Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XIII: Chivo expiatorio.


CIUDAD PERDIDA DE DEMARRER.

Los rayos del sol acariciaron los edificios destruidos, algunas aves comenzaron a surcar el cielo en dirección al norte. La ciudad se hallaba en aparente calma, salvo por algunos ruidos provenientes de las infraestructuras destartalada. A primera vista uno podía observar una ciudad destruida y deshabitada, pero aquello no podía estar más lejos de la realidad. Allí, oculto, donde nadie podía verlo se hallaba Demarrer, la cuna de los humanos, la única ciudad liderada en su totalidad por esta especie.

Los megáfonos comenzaron a retumbar en los parlante de la ciudad oculta, y esto simbolizaba para quienes vivían allí, el inicio de un nuevo día. Los residentes fueron despertando poco a poco de su descanso dispuestos a comenzar un nuevo día. Al salir de sus casas, más de uno se saludó de forma cordial y amistosa, ya que, al ser un pueblo pequeño, quien menos se conocía.

Pasaron unas horas, pero las actividades fueron pausadas momentáneamente al oír tres campanazos provenientes del templo. El edificio poseía una estrella en la cúpula y los enormes vitrales de colores adornaban el exterior de la misma. En ese momento, todos, sin excepción, comenzaron a caminar hacia aquel lugar para dar inicio a su ceremonia habitual.

El templo representaba para los habitantes un oasis para su alma. Las sacerdotisas eran las encargadas del mantenimiento y el cuidado de ese pequeño espacio. Ellas, poseyendo una amplia gama de conocimientos, realizaban diversos favores a los residentes, tales como: rituales curativos, para poder sanar a la persona ante cualquier eventualidad que surja; cánticos y plegarias para los fallecidos, en donde hacían partícipes de toda la comunidad sin excepciones para que despidieran al difunto, y por último, ellas eran las encargadas de mantener la paz y la tranquilidad en Demarrer.

Las puertas, anticipando la cantidad de gente que asistiría se encontraba abierta, así que bastó que el primero que llegara empujara con delicadeza la fría superficie de madera para que el resto pudiera entrar. Los asientos comenzaron a llenarse, e incluso la concurrencia fue tal, que la gente comenzó a hacer fila afuera, esperando de esta forma que pudieran escuchar las palabras de su líder y sacerdotisa, Phyalé.

El templo era considerablemente grande, estaba elaborado de madera, la cual fue trabajada con sumo cuidado por los mejores maestros carpinteros de los que disponían. Si uno alzaba la mirada hacia el techo, podía ver como unas largas escaleras de caracol ascendían en dirección a la cúpula donde residía la campana. Las ventanas poseían vitrales en tonalidades verdes, azules y rojas, y, finalmente, si uno prestaba la debida atención, podía percatarse de que el único lugar diferente del resto era el centro, que estaba compuesto por mármol blanco y poseía una flor dibujada en la superficie.

Las sacerdotisas que se hallaban ya en ese punto exacto comenzaron a cantar, sus voces angelicales fueron elevadas y el espacio parecía haberse teñido de un aura completamente diferente. Desde la parte superior comenzó a descender una mujer que poseía unas rastas de color fucsia, su cabello era tan largo que le llegaba hasta las rodillas. Ella, poseía ojos de color azul, que eran resaltados por un maquillaje dorado que estaba colocado sobre sus parpados y sobre algunas partes de su rostro; Su nariz era pequeña, respingada, y colgando de esta se podía apreciar con nitidez un aro de oro con incrustaciones de joyería. Poseía una vestimenta sencilla conformada por una capa color marrón, la cual cubría su cuerpo en totalidad y no dejaba apreciar su pequeña silueta debajo.

Al percatarse de que ella se encontraba descendiendo las escaleras, todos, incluyendo aquellos que se encontraban en los exteriores, comenzaron a elevar las manos en el aire en su dirección. Phyalé descendía las escaleras a paso airoso, con el mentó bien en alto. Sonrió a los presentes y dejó a la vista sus blancos dientes, los que se hallaban en la primera fila incluso derramaron algunas lágrimas al tenerla tan cerca de si. Phyalé era la representación de Shaktvi, su deidad en la tierra, así que creían firmemente en que ella intercedía por ellos. Aquella mujer les brindaba paz, tranquilidad y sosiego.

—Hermanos míos—habló ella de manera pausada, la potencia en su voz fue tal, que el eco llegó a ser escuchado incluso afuera—. Es hora de agradecer a la diosa Shatkvi por todas las bendiciones que nos ha dado—todos asintieron en conjunto.

Phyalé comenzó a encorvarse de forma que su cabeza quedara ubicada justo a la altura de la estrella de la cúpula, sus compañeras se sujetaron de las manos y cambiaron la melodía por una un poco más armónica. La líder de las sacerdotisas comenzó a emitir unos sonidos extraños, hablaba en un dialecto diferente, algo que ninguno de ellos había escuchado antes. Derramó algunas lágrimas en el proceso, y quien menos no pudo evitar sentir como ella en ese momento estaba siendo tocada por la diosa, quien la hacía derramar aquellas lágrimas para limpiar sus pecados.

—¡Dad gracias hermanos! —al volver a su posición inicial, ella cerró los ojos con fuerza mientras extendía los brazos abiertos en su dirección—. La Diosa ha hablado, y me ha dicho que re afirmemos nuestra fe. Esta triste —confesó con la voz entrecortada—, le duele el ver que no todos están entregando el corazón de forma correcta —apretó sus labios en forma lineal y prosiguió— ¿Acaso no fue ella quien nos trajo la libertad? —dijo a medida que comenzaba a agacharse, y una vez que estuvo al ras del suelo, comenzó a besar la fría superficie.
—¡Shaktvi nos liberó! —gritaron todos al unísono, sintiéndose preocupados porque su Diosa, por alguna razón, se había ofendido.
—Entonces, elevemos diariamente nuestras plegarías hacia ella. Seamos agradecidos, no provoquemos su ira, porque si esta cae sobre nosotros, la vida como la conocemos desaparecerá sin más.
—¡Nunca le fallaría a Shatvi! —gritó uno desde la parte trasera e inmediatamente aquel grito fue secundado por el resto.
—¡Gracias Shatkvi por todos los regalos que nos das!—exclamaron en conjunto aquellas personas.
—Recordemos, queridos hermanos, que estamos en un mes de celebración —dijo Phylaé quien comenzó a caminar para ser escuchada por todos—. Este es un mes en el cual conmemoramos nuestro aniversario número veintitrés. Por eso las ofrendas deben ser mayores, solo así nuestra diosa volverá a sentirse plena y feliz.
—¡Viva Shatkvi! —gritaron nuevamente.
—Pueden ir en paz hermanos y hermanas mías.




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