Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO XII: La única oportunidad.

Luego de escucharlo Giorgio se quedó en completo silencio. El guardia, que se encontraba arrodillado con la cabeza pegada al suelo, escuchó como el pelinegro tiraba un costoso jarrón contra la pared.

Comenzó a sudar frío, las pisadas fuertes que Giorgio daba al caminar por la habitación provocaban que su corazón latiera con fuerza. De pronto, el silencio reino, y lo siguiente que oyó fueron los resortes del sillón.

—Levanta la cabeza —le ordenó, el soldado obedeció inmediatamente—. Estoy decepcionado —acotó—. Siempre cumpliste con éxito todas las misiones que te encomendé, y fue precisamente por eso que te puse a cargo de esta misión en particular.
—Lo sé, mi señor, y no tiene idea de cuanta vergüenza siento por no haber sido capaz de cumplir con una de las tareas.
—¿Estás completamente seguro de lo que me dijiste?
—S… si —mintió—. Antes de que lográramos atraparlo, Zefer se tiró al cause del rio.
—¿Lo buscaste correctamente rio abajo?
—Sí, mi señor, es por eso que tardé en regresar. Cuando llegué a la parte baja no había rastro de su cuerpo, la cascada era demasiado alta, con esas heridas que tenía, es imposible que haya conseguido sobrevivir.
—¿Qué pasó con los testigos?
—No quedó ninguno, los demás y yo nos encargamos de acabarlos por completo.

Giorgio lo observó directamente con sus penetrantes ojos ambar, el sujeto no pudo evitar pasar su saliva debido a la incomodidad. Su amo y señor sentía deseos de matarlo, pero por alguna inexplicable razón, se estaba conteniendo por completo.

—¿El cadáver?
—Cuando recuperé el cuerpo del amo Jaft, me hice pasar por un pescador y conseguí un cajón lleno de hielo seco, con tal de venir y darle un informe certero, encargué a un cochero que trajera la mercadería a palacio.
—¿Hay garantía de que abra la caja?
—No, ninguna, me aseguré de sellarla lo suficiente para evitar fisgones.

La respuesta que él le había proporcionado a Giorgio parecía haberlo convencido en cierta forma, pero el gesto de molestia aún permanecía en su rostro. Él quería los dos cadáveres, no uno, y por más que el guardia haya tomado todas las precauciones necesarias para transportar el cuerpo, eso no minimizaba el hecho de que había cometido un error imperdonable.

Ambos se quedaron observando fijamente. Giorgio entrelazó sus dedos y colocó las manos sobre su regazo mientras movía ligeramente el pie de arriba hacia abajo.

—Te daré la opción de elegir.

Tras decir esto el guardia lo observó fijamente sin saber exactamente a que se refería, pero al volver a observarlo detalladamente, aunque Giorgio no hubiera dicho nada, entendió de inmediato que fue lo que trató de decirle.

—Te estoy dando esta oportunidad por todos los años de lealtad y de servicio, espero sepas valorarlo —dijo con voz grave, el guardia asintió mientras se ponía de pie.
—Muchas gracias por todo lo que hizo por mi.
—Buen viaje.

Y diciendo esto Giorgio le dio la espalda mientras su vista reposaba sobre los leños dentro de la chimenea que eran consumidos por el fuego. El guardia hizo una reverencia y salió del despacho, cuando estuvo un poco más lejos escuchó con claridad como Giorgio ponía el pestillo para evitar ser molestado.

En su camino a la salida se topó con Celine, que estaba en la sala leyendo un libro, y con Eleonor, que se encontraba sentada en la mesa del comedor mientras degustaba lo que parecía ser una crema de vegetales.

Al salir del palacio caminó a la garita de vigilancia que estaba en la entrada de las rejas, sus compañeros se encontraban jugando con una baraja de cartas, y en cuanto lo vieron lo invitaron a unirse, pero él declinó la oferta mientras guardaba sus cosas dentro del saco.

—¿Terminas temprano hoy, Sue?  —le preguntó uno de ellos, un muchacho que apenas se había unido y bordeaba los dieciocho.
—Partiré hoy.
—¿Otra vez? Pero si acabas de regresar.
—Lo sé, pero son órdenes del amo Giorgio.
—Bueno, que el viento te acompañe, ya jugaremos una partida cuando sea tu regreso.
—Adiós a ambos.

Los dos muchachos se observaron mutuamente, en cierta forma su superior era alguien arisco, y que daba mucho miedo, pero nunca rechazaba una buena partida de cartas y mucho menos salía de viaje en intervalos de tiempo tan cortos. Algo dentro de si les dijo que las cosas posiblemente no andaban bien, pero también sabían que si trataban de indagar más se ganarían una buena reprimenda.

Sue separó ligeramente las rejas y las atravesó, volvió a cerrarlas, y seguidamente comenzó a adentrarse cada vez más y más en el bosque. Finalmente, luego de algunos minutos caminando en las penumbras, se detuvo frente a un árbol gigantesco. Era su lugar favorito, cuando era cachorro iba constantemente a entrenar a la sombra de este, y ahora que estaba próximo a partir consideraba que era un buen lugar.

Comenzó a trepar por las pasadas ramas de los árboles hasta que finalmente llegó a la que estaba más alta de todas, una vez allí arriba se sentó sobre esta y observó a lo lejos. El cielo estaba despejado y la luna se encontraba llena. Rio, de alguna forma sintió que era el escenario perfecto.

—Bien, llegó el momento.

Sue tomó la bolsa que usaba para guardar sus pertenencias y cortó la tela donde estaba la soga, colocó sus objetos personales sobre una sección donde había muchas hojas juntas, y los recuerdos de toda su vida comenzaron a hacerse presente mientras hacia un nudo alrededor de la rama.

No tenía arrepentimiento alguno. Había sido el hombre más fiel que Giorgio pudo haber tenido alguna vez y estaba orgulloso de todas las atrocidades que había cometido, pero el simple hecho de ser consciente de que había fallado a su Dios era algo que no lo dejaba dormir por las noches, y que él le haya brindado la posibilidad de decidir su destino incluso al final demostraba que era un sujeto considerado que merecía que todos sus planes se hicieran realidad.




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