Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO IX: Solo tú.

CAPÍTULO IX: Solo tú.

Z E F E R

Comencé a caminar de un lado hacia el otro con evidente incomodidad.

A lo lejos, observaba como poco a poco la caravana de carretas, haladas por híbridos, se iba visualizando en el horizonte, y en cuanto los rayos del sol lograban golpear los escudos brillantes, la figura del lobo brillaba con fuerza.

Di la vuelta y me senté al borde de la cama, volví a suspirar. Estaba hastiado de toda esta situación. Simplemente quería desaparecer. Estaba a nada de ser forzado a contraer nupcias con alguien por compromiso, si bien Celine se había vuelto una aliada, hasta me atrevería a decir que era una amiga, no poseía ningún tipo de sentimiento romántico por ella.

Este debía ser mi momento con Clematis. Ella debería de ser la persona que me esperaría allí en el altar, vestida de blanco, pero eso no iba a pasar.

Mi tiré hacia atrás y el ruido seco de mi cuerpo hizo eco en la habitación vacía. Giré el rostro sobre la cama y allí vi la manta que ella alguna vez usó cuando estaba viviendo aquí. La tomé, y su aroma pude percibir la tenue fragancia que ella tenía. La ola de recuerdos vino a mí. Tanto los buenos, como los malos, y sentí como una espina se clavó en mi corazón.

Había sido un completo patán hasta el final. Ella merecía odiarme. Yo me había ganado con creces todo lo malo que estaba pasando.

Había cavado mi propia tumba.

Contrarío a lo que muchos piensan, la vida de los que tenemos que cargar por el peso de un título nunca ha sido algo bonito o divertido. Desde pequeños estamos acostumbrados a cumplir con las exigencias y los estándares que el título nos impone, eso termina provocando que más de uno se vuelva una persona fría, incapaz de tomar sus propias decisiones. Somos seres que simplemente… no tienen voz. Somos criaturas que nunca podrán conocer lo que es el amor.

Escuché las pisadas de los sirvientes yendo y viniendo por el pasadizo, posiblemente estaban terminando de alistar las habitaciones donde nuestros huéspedes se quedarían.

Salí del cuarto y algunos me observaron, sonrieron, y yo hice lo mismo. Luego, comencé a dirigirme hacia mi habitación, y al abrir la puerta, vi el traje de gala que debía usar para la ceremonia.

Era un sujeto patético. No podía hacer nada al respecto para frenar todo este teatro sin sentido.

De mala gana me acerqué hasta el traje de color negro que reposaba encima; la modista lo había elaborado con sumo cuidado, hasta me atrevería a decir que era el trabajo más fino que le había visto hasta ahora, pero esto no me alegraba ni un poco: La camina era de color blanco, no tan pomposa, como ella sabía que me gustaba usar; el bordado del saco era un trabajo exquisito, los bordes dorados con incrustaciones de joyería roja, que simbolizaban al escudo de los Wolfgang, brillaban de forma única. Y los botones, cada uno de ellos estaba bañado en oro y tenía el símbolo de los lobos.

Es gracioso decirlo, pero el color negro iba perfecto con la ocasión.

Hoy no había algo que celebrar.

Escuché que tocaron la puerta, al dar el permiso, Celine atravesó el umbral. Ella ya estaba cambiada: La parte superior del vestido era de color negro con bordados dorados, para que hiciera juego con mi vestido, pero desde la altura de la cintura hasta abajo la tela era de color blanco. Su cabello grisáceo estaba recogido por una media cola que dejaba a la vista sus orejas, y las damas que ella tenía le habían puesto unos accesorios de oro y rubís rojos en el cabello.

—Pensé que ya estabas vestido —dijo mientras cerraba la puerta detrás de sí.
— ¿No es de mala suerte que los novios se vean antes de la boda? —pregunté con diversión, ella rio.
—Da igual —bufó mientras se encogía de brazos—. Además, necesitaba escapar de las sirvientas ¡Me tienen loca! No dejan de tocarme la cabeza o el cuerpo, ni siquiera me dejan moverme con normalidad, he logrado escaparme solo porque dije que iba al baño.
—En cierta forma creo que puedo entenderte… a Clematis… tampoco le gustaba que las sirvientas quisieran ponerle cosas encima.
—No puedo creer que se gasten tanto en estos estúpidos trajes —sabía que ella no quería ahondar en el tema de Clematis porque siempre me veía que me ponía mal—. Lo que tengo puesto en la cabeza podría mejorar la calidad de vida de toda una aldea humana.
—Es un poco difícil romper esa tradición. Si un Hanoun se sangre pura, en especial alguien tan importante como el descendiente del gran Kyros, no demuestra su poderío de esta forma, dará que hablar a los demás.

Ella asintió mientras se acercó de forma pausada, vio el traje encima de la cama, y sus dedos terminaron rozando la fina tela de la que estaba elaborado.

—¿Nunca has deseado haber nacido en otra época, o ser alguien más? —me preguntó, tomándome por sorpresa.
—Para serte franco, si fuera la misma persona de antes me hubiera reído de tu pregunta —sonreí cabizbajo, ella sonrió de lado—. Pero ahora, pienso que si me hubiera gustado nacer en otra época, incluso, ser de otra especie.
—¿Un humano?
—Sí, ¿Raro, no?
—¿Lo harías por Clematis?
—La respuesta es un poco obvia.

Y en ese momento estaba siendo completamente sincero. Si tal vez ella y yo hubiéramos nacido hace más de trescientos años, cuando nada de esto había pasado, hubiéramos sido dos humanos que se podrían haber amado con total libertad. Sin miedos, sin preocupaciones.

—Las cosas hubieras sido difíciles para ti.
—Pero hubieran sido mejor para ella —respondí mientras me cruzaba de brazos, Celine suspiró, y noté que se puso visiblemente incómoda.
—Cuando mi padre se llevó a mi hijo, yo pensé lo mismo que tú —tras aquella confesión la observé atento, ella removió sus labios, y luego continuó—. Si tan solo todo hubiera sido diferente, si no hubiera nacido bajo este maldito linaje, él habría tenido la oportunidad de vivir. Lo hubiera visto crecer, y junto a su padre, serían las personas más importantes de mi vida.
—¿Por qué te separaron de él? 
—Porque amar para una mujer Wolfgang es un lujo que no se nos concede.




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