C L E M A T I S
Sus brazos se mantuvieron rodeando mi cuerpo durante mucho tiempo. Aunque quizás, tan solo fueron algunas fracciones de segundos los cuales sentí eternos. Traía la mente en blanco. No pude evitar sonrojarme, no estaba acostumbrada al contacto físico de un varón, si se podría catalogarlo a él así. La única persona del sexo opuesto que me había abrazado de esta forma era mi hermano.
Finalmente, cuando Argon me soltó, me dedicó una amplia sonrisa, aquella que era tan característica en él. Yo me limité a corresponder el gesto mientras trataba por todos los medios de regularizar mi respiración.
Quizás, no solo me sentía tan acelerada por el abrazo. Él me hacía sentir de una forma extraña. Durante este breve tiempo, me brindó la sensación de que era parte de mi familia, me recordaba un poco a mi hermano.
—¿Estás bien? —me había quedado petrificada por lo que hizo, y su voz fue lo que me trajo nuevamente a la realidad.
—Sí... —bajé la mirada y observé el nudo que hice en la bata—. ¿Cómo está usted?
—¿Usted? —río y negó con la cabeza—. No tienes que ser tan formal conmigo, Clematis. Puedes llamarme por mi nombre.
—Lo siento... —sonreí, y luego acomodé uno de los risos que había caído por mi frente—. Es solo que us... —negué con la cabeza al ver su ceño fruncido—. Es que, bueno. Tú, eres un Hanoun de la familia real y pues... como comprenderás, siempre me enseñaron a tenerles respeto.
—Te entiendo —dijo mientras revoloteaba mi cabello—. Pero al menos conmigo, no tienes que preocuparte por tantas formalidades —tras decir esto se recostó sobre el marco de la puerta—. Yo, te estoy concediendo el permiso para que me llames por mi nombre, y no aceptaré un no por respuesta —dijo con un dejo de falsa ofensa en su voz.
No pude evitar emitir una pequeña carcajada. Hasta ahora, Argon había sido el único Hanoun que me había demostrado amabilidad. Era completamente diferente a Giorgio, Zefer o los esclavistas de la ciudad. Ellos esperaban que todo el mundo agachara la cabeza y besaran el suelo por donde pisaban, tan solo por haber nacido en la raza dominante. En verdad fui una tonta. No debí huir, dejé que el miedo que sentía por el sueño que tuve controlara mis acciones, y aquello me terminó arrastrando a la situación donde ahora me encontraba.
—¿Puedo pasar? —me preguntó sin borrar aquella sonrisa en su rostro.
—Ah... Sí. Lo siento, fui grosera —dije nerviosa. Tuve que sujetar mis manos y colocarlas detrás de mi cuerpo ya que estaban temblando ligeramente—. Tan solo déjame encender la lámpara.
Argon asintió, y luego de dejar la puerta abierta, imagino que para evitar cualquier tipo de malentendidos, ya que ahora yo estaba «comprometida», caminó en dirección a la cama y se sentó. Inmediatamente, me dirigí hacia el escritorio que estaba cerca de la ventana, tomé la caja de cerillos, prendí uno de ellos, y acerqué la pequeña flama hacia la boquilla de aceite. La tenue luz iluminó la instancia. Y cuando volteé a verlo, este dio unos leves golpeteos a su lado para indicarme que fuera y me sentara junto a él.
—Es un lugar un tanto oscuro ¿No lo crees? —me preguntó mientras observaba al suelo. Yo, por mi parte asentí y coloqué mis manos sobre mi regazo— Puedo preguntarte ¿Qué pasó? —dijo, y volteó a observarme— Cuando regresé por la tarde a la cabaña de la señora, tú ya no estabas. Estaba completamente angustiada porque no sabía dónde te habías metido.
—Lo siento… —suspiré, luego sujeté una de las hebras de mi cabello—. Es solo que…
—No confiabas en nosotros ¿No es verdad? —yo me limité a sentir sintiéndome avergonzada. Él tenía razón— ¿Puedo serte franco? —volví a asentir— Me duele que no confiaras en mí después de lo que hice. Pero, en cierta forma, creo que es algo completamente natural. Soy un extraño, y no solo eso, sino que a ti te enseñaron que no confiaras en mi especie… supongo que es algo normal.
—No sabes cuánto me arrepiento de esa mala decisión que tomé, Argon —lo dije de forma genuina y él sonrió de lado—. Es solo que… es como tú dices, siempre me enseñaron a no confiar en ustedes… y aunque suene horrible de mi parte decirlo, tenía miedo de que me pudieran hacer algo malo.
—Lo importante… —él colocó una de sus manos sobre la mía y la aprisionó ligeramente—, es que te encuentras bien —en ese instante sentía deseos de llorar— ¿Qué pasó contigo? ¿Cómo fue que terminaste aquí?
—En cuanto escapé de la cabaña… caminé por el bosque, tenía pensado llegar a las montañas, ya que es un lugar que es frecuentado muy poco —conforme hablaba, sentía una opresión generarse en mi garganta, Argon, acarició con suavidad mi espalda para darme fuerza—. Todo iba bien, lo juro. Pero cuando me paré a tomar agua… me topé con una Hanoun y su hijo. Ellos llevaban una carreta con una jaula, y dentro de esta, había muchas híbridas.
Tras decir esto, algunas lágrimas escaparon y surcaron de mi rostro y Argon me rodeó con uno de sus brazos. Acarició mi cabeza, como si yo fuera una niña pequeña, y me escuchó en silencio mientras seguía consolándome.
—Ellos... me aprisionaron y me colocaron un collar de metal que tenía dos brazaletes unidos con una cadena —respiré con dificultad y proseguí—. Luego, me metieron dentro de esa horrible jaula, las híbridas trataron por todos los medios de calmarme... pero yo me sentía tan mal en esos momentos, que no quise escucharlas.
—¿Te llevaron a la subasta de esclavos? —me preguntó.
—Sí, ellos dijeron que me venderían —volví a llorar con amargura al recordarlo—. Me hicieron cosas horribles, Argon —él acarició mi espalda para darme fuerza—, el simple hecho de pensar... en lo que me pasó allí me hace sentir completamente humillada. Incluso vieron mis... —hipé producto del llanto—vieron mis partes íntimas, y luego de hacerlo dijeron que me venderían como dama de compañía ¿Qué es eso?
—Una dama de compañía... —suspiró y pasó saliva, al parecer era un término bastante incómodo para poderlo explicar. Se separó y sujetó mis manos mientras realizaba pequeños círculos sobre estas—. Es una persona que sirve de compañero sexual al postor, es decir, alguien cuyo único propósito es cumplir los deseos sexuales de su amo. Escúchame —me observó directamente a los ojos mientras sujetaba mi rostro, obligándome de esta forma a mirarlo—. ¿Por eso Giorgio te compró?, ¿Te ha tocado?, ¿Te hizo algo que tú no querías hacer?
—No, el amo Giorgio no me hizo nada.
—Menos mal... —suspiró mientras colocaba una mano sobre su pecho—. ¿Entonces?, ¿Por qué te compró?
—Pero miren lo que trajo el viento, si es el mismísimo Argon.