Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO I: Aniquilación.

C L E M A T I S

La suave brisa del viento comenzó a mover mi cabello al compás de su ritmo. Aquella sensación se sentía tan placentera, que cerré los ojos para poder disfrutarla en su totalidad. Y en cuanto lo hice, mis sentidos se agudizaron mucho más

Aunque sonara algo irreal, podía jurar que el viento me susurraba muy tenuemente. Y en aquellas lejanas palabras que emitía, sentía que me incentivaba a seguir con mi camino. Algo me decía que me aventurara a ir mucho más allá, y que dejara atrás mis miedos y preocupaciones. Algo, quería que caminara hacia adelante con la frente en alto.

En cuanto abrí los ojos, me topé nuevamente con el frondoso bosque que había frente a mí. De solo imaginar lo que me aguardaba más allá generaba que mis manos sudaran. Mi corazón golpeteaba con fuerza mi pecho. Mis piernas comenzaron a moverse de forma inquieta por inercia. Sentía miedo de adentrarme a aquel terreno inhóspito y desconocido. Incluso estuve a punto de retroceder. Pero mi contraparte, aquella parte valerosa que dormía dentro de mí, me decía que continuara y me atreviera a conocer más acerca de mi entorno.

Cerré los ojos nuevamente, inhalé una cantidad considerable de aire y poco a poco comencé a avanzar hacia el frente. Al llegar allí, lo primero que me recibió fue el trinar de algunas aves. Aquel sonido era el mismo que durante tantos años había escuchado a lo lejos desde mi hogar. Las busqué con la mirada. Necesitaba saber que colores y formas poseían. De pronto, como si ellas entendieran las ganas que tenía de verlas, algunas pasaron frente a mí, generando que sonriera. Sin duda, los colores que poseían eran hermosos y llamativos. No se comparaban en nada a las ilustraciones de los libros que solía leer.

El poder explorar esto me hacía sentirme plena, dichosa, y feliz.

Comencé a adentrarme mucho más haciendo a un lado la vegetación abundante del bosque. Transité por aquellos senderos inexplorados al punto que mis pies comenzaron a dolerme. Pero eso no me importó en lo absoluto. La dicha que sentía en aquel momento lograba aminorar cualquier tipo de dolor o malestar que pudiera sentir.

Luego de deambular por bastante tiempo, escuché un sonido lejano. Algo que hasta ahora no había oído. Mis piernas aceleraron su paso de forma automática. Corría cada vez más y más rápido. Como si algo me viniera persiguiendo. Al llegar al final de aquel sendero, mi corazón comenzó a palpitar con fuerza debido al trayecto que corrí. Me vi obligada a respirar de forma pausada para lograr calmar mi respiración.

Un inmenso matorral me separaba de aquel sonido. Mis manos temblaban conforme las extendía hacia el frente. Conté hasta diez, eso siempre me había calmado cuando me encontraba ansiosa. Y luego, retiré las hojas que obstaculizaban mi visión.

Al hacerlo, hermoso paisaje fue revelado ante mí: El verdor del pasto ligeramente crecido transmitía una paz inimaginable, el cielo despejado mostraba el sol brillando en lo alto, iluminando todo cuanto estuviera a su paso.

En cuanto miré a la izquierda, pude ver el emisor de aquel ruido en particular. Se trataba de un pequeño riachuelo. Al acercarme, visualicé algunos unos peces pequeños seguir la corriente. Sonreí, me retiré el calzado que traía y me introduje allí. Ni siquiera me importó que la basta de mi vestido se hubiera empapado. Sentir la corriente acariciar mi piel de aquella forma era increíble.

Me senté en el borde y me jugueteé con el agua, las gotas salían disparadas por doquier, algunas incluso, terminaban impactando en mi rostro. Estuve tanto tiempo dentro, que mis dedos ya se encontraban arrugados.

Para cuando salí de allí, caminé en dirección a una pequeña colina. Esta se hallaba envuelta por muchas flores de color blancas, como si alguien hubiera puesto una manta encima. Me senté un poco más alejada para evitar pisotearlas, y me recosté sobre el pasto. Me vi forzada a entrecerrar los ojos ya que el sol comenzó a lastimarme la vista. Estiré mi mano, como si mi intención fuera tocarlo, y una vez que este literalmente cabía en mi palma, la cerré. Inhalé el exquisito aroma que aquellas flores poseían, y no pude evitar soltar algunas lágrimas. Diversas emociones me envolvían en ese momento y generaban que me estremeciera.

¡En verdad estaba aquí afuera!

No paraba de repetirme eso una y otra vez. Jamás pensé que disfrutaría tanto este tipo de cosas. Hasta ese momento, la había pasado encerrada. Recluida, en un lugar donde lo que primaba era la oscuridad absoluta. Teniendo como única compañía la tenue luz de las velas.

«Clematis… Clematis»

Escuché mi nombre provenir de alguna dirección. Esto me puso en alerta. Lentamente, me puse de pie y caminé por los alrededores sin encontrar nada. No había ni una sola persona. Eso no tenía sentido. Estaba completamente segura de que alguien me había llamado.

De pronto, todos los sonidos de mí alrededor pararon de golpe. Observé el riachuelo, pero este había detenido su curso. Los peces, que hasta hace un momento se encontraban nadando allí, ahora flotaban muertos sobre el agua, la cual poco a poco se fue tiñendo de color rojo cual sangre.

«Clematis… Clematis»

Esta vez, el sonido vino desde mis espaldas. Me giré rápidamente. Y allí, parado donde antes no había nadie. Pude apreciar la silueta de un hombre en la parte más alta de la colina. Él apretaba fuertemente los puños a cada lado de su cuerpo:

Su cabello era de color negro y le llegaba hasta los hombros. Incluso desde la distancia donde me encontraba, uno se podía percatar de que era una persona sumamente alta. Su espalda era amplia, pero su contextura no era demasiado robusta ni tampoco delgada. Además, poseía un porte de fuerza, seguridad y soberbia.




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