Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO IV: En la boca del lobo.

Z E F E R

La habitación donde ambos nos encontrábamos quedó sumida en silencio. Lo único que generaba un poco de ruido en esos momentos, era el canto de algunas aves que se encontraban reposadas en el marco de la venta.

No podía salir de mi asombro. Mi boca se encontraba semi abierta producto de la sorpresa. E incluso podía jurar, que la quijada se me había descolocado por la impresión. De manera automática, una sonrisa nerviosa se fue materializando en mi rostro, la cual terminó convirtiéndose en una sonora carcajada, lo suficientemente fuerte para ser escuchada en la primera planta del palacio.

Equivocadamente, pensé que todo se trataba de una broma elaborada de mi padre. Pero, en cuanto me percaté que su semblante se mantenía apacible, sumado a que me observaba como si hubiera perdido el juicio. La sonrisa que poseía se terminó desvaneciendo. Mi ceño se frunció y la cólera que sentía aumentó paulatinamente en mi interior.

—¿Qué? —le pregunté, dándole una última oportunidad de rectificarse. Él simplemente se encogió de hombros, así que me sujeté con firmeza del posa brazos de la silla, y clavé mis garras con profundidad en la madera—. Espera —bufé—. Estás tratando de decirme que yo, Zefer Wolgang ¿Debo de comprometerme con esa criatura de tan bajo nivel?
—Tú acabas de decirlo —dijo con calma mientras brindaba una nueva calada a su pipa.
—¿Has pedido el juicio? —me coloqué al borde de la silla y lo observé con dureza, él ni siquiera se inmutó ante esto— Ella tendría que estar en los campos arando la tierra hasta que sus manos y pies sangren —Giorgio blanqueó los ojos y esto me enfureció aún más— ¡No la quiero ni como juguete! Es una criatura asquerosa, repugnante, inútil e inservible —solté con asco y él negó con la cabeza—. El simple hecho de saber que ella se encuentra a unas puertas de distancia me genera nauseas.
—Mi querido hijo —me respondió de forma socarrona a la par que soplaba el humo de su pipa en mi dirección—. Míralo de la siguiente forma, la muchacha no es fea, digo, en comparación a la gente que vivía en esa aldea. Sus rasgos faciales son algo fuera de lo común, su cuerpo no está nada mal —añadió con particular interés, como si aquello en verdad me importada— ¿Qué más quieres? —preguntó— Te he conseguido una mujer sumisa, idiota, y fácil de domar.
—¡Me importa una mierda! —grité mientras golpeaba el escritorio, la fuerza que empleé fue tal, que la madera crujió bajo mi puño—-. No pienso comprometerme con ella. 
—Lo harás —exclamó de manera calmada—. Yo lo estoy ordenando —realizó énfasis en esto último—. No estoy pidiendo tu permiso ni nada por el estilo.
—¡Déjate de bromas! —golpeé nuevamente con fuerza el escritorio provocando que el tintero cayera al suelo y se rompiera en varios pedazos—. Escúchame bien. Padre, jamás tocaría a esa humana. No la quiero —Giorgio apoyó el mentón sobre su palma y me observó con aburrimiento. Era claro que no le importaba nada de lo que tuviera que decirle— ¿Por qué Jaft no se compromete con ella? Si para ti es importante, que se quede con él, se la regalo envuelta y con un moño.
—Jaft no puede comprometerse con ella. 
—¿Por qué no? —me crucé de brazos y me acomodé en el asiento—. Es lo más lógico ¿No? el futuro jefe de nación necesita algo «invaluable»
—No, Zefer, yo tengo otros planes para Jaft —él se puso de pie y se acercó al enorme ventanal—. Jaft debe de comprometerse con una noble de nuestra casta. Ya sabes, una muchacha culta, de buena cuna —con cada palabra que él soltaba, me sentía cada vez más y más indignado—. No puedo permitir que el futuro líder de la nación cargue con una humana inculta.

Sus ojos ambarinos me observaron de forma atenta, en ellos podía distinguir notoriamente un brillo codicioso.

Esto era el colmo. Siempre tenía que cargar con cada locura que se le ocurriera. A decir verdad, Giorgio dejaba mucho que desear como padre. Jamás había tenido un gesto de bondad, amabilidad, o de cariño conmigo. Ni siquiera cuando era cachorro lo vi comportarse alguna vez así conmigo. Todo siempre era por y para Jaft.

—Velo de la siguiente manera, hijo —acotó mientras se alisaba el saco—. Hasta que Jaft muera y tú logres tomar su lugar como líder, pasará mucho tiempo —tras decir esto, me observó en tono burlón—. Así que, dispones de mucho tiempo para poder domarla a tu antojo.

No pude soportar escucharlo durante más tiempo. Me levanté furioso de la silla haciendo que esta cayera hacía atrás y salí por la puerta dando un fuerte golpe. Esto era completamente denigrante. Yo era un Hanoun, heredero directo del gran Kyros ¿Por qué debía de cargar con la inútil existencia de una humana?

—¿Cómo se atrevía? —dije a la nada mientras caminaba dando fuertes pisadas— ¿Cómo puede concebir la idea de que me casaré con ella?

Por más que trataba de imaginar que era lo que rondaba por la mente de Giorgio, me resultaba imposible hacerlo. Le daba mil vueltas al asunto, pero ni una simple respuesta se asomaba por mi mente.

En cuanto llegué a mi habitación, cerré la puerta con fuerza. Estaba asqueado del aroma que ella poseía. Pese a las paredes de mármol, su pestilencia lograba colarse entre las bisagras y llegaba hasta mi nariz.

—Criatura despreciable —caminé hasta mi cama y me tiré encima, el colchón se hundió por el peso que empleé. Giré en mi sitió y le di la espalda a la puerta. Apreté los puños a cada lado y coloqué mi brazo derecho sobre mis ojos.

Bueno, si mi «amado padre» quería que jugara, lo haría. Jugaría con esa humana. Haría que se arrepienta de haber pisado este lugar. Haré que decida irse por pie propio, ya sea por la puerta, o acabando con su patética existencia. Después de todo, Giorgio no me ordenó que fuera amable con ella.




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