Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO VIII: Descubrimientos.

C L E M A T I S

Vi como el muchacho comenzó a perderse en medio de la muchedumbre. Al sentirme observaba por el resto de invitados, opté por retirarme, la ceremonia importante ya había finalizado, así que mi presencia en esa fiesta ya no era indispensable.

En mi camino, más de una me miraba por debajo del hombro, incluso algunas de las Hanouns habían buscado la forma de hacer que tropezara, ya sea poniéndome el pie, o dándome un empujón adrede. Los comentarios desdeñosos contra mi presencia tampoco hicieron esperarse. La gran mayoría celebrara el hecho de que mi aldea hubiera sido erradicada, y esto lo hacían en voz alta, como para que medio salón se enterara y acotaran algo aún más hiriente.

Soporté mucho. Demasiado diría yo. Por momentos la vista se me nublaba y deseaba llorar lo que me quedaba de trayecto, pero si en ese preciso instante me quebraba, les daría en la yema del gusto, y eso era algo que no podía permitirme. No entendía porque si eran gente tan culta y educada bajo estrictos protocolos, se comportaban de esta manera.

Al llegar a mi habitación, me deshice del incómodo vestido y me tiré sobre la cama. Me coloqué de lado, observando a la ventana y dejé que la luz de la luna fuera mi fiel acompañante en esa velada.

Después de ese día, las semanas comenzaron a transcurrir con rapidez. Era increíble el pensar que ya estaba por cumplir un mes desde que mi vida cambió drásticamente. Un mes, en el cual dejé atrás ese pequeño hogar donde vivía, el cual era al único mundo que conocía. Ahora, todo era completamente diferente. Se había cumplido mi sueño de caminar bajo el celeste cielo y el de disfrutar de ciertas cosas del mundo exterior. Pero el precio a pagar había sido demasiado alto.

No era libre. No era feliz. Había salido de un encierro oscuro para ir a caer en otro, el cual era mucho peor. La libertad que tanto anhelaba era una burda fantasía que poco a poco se fue desintegrando, dejando tras de aquellos sueños infantiles desperdigados por el suelo como si se trataran de las cenizas de una fogata. La realidad me alcanzó y se encargó de brindarme un golpe abrupto y doloroso.

No había momento en el cual no dejara de pensar en mi madre y mi hermano. Aquella herida sangrante que dejó su partida se mantenía abierta y latente en mi corazón, y simplemente se negaba a cerrarse por completo. Soñaba con ellos, los recordaba con dolor, ya que por más que buscara mil y un maneras de recordarlos de otra forma, simplemente no podía. Su imagen, sus voces, y los recuerdos que dejaron conmigo era lo único que me quedaba.

Es por eso que la hora de dormir ya no representaba para mi únicamente un método de descanso, sino que se volvió un premio, ya que en mis sueños podía verlos y pasar tiempo con ellos, y aunque las horas se escurrieran de mis dedos, al menos conseguía escapar de esta cruda realidad donde estaba envuelta. Aunque era consciente de que, en cuanto abriera los ojos, ellos ya no estarían allí para mí.

—Señorita Clematis —Meried golpeó la puerta y yo aparté despegué la mirada de la ventana. Al concederle el permiso, ella entró e hizo una pequeña reverencia.
—¿Qué sucede? —pregunté mientras me levantaba de la silla del escritorio— ¿Ya es hora de almorzar?
—No señorita, aún falta un poco para que la cocinera termine el almuerzo —ella se dirigió al ropero y sacó dos vestidos, los extendió en mi dirección y opté por el que era de color morado—. El amo Giorgio me mandó a decirle que hoy llega la prometida del amo Jaft, necesita su presencia en la entrada del palacio para el recibimiento.
—¿Es algo obligatorio? —pregunté y me sentí tonta al hacerlo, si Giorgio había dado la orden, claramente era obligatorio— Perdón, aún no me acostumbro a los protocolos que ellos poseen.
—Es entendible, usted es una... humana —dijo con cautela mientras dejaba la prenda sobre la cama— ¿Desea que la ayude con el corsé?
—Soy humana —dije con calma y sonreí—, no temas decir lo que soy, no es algo malo, o eso creo —reí de forma nerviosa y ella apretó los labios de forma lineal.
—Por lo general, en las familias que son regentes de naciones, se acostumbra recibir a los invitados en la entrada —Meried me ayudó a colocar el camisón blanco interno y luego colocó el primer faldón sobre mi cintura—. Es una tradición que se remonta a los inicios de la dinastía Wolfgang. 
—Su historia es bastante larga y complicada.
—Para serle franca, se tanto como usted pueda saber, lo único que se me han enseñado son los protocolos.
—¿A qué edad llegaron ustedes aquí?
—Cuando teníamos siete años —Meried se posicionó delante de mí y acomodó la tela que iba a la altura del escote, ella era un poco más alta que yo, por lo que pude ver a la perfección como un gesto melancólico se posicionó en su rostro—. Nuestra madre vivía en la aldea humana, pero... al ser híbridas, hembras sobre todo, fuimos separadas al llegar a esa edad, ambas terminamos siendo tomadas por los esclavistas.
—¿Giorgio las compró? —pregunté, y ella se encargó de negarlo, caminó hacia estar detrás de mí y comenzó a ajustar las tiras del corsé.
—La señora... Lyra fue quien nos encontró a las dos semanas. Ella por lo general paseaba en el pueblo con el amo Jaft, nos vio en las jaulas y decidió comprarnos.
—¿Lyra? —pregunté— ¿Es la madre de Zefer y Jaft?
—Así es —el ambiente se volvió un poco tenso, parecía que a Meried no le gustaba hablar mucho sobre ella—. Era una Hanoun muy hermosa, si bien, el amo Zefer se parece bastante al amo Giorgio, los ojos que él tiene son iguales a los de ella. 
—¿Puedo preguntar qué le pasó?
—No puedo decirlo, perdóneme, señorita Clematis —ella se separó y me indicó que su trabajo había culminado—. Hay algunas cosas que no pueden decirse o deben recordarse en este palacio.




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