Extinción, nuestra última esperanza.

PRÓLOGO

En el año 2020 estalló la tercera guerra mundial. Hasta ese momento el planeta y todos sus habitantes, vivían una utopía, sumidos en una falsa felicidad, enfocados únicamente en sus problemas sin prestar atención a su entorno ni a lo que venía pasando.

La raza humana se encontraba en la cima del mundo. Ya no dependían de la naturaleza, ya que eran lo suficientemente capaces de construir cuanta cosa se propusieran para su beneficio. Definitivamente, aquella era una época donde el egoísmo de nuestra especie primaba por sobre el bienestar de los demás seres vivos.

Se dice que cuando todo inició, hubo ataques nucleares en diferentes zonas del mundo, principalmente, en aquellos lugares que antes se les conocía como las capitales de los países.

Debido a esto, el planeta se cubrió con una densa capa de humo negro, impedía respirar con normalidad. Los rayos del sol apenas lograban distinguirse en medio de aquel caos, y resultaba sumamente difícil diferenciar con exactitud el día de la noche.

Los que tenían la suerte de sobrevivir, o mejor dicho, la desdicha de hacerlo, sufrían de horribles deformaciones producto de la radiación. La piel se les caía a pedazos, y el dolor que sentían, muchas veces terminaba por matarlos. Incontables vidas se perdieron alrededor del mundo, vidas que quizás, pudieron haber sido salvadas, si tan solo los líderes  de cada país hubieran dejado su codicia de lado. Aquella maldita codicia que solo el ser humano puede poseer…

El planeta tierra se volvió un lugar hostil. La vida agonizaba. Ya no existía un solo rincón en donde no hubiera feroces batallas. La supervivencia era ahora una preocupación constante en los supervivientes. El tiempo de los habitantes del planeta tierra había comenzado a correr a pasos acelerados, tanto humanos como animales debían buscar la manera de sobrevivir en un mundo destruido. Un mundo, que ya no poseía ni un solo aliento de vida. Y que poco a poco se iba apagando. 

Ya no importaba tu sexo, tu edad, ni tus creencias. Todos fueron juzgados por igual.

Los ríos que aun poseían agua potable se contaminaron. Las cosechas de alimento murieron por culpa de la contaminación del suelo y de las lluvias ácidas. Los pocos animales que quedaban, comenzaron a morir uno a uno, y esto generó que la escases de alimento fuera incrementando con el paso de los meses.

Ante tal situación catastrófica, los líderes de cada país tomaron una decisión:

Se estableció un régimen alimentario semanal. Cada familia solo contaba con pequeñas raciones alimenticias. Las cuales, muchas veces, consistían únicamente en dos hogazas de pan y un poco de agua. Esto generó múltiples peleas y asesinatos entre los habitantes de un mismo país. Personas, que hasta hace poco, convivían en armonía sin siquiera conocerse unos a otros.

Ante el incremento de vandalismo por parte del pueblo, y con tal de mantenerlos bajo control. Se dio orden a las fuerzas armadas para que erradicaran a los revoltosos. Una medida cobarde por parte de los líderes de aquel entonces. Quienes no estaban dispuestos a arriesgar su comodidad con tal de ayudar a su pueblo.

Los meses pasaron, y para cuando ya no había nada más que perder. Fueron los mismos habitantes quienes decidieron tomar las riendas del asunto. Se alzaron en armas, e importándoles poco si morían en el intento. Unidos bajo un mismo grito de guerra, derrocaron a aquellos terribles mandatarios.

Era un todo o nada, su vida, o la de los demás.

Robaron el armamento necesario de las fuerzas armadas, y comenzaron a buscar lugares aledaños que poseyeran mayor cantidad de recursos. Hasta el más pequeño rincón del planeta se vio obligado a hacer lo mismo con tal de sobrevivir. Era un juego en el cual solo podría haber un ganador: Hermano contra hermano, país contra país. Aquel que superaba en armamento erradicaba al más débil, y aquel ciclo perpetuo continuaba en cuanto los recursos del lugar donde se encontraban, comenzaban a escasear nuevamente.

De aquellas ciudades pobladas, que alguna vez rebozaron de belleza y vitalidad, ya no quedaba rastro alguno. Tan solo existía el recuerdo de lo que alguna vez fue. Un recuerdo, que parecía muy lejano, ya que era algo que nunca más volvería a ser una realidad.

Siete meses pasaron desde que El Holocausto comenzó. Y si los pocos habitantes que quedaban, pensaron que lo peor ya había pasado, y asumieron que ahora podrían vivir con tranquilidad. Estaban completamente equivocados. Ellos no tenían ni la más remota idea de lo que vendría.

Los humanos de aquel tiempo fueron testigos de algo que jamás hubieran imaginado: De los rincones más oscuros del planeta, aparecieron animales erguidos en dos patas. Aquellos seres, descendían de los carnívoros que eran los pilares de la cadena alimenticia. Entendían nuestro lenguaje a la perfección. Poseían nuestro andar y caminar, pero, a diferencia de nosotros, ellos eran más rápidos, más fuertes, ágiles e inteligentes.

Aquellas criaturas, se autodenominaron Hanoun, que significa: Ni hombre, ni animal.

Las armas de guerra que poseían, no lograban dañarlos. Antes de que lograran defenderse, eran atacados, y los Hanouns, acababan con sus vidas con suma facilidad. Como si una pelea de niños se tratara.

Pese al esfuerzo y a la lucha que dieron. Todo fue en vano. Los Hanouns fueron aprisionándolos poco a poco, y aquello continuó hasta que finalmente, la raza humana terminó siendo cruelmente sometida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.