Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XV: Clematis.

Z E F E R

Pocas veces en mi vida había sentido tanto miedo como ahora.

Clematis se retorcía en mis brazos de forma alarmante; pataleaba, gritaba y lloraba. Y yo, lo único que podía hacer en ese momento era sujetar fuertemente su cuerpo para evitar que se hiciera más daño.

Acariciaba su rostro y le hablaba, esperando que de esta manera se lograra tranquilizar un poco, pero eso no pasó. No sabía que hacer, no lograba encontrar alguna manera de ayudarla. El charco de sangre comenzaba a expandirse cada vez más, empando por completo mi camisa blanca a un tono carmesí.

Al alzar la vista vi a William en estado de shock. No mese movía, tenía el rostro desencajado, simplemente nos observaba mientras temblaba.

Seguí gritando por auxilio y al bajar a observarla ella me observó con desconcierto, y… sin miedo. Era la primera vez que no veía temor en su mirada.

—Tengo… sueño —exclamó sin fuerzas mientras notaba como su mirada se iba apagando cada vez más y más.

La vitalidad de sus ojos se estaba esfumando por completo y yo no podía hacer nada para impedirlo.

Inevitablemente la muerta de mi madre vino a mi mente. En cuanto vi mis manos llenas de sangre no pude evitar pensar en esos últimos momentos, la sensación de culpa que hasta el día de hoy había arrastrado volvió y me golpeó con fuerza en el rostro.

Pero ahora la situación era completamente diferente, cuando asesiné a mi madre lo hice cegado por la ira, había sido manipulado por Giorgio a tal punto que no me frené a reconsiderarlo. No pedí auxilio, no rogué porque siguiera con vida. En cambio, ahora quería que ella viviera, no deseaba que dejara este mundo terrenal.

No quería que Clematis muriera.

—¡Clematis! —oí que William gritó, y al verla, la vi con los ojos completamente cerrados.

En un reflejo atípico comencé a besar sus mejillas, su frente, inclusive deposité un casto beso sobre sus labios. No me importó que su hermano nos estuviera mirando.

—Debo salvarla —dije en un susurro e inmediatamente tomé su cuerpo y comencé a correr escaleras abajo.

—¡Ayuda, por favor! —sentía como mi garganta se partía en dos por la fuerza que empleé al gritar.

La observé y tanto su cabeza como sus brazos caían a cada lado sin fuerza alguna. En ese instante, una pequeña gota cristalina cayó sobre su mejilla y siguió su curso hasta perderse en su cabello, luego… apareció otra más, y fui incapaz de frenar lo que lo estaba causando.

Estaba llorando por su causa.

—¡Captúrenlo! —escuché como la voz de una mujer retumbó las escaleras una vez que llegué allí.
—Por favor... ¡Ayúdenla! —grité con desesperación, caí de rodillas al suelo y les extendí su cuerpo.

Nunca antes había pedido un favor, jamás me había arrodillado por nadie, únicamente por ella. No quería que muriera, no quería que ella también se fuera. El tener este tipo de sentimientos me contrariaba, volvía a mi mente un caos. Quería escuchar su risa así fuera a lo lejos, quería verla disfrutar su lectura desde el árbol del jardín, quería seguir percibiendo su aroma cerca de mi.

—Por favor... —volví a repetir con la voz entrecortada sintiendo un nudo en esta—, ella... ella está muriendo con cada minuto que pasa, ayúdenla. Por favor.
—¿Por qué habríamos de ayudarte? —preguntó una de las cuatro mujeres de túnica marrón— Asesinaron a Phyalé, ustedes... criaturas asquerosas —exclamó con odio mientras me observaba.
—Él no hizo nada...

La voz de William se escuchó desde mis espaldas, las mujeres voltearon a observarlo, y este no tardó en posicionarse justo a mi lado con los brazos cruzados. Justo en ese momento, los guardias lo rodearon y le pusieron las esposas.

—Yo fui quien asesinó a Phyalé —soltó sin más, ni siquiera parecía la misma persona que vi hasta hace tan solo unos minutos—. El Hanoun que ven trató de detenerme, pero cuando me abalancé sobre él, la humana se puso en medio y salió herida en el proceso.
—¿Lo que dice es verdad? —me preguntó otra de las mujeres, observé a William y el me indicó con la mirada que dijera que sí, así que lo hice. 
—Tenemos que auxiliarla —respondió otra que hasta el momento se había mantenido callado.
—Pero Trya... 
—Anmari—la nombrada la observó—. Les recuerdo que al morir Phyalé, yo he pasado a ser la sacerdotisa en jefe. La ayudaremos—ellas asintieron en conjunto luego de escucharla.
—Llevémoslos al templo, preparen el equipo especial de emergencias —presurosas las mujeres comenzaron a descender una a una—. No contamos con mucho tiempo—dijo la tal Trya mientras depositaba sus ojos sobre mi—. Tráela. —me levanté y me acerqué hacia ella, le dio una fugaz mirada, pero esta no fue alentadora—. Podemos salvarla... —la esperanza volvió momentáneamente a mi cuerpo—, pero ella no volverá a ver por ese ojo, fue destruido.

Levanté a Clematis con delicadeza y me dirigí escaleras abajo, y en cuanto salimos de la carceleta comenzamos a correr en dirección al templo. En el camino los habitantes me observaban curiosos, y murmuraban entre ellos, pero no faltaron las personas que comenzaron a lanzarme objetos únicamente por ser un Hanoun sin importarles que ella pudiera salir aún más lastimada.

Al llegar a nuestro destino Trya les indicó a los guardias que esperaran con William en las afueras del lugar, la facilidad con la que no solo esos sujetos obedecían si no también las mujeres de ropa extraña acataban las órdenes era algo raro de ver, jamás había visto a un humano tener tal poder de influencia en el resto.




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