Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO XIX: La guarida del lobo.

FRONTERA DE MY — TRENT CAMINO AL PALACIO

El cielo se iluminó producto de uno de los relámpagos, luego, un rayo terminó impactando a lo lejos sobre un árbol, la parte superior de este terminó emanando una nube negra, y las aves que se resguardaban allí terminaron buscando refugio en otro lugar.

A lo lejos, en medio del sendero que para ese punto estaba lleno de lodo, se podía apreciar como un carruaje de madera oscura, que portaba el símbolo de un leopardo plasmado en un escudo de color azul, se iba acercando cada vez más y más.

El sujeto que estaba a cargo de dirigir a los híbridos por momentos gritaba para pedirles que continúen, los sujetos, quienes daban tropezones en medio del barro asentían y continuaban con su trayecto pese a que era poco probable que lograran avanzar con mayor rapidez.

Rier, quien se encontraba resguardado dentro del carruaje, removió ligeramente las cortinas para poder ver exactamente donde se encontraban, luego de que el cielo volviera iluminarse finalmente logró saber con exactitud cuanto faltaba, desgraciadamente la distancia todavía era considerable y el clima no parecía que iba a cambiar pronto.

Desde que había recibido aquella carta no había logrado conciliar el sueño. Incluso para evitar que hubiera más demoras en su llegada, se había visto forzado a contratar a otros híbridos y dejar a los que habían venido con él desde Wyrfell con el único afán de apresurarse.

—Mierda… —mascullo mientras sujetaba su cabeza con fuerza entre sus manos.

Sus piernas no dejaban de moverse con desesperación y el ligero temblor de su cuerpo únicamente se acrecentaba conforme escuchaba el traqueteo de las tablas del carruaje cuando uno de los híbridos tropezaba.

Empezó a respirar con fuerza. Algo no andaba bien. Podía sentir que lo que sea que Giorgio tenía que decirle no era algo bueno y lo único que rogaba en ese momento, era que su hijo estuviera a salvo.

—¿¡Cuánto falta!? —gritó a través de la pequeña ventanilla que daba al conductor.
—¡Estamos cerca, amo Rier! —respondió el sujeto mientras volvía a observar al frente cada tanto—. ¡Finalizando el bosque lograremos ver la aldea humana!

De pronto, antes de que pudieran seguir con aquella pequeña charla un rayo impacto en el tronco de un enorme árbol y este poco a poco comenzó a caer, los híbridos, que iban adelante del carruaje tuvieron que parar de golpe y tanto el cochero, como Rier que estaba en el interior, terminaron cayendo.

Aquel mensaje estaba escrito por puño y letra de Giorgio, incluso podía percibir su aroma en el papel, quizás Rier estaba siendo paranoico, y quizás... solo quizás, no había pasado algo malo. En verdad quería pensarlo, era la única forma de tranquilizar su alma, quería imaginar que todo estaba bien y que su amado hijo se encontraba a salvo.

Las lamparillas de aceite que estaban dentro del carruaje terminaron cayendo al suelo y dejó el interior en penumbras, Rier, que tardó un poco en reponerse, finalmente tomó asiento, el cochero que prácticamente había salido disparado al frente abrió la puerta dejando a la vista su silueta lodosa y proporcionó algo de luz al interior.

—¡Mi señor! —gritó con evidente preocupación— ¿¡Se encuentra bien!?
—Lo estoy —respondió mientras se ponía de pie y lo acompañaba afuera.

En cuanto salieron del carruaje pudieron ver como el tronco obstaculizaba el camino, y aunque quisieran poder apartarlo a penas lo suficiente para que el carruaje siguiera avanzando, aún con la fuerza que ellos tenían esto tomaría varias horas.

—Amo Rier, por favor espere dentro, trataremos de despejar el camino lo más rápido que podamos.
—Debo llegar pronto —dijo mientras abría los botones de su saco empapado—. Denme el alcance en My—Trent, iré al palacio de los Wolfgang.

Y tras decir esto, Rier comenzó a alejarse poco a poco en medio del frondoso bosque. De un solo saltó terminó llegando a las ramas, e impulsándose luego de pisar estas, como hacia en su juventud, comenzó a acelerar cada vez más y más y la aldea humana fue visible rápidamente.

Mientras continuaba al frente Rier se percató que de alguna manera My—Trent lucia diferente, no sabía con exactitud porque, pero había algo que no le estaba dando buena espina, ya que, aunque estuviera lloviendo a cántaros, la aldea humana e incluso la misma ciudad de los Hanouns jamás había sido tan callada.

Continuó al frente ignorando sus propios sentidos. Poco a poco los muros que separaban al palacio del exterior fueron haciéndose visibles, y aquella vegetación que las rodeaba hasta hace algunos meses atrás se había mostrado rebosante de vida, hoy no eran nada más que una mata reseca y amarillenta de plantas muertas.

—¿Amo Rier? —preguntó uno de los soldados al tenerlo frente a sí.

Su compañero, que se encontraba partiendo un pedazo de pan y colocando una lámina de queso encima alzó el rostro luego de escuchar aquel nombre.

—¿Dónde está Giorgio? —fue lo único que el rubio alcanzó a decir.

Los dos guardias se observaron con desconcierto, seguidamente, uno de ellos fue al interior del palacio, y abriendo las pesadas puertas, se introdujo en el interior para poder dar aviso a su amo.

—Tenga, use esto por favor —dijo el guardia extendiendo una sombrilla colocándolo prácticamente en sus manos, pero Rier inmediatamente se la regresó—. Puede pescar un resfriado si no lo usa.
—No lo necesito, lo único que quiero es ver a tu amo.

Aunque Rier pocas veces era descortés con los demás, en esta oportunidad no se sentía con las fuerzas suficientes como para tratar de tener un trato cordial, especialmente con la gente que lamía el suelo por donde Giorgio pisaba. Luego de ser rechazado el muchacho asintió e inmediatamente viró el rostro en dirección a la puerta del palacio, y para su fortuna, su compañero ya se encontraba de regreso.




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