Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XII: La ciudad perdida.



Z E F E R

Desde que Giorgio se fue a Velmont había experimentado una sensación de paz innigualable, como nunca en la vida. En definitiva, este mes estaba siendo el más gratificante que he tenido durante toda mi vida.

Jaft se la pasaba enfrascado en asuntos de la nación, se levantaba temprano y terminaba muy entrada la noche. Eleonor no se me había acercado después de esa conversación que tuvimos, para cuando yo regresaba de la aldea ella ya se encontraba durmiendo.

Sin embargo, había algo que me aquejaba. Por alguna extraña razón, desde que la humana enfermó ese día, no había dejado de pensar en el nombre del sujeto ese. Había cierta opresión dentro de mi pecho que me hacía creer que estaba enferno, mi apetito había cambiado, no sentía deseos de comer, y me estaba costando dormir sabiendo que ella se encontraba en la cama de junto. Inmediatamente fui a ver al doctor de mi familia, pero luego de que me revisara a fondo y me dijera que me encontraba en perfectas condiciones, desheché la idea.

Busqué acercarme a ella, ni siquiera sé porque lo hice, simplemente actué por inercia, pero ni bien me veía a medio metro suyo practicamente corria en dirección contraria y se encerraba en la biblioteca, y esta situación se repetía cada vez que nos cruzabamos. La única manera en la que podía verla era cuando iba al jardín y trepaba el árbol, ya que este daba en dirección a la biblioteca.

Su desplante me hacía sentirme molesto. La había ayudado de forma completamente desinteresada, y ni así me dio las gracias. Me evadía como si tuviera algún tipo de enfermedad.

—Debes estar demente —me dije una vez que me di cuenta frente a donde me encontraba.

De un momento a otro había llegado a la biblioteca, ni siquiera sé como pasó, para cuando me di cuenta ya me encontraba aquí. Y sabía que ella estaba del otro lado, mi sentido del olfato me lo había dicho desde hace mucho.

Sujeté el picaporte de la puerta, pero no fui capaz de abrirla; alejé mis dedos y volví a colocar los puños a cada lado de mi cuerpo.

Escuché como algunos libros cayeron dentro, y fue en ese momento que entré pensando que se había desmayado o algo. Ella, al escuchar como la puerta se abrió, volteó a observarme, sus manos se encontraban resguardando su cabeza, y en el suelo, pude ver un tomo pesado de un libro de historia junto a unos libros más pequeños por alrededor.

Me acerqué en silencio, ella no dejaba de observarme; tomé los libros y analicé los títulos que tenía escritos al frente. Eran los libros que a mí más me gustaban, estos relataban batallas épicas que ocurrieron en la rama Wolfgang luego de la tercera guerra mundial de los humanos.

—Toma —le dije, y ella bajó lentamente los peldaños de la escalera diminuta de madera.

Su espalda se encontraba erguida y sus músculos tensos. Recordé la sensación de su piel desnuda contra mi cuerpo y me estremecí, me vi obligado a desviar la mirada hacia otro lado, y luego opté por colocar los libros sobre la mesa.

—¿No vas a responder? —le pregunté ante su quietud y ella elevó los ojos con inquietud.

No planeaba sonar demasiado rudo, pero mi voz salió de forma severa por inercia. Pude percatarme como ella comenzó a temblar ligeramente. Sus grandes ojos color rojizos me observaron y sentí algo muy dentro mío, aquella sensación particular no la había sentido hasta ahora, era como un hormigueo que surgía desde mis piernas y se instalaba en mi estómago.

—Estaba... buscando esos libros. Lo siento, no fue mi intención tirarlos, es solo que una araña se puso en mi mano y... me asustó —sus dedos se entrelazaron y los posicionó al frente de sus piernas, ella se tambaleaba de adelante hacia atrás ligeramente—. Espero no haberlo ofendido con eso.
—Interesante —exclamé, y ella volvió a mirarme—. ¿Sabes leer? —le pregunté con un deje de diversión. Me resultaba increíble que ella supiera hacerlo, era humana y sobre todo, mujer. 
—Si se leer, mi señor —capté un ligero temblor en su voz. Algo que siempre que pasaba cuando se encontraba bajo mi presencia.—. Mi madre... me enseñó cuando era pequeña.
—Ya veo —al acércame un poco más ella apegó el mentón a su pecho—. Tranquila, no te haré nada —quizás mi respuesta la tomó por sorpresa, pero pese a que hablaba enserio en ese momento, ella no bajó la guardia—. ¿Te interesa la historia de los Hanouns?
—Sí—sujetó sus brazos y con suma delicadeza, comenzó a frotarlos un poco y volví a sentir ese hormigueo—. En realidad, he leído varios libros de aquí, pero ninguno habla acerca de... del porque comenzó la guerra entre los humanos hace tiempo.
—No hay información acerca de eso —tras mi respuesta, me miró con un poco de decepción—.Todo se perdió cuando estalló la guerra, los libros que ves aquí son recopilaciones realizadas por Hanouns escritores, así que, como comprenderás, no encontrarás nada acerca del origen de la guerra de los humanos.
—Ya veo... —ella mordisqueó ligeramente sus labios y luego emitió un sonoro suspiro.

Estos quedaron humedecidos por su lengua, se tornaron más rosas de lo normal, y aunque detestara aceptarlo, se veían apetecibles. Al acortar la distancia entre ambos aspiré su dulce fragancia, mi interior se llenó de aquel aroma adictivo. Ella dejó de temblar y elevó la mirada al percatarse que la estaba observando directamente. Mi mano fue por inercia hacia su mentón y lo sujetó con firmeza. Ella se sonrojó, observó a la puerta y a mí, finalmente, volvió a morder su labio inferior y aquella extraña sensación volvió a mí.




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