Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO XXXIII: La caida.

A R G O N

Clematis se fue corriendo con dirección a la plaza. La vi alejarse poco a poco, y no pude evitar sentir un nudo en la garganta, ella había cambiado demasiado, era fuerte sí, pero ahora estaba dejando que su enojo dominara sus acciones, y eso podría traerle consecuencias fatales.

No quiero que ella se pierda, me dolería en el alma ver como aquella persona cándida, amable y bondadosa, muere. Desgraciadamente, la vida la estaba haciendo madurar a pasos agigantados, y todos los que hemos formado parte de su vida, en algún punto, hemos llegado a decepcionarla...

—¡Joven Argon! —uno de los guardias se acercó corriendo, traía la respiración entrecortada; poseía algunos arañazos y golpes por todo el cuerpo.

—¿Qué sucede? —le pregunté temiendo lo peor.

—¡Logramos vencerlos! —el muchacho sonrió de oreja a oreja, yo no pude evitar sentirme igual de feliz tras oírlo—. La regente Clematis está en la plaza, estamos planificando el ataque terrestre. 

—Voy para allá.

El joven asintió y partió nuevamente con dirección a la plaza. Yo tan solo me limité a observar los escombros del palacio. Miré al cielo, la nube espesa de humo color negro poco a poco venía desvaneciéndose, el fuego pronto cesaría, y los demás soldados que había afuera entrarían.

Al llegar a la plaza, vi a Clematis dirigiendo a los soldados para que resguardaran a los heridos dentro de algunas cabañas que seguían en pie, mientras que los demás aldeanos, trataban de controlar el fuego que se había provocado en algunas casas.

—Ayuden a los heridos y resguárdenlos dentro—dijo ella mientras iba sin parar de un lado al otro—. Los cadáveres llévenlos al centro de la plaza, luego los contabilizaremos y pediremos a sus familias que los identifiquen…

—Bien, jefe Lorek —el jefe de la guarda la observó luego de escucharla.

—¿Sí, señorita?

—Necesitamos idear una estrategia, el muro está apagándose, y tenemos gente herida, un ataque frontal no será la solución.

—Estoy de acuerdo, si atacamos frontalmente nos llenarán de agujeros.

—Podemos bordearlos —sugerí, ambos me observaron esperando una explicación más detallada—. Cerca al palacio hay una abertura, no es muy amplia, y está perfectamente camuflada por la vegetación, podemos escabullirnos por allí y atacar desde atrás, no se lo van a esperar. 

—Es arriesgado, estaríamos dejando a la gente herida a su merced.

—Argon tiene razón —Clematis observó al jefe, él aplastó los labios de manera lineal mientras la escuchaba—. Es la única forma, ellos están esperando que el fuego cese para entrar, si no nos adelantamos, estaremos en problemas.

—Entiendo su punto, pero somos menos. Quiera o no aceptarlo, nos superan en número.

—Confío en ustedes, sé que podrán —ella sujetó su hombro con firmeza, el jefe se seguía mostrando dubitativo.

—Pero... las armas.

—Hace trescientos años cuando Kyros decidió tomar las riendas del asunto y esclavizar a los humanos, lo hizo a puño limpio. No le importó que los humanos poseyeran armamento, pudieron derrotarlos —Clematis lo observó con determinación, él guardia suspiró pesadamente, sujetó su mano y asintió—. Sé que ustedes ahora se ven diferentes, pero poseen la misma destreza, agilidad e inteligencia que sus antepasados. Crean en sí mismos, así como yo creo en ustedes.

—De acuerdo, seguiremos el plan del joven Argon... pero quiero que tenga en cuenta que las cosas podrían salir mal, señorita.

—Creo que hablo por todos cuando digo lo siguiente, sería peor rendirse sin siquiera luchar.

El guardia sonrió, hizo una pequeña reverencia y fue con los demás para informarles el plan. Clematis, por su parte, se sentó en el suelo, se retiró el pedazo de tela que traía y observó su herida.

—Te curaré, espérame aquí —ella asintió, sujetó su brazo con fuerza y una pequeña mueca de dolor se hizo presente en su rostro.

Comencé a caminar en dirección a donde se encontraban los curanderos. Ellos al verme me brindaron los implementos necesarios para poder tratarla. Nunca había formado parte de una guerra, y el ver a tanta gente lastimada y con las manos manchadas de sangre, generaba un nudo en mi estómago.

—Extiende tu brazo —una vez que llegué hasta ella me agaché a su altura, comencé a limpiar la zona sangrante y llena de polvo, ella apretaba sus puños con fuerza en el suelo—, de alguna forma... esto me recuerda a cuando te encontré en el bosque.

—Lamento haber sido tan ruda antes.

—Descuida —le sonreí—. Es un poco difícil que puedas lastimarme.

—Gracias… por haber hecho tanto por mí durante este tiempo —en cuanto la observé ella desvió el rostro—. No quiero perder la oportunidad de decírtelo, sigo enojada por lo que hiciste, pero… quiero que tengas esto presente.

—Me harás llorar —respondí de forma exagerada, ella rio—. No tienes que agradecerme… creo que cualquier persona estando en mi lugar lo hubiera hecho.

—Te equivocas, no cualquiera me hubiera tendido la mano —contestó ella con firmeza mientras me observaba—, soy consciente de que otra persona en tu situación hubiera seguido de largo, pero… agradezco que hayas sido tú la persona que vi ese día.

—Oye, no hagas sonar esto como si fuera una despedida —le dije entre risas, ella sonrió de manera cabizbaja.

—Quiero pensar que ganaremos, pero soy consciente de que hay una enorme probabilidad de que no lo logremos. 

—Creí que confiabas en nosotros —enmarqué una ceja, ella sonrió.

—Lo hago, pero sé que la gente de Giorgio juega sucio. Para ser franca, no sé qué nos espera allá afuera, tan solo me queda creer en que lo lograremos.

—Lo lograremos... —le afirmé, Clematis asintió y esperó a que termine de curar sus heridas.

A decir verdad, ni yo me sentía lo suficientemente confiado. Era consiente de mis capacidades, la de los soldados entrenados por Lorek y la de los habitantes de Wyrfell; pero como bien dijo Clematis, la gente de Giorgio disfrutaba jugando sucio, eran completamente impredecibles.




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