Extinción, la resistencia avanza.

CAPÍTULO XXXIX: Descenso

NACIÓN DE DICO

El alba pasó y el sol poco a poco comenzó a emerger desde lo lejos, los guardias del palacio de los concejales se encontraban realizando el cambio de turno. Los nuevos vigilantes acababan de tomar asiento y esperaban tener un día aburrido, como era la costumbre, pero antes de que pudieran si quiera acomodarse del todo uno de ellos sintió como una piedra impactaba la base de su cabeza. Su compañero sujetó el objeto, y tras apenas unos segundos, recibió otro impacto directo en su mano, provocando una pequeña cortada que había comenzado a sangrar.

Ambos se dirigieron a las rejas que separaban el puente del palacio, y allí vieron como un enorme tumulto de gente se acercaba con furia hasta su dirección.

—¡Renuncia, Amorti! —escuchaba que gritaban desde atrás.

Los guardias que acababan de irse regresaron de inmediato a su posición, y los refuerzos no tardaron en aparecer. Sin embargo, la cantidad de personas entre: Hanouns, híbridos y humanos, e inclusive soldados de la guardia real de Dico, era tanta que poco o nada podían hacer para reprimir a la horda que se acercaba alzando picos, palas y antorchas.

—Informa al gran concejal —ordenó el capitán a su subordinado mientras trataba junto a sus compañeros que la reja no se viniera a bajo.

El cabo asintió con prisa e inmediatamente comenzó a correr al interior del palacio, en su camino se topó con los demás soldados que apenas se dirigían a la entrada, y en más de una ocasión, no pudo editar tropezarse.

Al subir los escalones se situó frente a la puerta del dormitorio del gran concejal, Amorti, quien apenas quien apenas venía despertando, luego de escuchar al soldado se tiró de la cama y corrió con prisa a uno de los balcones de la zona sur, una vez allí, vio a la gente reunida gritando, tratando de derribar las pesadas rejas que lo separaban del exterior.

—¿Qué está pasando? —volvió a preguntar mientras seguía observando al frente.

—Gran concejal… —masculló el muchacho torpemente—. El pueblo se ha rebelado, incluso hay guardias de nuestro ejército del otro lado buscando sacarlo.

Amorti observaba perplejo a la muchedumbre embravecida. No entendía que estaba pasando, había soldados, sus soldados, que Giorgio le había asegurado que debido a las amenazas, nunca se iban a revelar.

De forma rápida, una idea fugaz surcó su mente, tenía una mala corazonada. Dio media vuelta, y pasó corriendo al costado del sujeto que había venido a buscarlo. Al llegar a la habitación donde se encontraba el computador, sentía como sus manos temblaban de forma violenta. Una vez que estuvo frente a la pantalla trató de respirar para calmarse, pero eso resultaba en vano.

—Llamar a Giorgio Wolfgang —dijo con la voz entre cortada, la computadora no tardó en comenzar la llamada, y tras varios repiques, por fin la imagen de aquel Giorgio demacrado apareció frente a él—Dios Giorgio —dijo con prisa, sus palabras salían prácticamente atropelladas debido a la falta de aire.

No fue necesario que Amorti dijera algo más. Giorgio estaba desencajado por completo, como pocas veces se había mantenido callado desde que establecieron el contacto, eso solo podía significaba algo. El plan había comenzado a venirse abajo. De pronto, de un momento a otro Giorgio golpeó el escritorio. Alzó la vista, lo observó, y era la primera vez que lo veía de esa forma. Perdido.

—El juego terminó… —exclamó el gran concejal mientras se dejaba caer sobre el asiento, Giorgio lo observó con furia mientras se inclinaba al borde de la silla. 

—¡Aún nada está dicho! —dijo él mientras golpeaba el suelo con la planta del pie.

Amorti, incluso desde donde estaba, logró escuchar un sonido estridente, la reja que lo mantenía a salvo se había venido abajo y la gente embravecida estaba entrando al palacio de los concejales buscando su cabeza.

—Será mejor rendirnos —sugirió Amorti, tratando de apelar al sentido común de Giorgio, pero este lo observó como si hubiera perdido el juicio—. Si lo hacemos, quizás tengan piedad y logremos conservar la cabeza.

—Jamás cederé ante esos pueblerinos asquerosos —respondió con asco mientras se ponía de pie— ¡Soy el descendiente del gran Kyros! Este mundo es mío por derecho, no pienso dar mi brazo a torcer solo por esto. El plan seguirá tal y como lo tenía planeado, no te permitiré que renuncies, no ahora, Amorti.

—Entonces le deseo suerte —añadió Amorti mientras agachaba la cabeza—. Gracias por haberle permitido a este forastero que cruzó el mar formar parte de su plan, pero mi servicio termina ahora.

—¡Amorti, maldito débil! —Giorgio gritó mientras se acercaba al monitor— Eres una maldita escoria

—Usted y su padre le fallaron a Kyros —soltó finalmente tras una breve pausa, una sonrisa escapó de sus labios, al igual que las lágrimas que habían comenzado a surcar sus mejillas—. Él estaría muy decepcionado si pudiera verlos.

Giorgio comenzó a escuchar las pisadas de los pueblerinos afuera del cuarto donde se encontraba el computador, Amorti, observó hacia atrás y escuchaba como lo estaban buscando. Se mantuvo quieto observando sus piernas, y finalmente introdujo la mano izquierda dentro de su bolsillo, del interior extrajo un arma pequeña, y poco a poco situó la boquilla a la altura de su cien mientras seguía viendo un punto inexacto del suelo.

—¡Eso, huye como la rata cobarde que eres! —gritó Giorgio— ¡Debí haberlo esperado! Huiste de tu patria a este continente, y ahora vuelves a huir sin dar batalla.

Amorti, haciendo caso omiso a lo que Giorgio estaba diciendo, cerró los ojos con fuerza y deslizó el dedo sobre el gatillo. Los sesos de este terminaron impregnándose sobre el monitor y su cuerpo cayó hacia atrás en el suelo.

NACIÓN DE MY-TRENT

Giorgio finalizó la comunicación y comenzó a destrozar todo lo que había dentro del pequeño cuarto. Todo había comenzado a irse en picada y no lograba todavía entender que era lo que había pasado.




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