Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO XI: Amargo despertar.

FRONTERA DE CREITOS - TERRENO INHABITABLE

—Parece que volverá a llover —comentó Zefer mientras observaba las nubes grisáceas que se iban acercando.
—Es la peor época del año por esta zona —acotó Jaft.

Habían transcurrido apenas cinco días desde que partieron de My—Trent, y durante todo el trayecto, pese a que Jaft tratara de mantener la calma, no podía evitar sentirse impaciente.

El viaje dentro de todo había sido calmado. No conversaban mucho, y no es porque no quisieran, si no que jamás habían pasado tanto tiempo juntos y a ambos les resultaba incómodo.

Jaft, desde una edad muy temprana, había comenzado a ser instruido para cuando tuviera que tomar el puesto de regente. Nunca se pudo permitir así mismo ser un niño normal. No había tiempo para jugar o divertirse. Nunca fue libre del todo, las expectativas que Giorgio implantó en él siempre lo hacían frenarse, y eso impedía que pudiera hacer las cosas que siempre quiso.

A diferencia de Zefer. Envidiaba que él pudiera vivir con tranquilidad. Y en lo personal, detestaba el hecho de que la atención de Lyra, su madre, únicamente fuera para él.

Aunque ella nunca lo dijo y demostraba que los amaba a los dos por igual, siempre lo vio de forma diferente, y ser consciente de eso dolía, porque ahora que conocía la historia que hubo detrás de su nacimiento, comprendió que cada vez que ella lo miraba veía a Rier.

Comenzó a llover de golpe y todos tuvieron que resguardarse bajo un frondoso árbol. Zefer se colocó al lado de Jaft y recostó la cabeza hacía atrás mientras cerraba los ojos. Su hermano lo observó de soslayo y recién se dio cuenta de como había cambiado el rostro de Zefer en los últimos meses. Debido a la preocupación que tenía por encontrar al asesino no comía ni dormía apropiadamente, había bajado de peso, y los orbes violáceos que había debajo de sus ojos estaban marcados.

—Gracias por esto, Jaft.

Tras oírlo el nombrado viró el rostro y le prestó su total atención, Zefer lo estaba observando, sonriente, como hacía ya bastante tiempo no lo había visto.

—Si no fuera por ti seguiría dando tumbos en la oscuridad.
—No me lo agradezcas —lo cortó—. No todavía.
—Es que siento que debo hacerlo —respondió—. Sé que las cosas entre nosotros nunca fueron buenas, pero… agradezco de corazón lo que estás haciendo por mí.

Jaft se quedó observándolo en silencio mientras esbozaba una sonrisa de lado. Zefer volvió a sonreir, dejando a la vista sus dientes cuidados.

—No eres el mismo de antes. Cambiaste, y mucho.
—Lo sé ¿Y sabes? Me gusta más esta versión de mi mismo que la anterior.

Y aunque trató de encontrar un ápice de mentira en su rostro no pudo hacerlo. Zefer estaba siendo completamente sincero. Jaft sintió como algo se removía en su interior, una extraña sensación de culpa se apodero de su cuerpo, pero se deshizo inmediatamente de aquellos pensamientos. Era demasiado tarde para poner marcha atrás y no estaba dispuesto a dejar que el cargo se le escapara de las manos.

La lluvia cesó varios minutos después y ambos siguieron con su camino, aún estaban lejos de la siguiente aldea así que si querían descansar esa noche con un techo sobre sus cabezas, tenían que apresurar el paso.

Volvieron a caminar en silencio y finalmente vieron a lo lejos la pequeña aldea donde pasarían la noche, al llegar algunos de los habitantes los reconocieron y los observaron a lo lejos. Como en la mayoría de las naciones lejanas de My—Trent, la situación del pueblo era precaria, incluso se podía ver algunos mendigos cerca de los cominos que estaban pidiendo comida a los residentes. Jaft y los guardias vieron con asombro como Zefer se acercó al sujeto, tomó sus manos llenas de tierra y luego de conversar brevemente le dio un puñado de vidaleons, el sujeto no daba crédito a lo que estaba viendo así que comenzó a llorar, Zefer lo ayudó a ponerse de pie y luego de que este lo abrazara partió a buscar algo de comer.

—¿Existirá alguna forma de hacer llegar ayuda a este pueblo?
—Aunque quisiéramos hacerlo, ellos tienen su regente, sabes que no podemos interferir en territorio ajeno.
—Lo sé, pero eso me pone tenso.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Debido a las lluvias de este año la cantidad de insectos ha aumentado, perdió sus cultivos y estos eran el único sustento de su familia, quise darle un poco más de dinero pero no aceptó.
—¿Estás seguro que usara los vidaleons para comprar alimento?
—Es un padre, Jaft —respondió mientras miraba al horizonte—. Desgraciadamente se me quitó la oportunidad de serlo, pero si estuviera en su lugar, también haría lo imposible por tratar de llevar aunque sea una hogaza de pan a mi mesa.

Ninguno de los presentes daba crédito a lo que acababa de pasar, en especial Jaft, él solo conocía al Zefer petulante, arrogante y engreído. Recién ahora caía en cuenta de que no conocía a ese Zefer que se encontraba viajando con él.

Lograron hospedarse en una posada rural y la noche pasó sin contratiempos, pero Jaft no había logrado conciliar el sueño. Estaba comenzando a sentir culpa y remordimiento por lo que iba a hacer.

Trataba de convencerse a si mismo de que para poder obtener lo que uno quería era necesario realizar sacrificios, aunque eso significara entregar la vida de su medio hermano a cambio, pero su misma consciencia era la que estaba obrando en su contra y no le daba un solo minuto de paz.

Luego de que partieron del pueblo, los demás días fueron en verdad difíciles. El dolor en el cuerpo los mataba, al estar en la intemperie únicamente podían dormir bajo los árboles al lado de una fogata que ni siquiera brindaba el calor suficiente que necesitaran, la comida ya se había agotado y por más que trataran de buscar algún animal en ese bosque, la tarea se había vuelto titánica, si se mantenían de pie era únicamente porque Zefer conocía lugares donde podían encontrar frutos, nueces o raíces comestibles




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