

Para cuando el manto de la noche cubrió la ciudad por completo pudimos visualizar un pequeño pueblo en la parte baja de las colinas. No había demasiadas casas, únicamente se podían contar unas quince en total gracias a las pequeñas luces de las lámparas que se filtraban al exterior.

En cuanto llegamos tuvimos la suerte de toparnos con un hombre que regresaba de los campos de cultivoñ, así que él nos facilitó la ubicación de la única posada existente allí.

—¿No preferirían ir a la ciudad? —escuché que preguntó el sujeto—. La posada es pequeña y muy… hogareña, sin buscar ofender a la distinguida dama Wolfgang que se encuentra en el carruaje, pero no sé si esta pueda cumplir con sus estándares.
—La ama Wolfgang se encontrará bien, fue ella quien dio la orden de quedarnos en este pueblo.
—Entiendo, espero disfruten su estadía y que Kyros ilumine su camino.

El cochero se despidió de forma amigable y continuó con su recorrido, al llegar a la posada que nos habían indicado, una Hanoun algo mayor salió a recibirnos a la entrada; desde donde me encontraba podía darme cuenta que sus manos temblaban ligeramente mientras sujetaba el mandil remallado que traía en la cintura.

Descendí del carruaje y ayudé a Cael a bajar. En cuanto estuvimos a la altura del suelo observé el lugar y se veía bastante bien, no poseía lujos, pero te brindaba una sensación de calidez indescriptible.

—Buenas noches, mi señora, bienvenida a mi humilde posada —dijo ella avergonzada.
—No tienes porque avergonzarte de tu hogar —le respondí, y ella me observó con sorpresa—. Tienes un hermoso espacio, incluso me atrevería a decir que está a la altura de la posada más cara dentro de la misma ciudad de los Hanouns.
—Agradezco sus palabras, mi señora, pero no siento ser merecedora de tales halagos de su parte, soy una simple mujer que mantiene este lugar lo mejor que pude.
—Enorgullécete de lo que tienes aquí —le dije mientras esbozaba una sonrisa—. Vivimos en una sociedad donde a nosotras se nos ha enseñado a agachar la cabeza ante el resto, y que me digas que tu mantienes este lugar por tu cuenta es en verdad envidiable, posees una enorme fortaleza.
—Gr… gracias —me respondió, y pude ver como sus ojos se cristalizaron.

Ella me brindó una sonrisa que nunca había visto, era como si la parte sombría de su mirada se hubiera disipado por completo, y aquello solo me hizo pensar cuando fue la última vez que alguien le brindó algún tipo de palabra de aliento

Aquella noche sentí algo que no sentía hace mucho. El calor familiar, en cierta forma las actitudes que poseía aquella cándida mujer me recordaban mucho a mi mamá, y eso generaba que mi corazón se estrujara levemente en mi interior.

Luego de que cenamos y nos dimos un baño, Cael y yo fuimos a una de las habitaciones y caímos profundamente dormidos hasta la maña siguiente que tocaron la puerta para avisarnos que debíamos partir.

Cuando salí de la posada pude ver a la perfección el pequeño pueblo, el panorama era preocupante y esto era algo que constantemente había podido ver en cada nación perteneciente a los Wolfgang que había visitado, a excepción de My—Trent, la enorme brecha social entre las clases era evidente, la precariedad de las viviendas denotaba lo olvidados que habían sido por parte de sus regentes, pero a medida que observaba a los aldeanos pude darme cuenta de una cosa, es habían arrebatado muchas cosas a lo lago de su vida, pero la sonrisa era algo que no se les había podido robar.

Nos despedimos de la amable mujer y continuamos con nuestro camino, estábamos cerca de nuestro destino y los nervios que sentía generaban que mi ansiedad aumentara mucho más.

Las horas pasaron y el paisaje volvió a cambiar, había zonas donde la vegetación abundaba, y había otras donde los tonos verdes y vivos volvían a estar presentes.

Reconocí el terreno de inmediato, así a partir de ese punto comencé a guiar al cochero ya que era la única que sabía como acercarse lo suficiente a Demarrer.

Aunque trataran de disimularlo lo mejor que podían, tanto el cochero como los híbridos tenían miedo, el terreno les era completamente atípico, jamás habían visto aquellas construcciones de metal cayéndose a pedazos. Los entendía a la percepción, era muy difícil imaginar que esto eran los vestigios de lo que alguna vez había sido el planeta tierra.

—A partir de este punto podemos seguir por nuestra cuenta.

Todos voltearon a observarme, prácticamente estábamos situados en medio de la nada, y si bien ellos me habían brindado la tranquilidad que necesitaba en este viaje, no podía exponer el secreto de los habitantes de Demarrer, y tampoco podía exponerlos a ellos a algún ataque que viniera de su parte.

—¿Está segura, señorita Clematis?
—Sí —le dije mientras sonreía—. Agradezco mucho el enorme esfuerzo que han realizado, hubiera tardado el doble de tiempo si no hubiera sido por su ayuda.
—No tiene porque agradecernos, si el amo Pantrei la tiene en estima es porque usted es una buena persona.
—No está demás dar las gracias —le respondí, y él rio.
—Por favor tenga cuidado, para nosotros no representaría ningún problema llevarla hasta su destino, pero imagino que tiene sus motivos por los que debe continuar sola a partir de este punto.
—Los tengo, y es por eso que agradezco que me entiendan.
—Cuídese mucho, señorita —exclamó uno de los híbridos—, fue un placer traerla hasta aquí —tras decir esto sus compañeros sonrieron dándole la razón.
—Vuelvan con cuidado, por favor.
—De lo mejor de usted —dijo el cochero y yo asentí.
—Lo haré, prometo dar lo mejor de mí para que todo salga bien.
—Sabemos que lo hará —me respondió—. Por favor, sálvenos.




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