DEMARRER:
Trya recitó algunas palabras más, y luego le pidió a los presentes que guardaran un minuto de silencio.
Ella agachó la cabeza y observó hacia el piso, los aldeanos la imitaron. Toda la ciudad se encontraba en completo silencio, lo único que podía escucharse era el agua cayendo en forma de cascada por la fisura de la parte superior.
Algunas aves trinaban a lo lejos, y el sonido de los faroles eléctricos emitía un pequeño sonido de vez en cuando. De pronto, las aves que se escuchaban callaron, y el silencio absoluto reinó el lugar. El suelo comenzó a temblar generando que algunas casas se sacudiesen, los vidrios de estas estallaron, la gente se alarmó, ya que las luces comenzaron a parpadear dejando todo a oscuras, y los habitantes se abrazaron unos a otros asustados. Luego de algunos minutos, por fin todo se detuvo.
Zefer inmediatamente observó la urna porque tenía miedo de que el vidrio hubiera estallado, pero, al hacerlo quedó estupefacto. Clematis lo estaba observando desde el otro extremo del cristal, su ojo izquierdo aún se mantenía cerrado, pero algunas lágrimas de color carmesí recorrían sus mejillas. Alarmado llamó a Trya, y esta corrió hasta posicionarse justo a su lado.
—¡Sáquenla de la urna! —su voz temblaba, aún no daba crédito a lo que estaba mirando.
Con la ayuda de los cargadores lograron levantar el pesado cristal, y cuando este fue depositado a un lado, ante la mirada atónita de todos, Clematis se fue sentando lentamente sobre la superficie donde se encontraba, y comenzó a observar a todos. Zefer, inmediatamente, se puso de rodillas y comenzó a acariciar su rostro con añoranza, ella, al sentir su tacto, dirigió nuevamente su vista a él.
—¿Clematis? —musitó bajo, él esperó una respuesta de ella, pero esta nunca llegó—. ¿Qué sucedió? —le preguntó a Trya mientras la observaba— Pensé que estaba muerta.
—No lo sé... —Trya aún no lograba salir de su asombro, ella estaba allí sentada, derramando lágrima tras lágrima, pero con una expresión completamente neutral.
Con temor, tomó su muñeca y sintió su pulso, este era bajo, pero era perceptible.
—No tiene sentido, ella no tenía pulso—observó a Zefer, y este pasó saliva—. Llevémosla devuelta al santuario.
Zefer la tomó entre sus brazos y Clematis no dejaba de observarlo curiosa, pero tal era su cansancio en ese momento que se dejó llevar sin oponerse. Al bajar del taburete, los aldeanos la con sorpresa, algunos incluso comenzaron a decir algunas frases incomprensibles, al parecer era un tipo de rezo, el que normalmente recitaban cuando se realizaban las ceremonias por la mañana.
Caminaron a paso veloz, pero claramente, Zefer procuraba que su andar no fuera demasiado brusco, ya que no quería lastimar su cuerpo. Al llegar al templo, Zefer, Trya y las demás sacerdotisas ingresaron y cerraron la puerta, Anmari activó el interruptor e inmediatamente la escalera subterránea volvió a aparecer.
En cuanto llegaron abajo, Zefer depositó suavemente e Clematis sobre la camilla, ella se había quedado dormida en el trayecto. Trya, por su parte, acercó el medidor cardíaco y lo conecto a ella, las ondas en la pantalla negra se fueron elevando y marcaron el ritmo de su corazón.
—No lo puedo creer... —Trya llevó una mano a su boca producto de la sorpresa, miró con deteniendo el medidor como si buscara alguna respuesta allí, pero pese a que lo meditaba en silencio, ninguna respuesta lógica llegaba a su mente—, la máquina no había detectado pulso ¿Cómo es posible esto? ¡Ella ya estaba muerta cuando la desconectamos!
C L E M A T I S
Sentía mi cuerpo completamente helado.
Estaba ida, no tenía ni la más mínima idea de donde me encontraba, ni mucho menos sabía quien era yo.
Al mirar al frente pude ver una luz blanca, esta logró cegarme por completo. Una extraña sensación de calidez comenzó a envolverme, aquella atípica sensación era algo que nunca había sentido hasta ese momento.
En cuantos mis ojos se adaptaron a aquel resplandor, decidí caminar hacia adelante hasta llegar al final, pero antes de que pudiera cruzar completamente escuché que alguien me llamaba desde atrás.
—Clematis...—aquella voz era la que anhelaba oír desde hace meses.
Giré sobre mis talones con rapidez y vi a mi madre allí de pie, ella tenía una inmensa sonrisa plasmada en su rostro, sus brazos se encontraban extendidos, ellos me invitaban a aproximarme hacia donde se encontraba.
—Hija mía... —ella comenzó a llorar, y yo también hice lo mismo.
Corrí hacia ella, la abracé con fuerza. Mi madre depositó suaves besos sobre mi cabeza, y yo me acurruqué cual niña pequeña entre sus brazos.
—Mamá... —exclamé con dificultad, sentía como un nudo se formaba en mi garganta—, mamita, te extrañé demasiado...
—Lo sé, pequeña... —sus brazos me apretaron con más fuerza.
Esta vez todo se sentía diferente, percibía su calor corporal, era como si volviera a estar físicamente cerca a ella. Aunque… al caer en cuenta de esto solo me hacia caer en cuenta de que… yo estaba muerta...
No sabía como había llegado a este punto.
—No debes estar aquí —escuché que me dijo, y yo me despegué de su cuerpo.
—¿No te hace feliz verme? —pregunté, pero ella negó con la cabeza.
—Aún no es tu momento —exclamó, y enseguida una ventisca me apartó de sus brazos—. Jamás me apartaré de tu lado…
Fue lo último que alcancé a escuchar.
Mi cuerpo comenzó a caer hacia un punto inexacto, la nada absoluta me envolvía. Luego de varios minutos llegué al fondo, lo supe porque mi espalda tocó una superficie terrosa. Me puse de pie, y al hacerlo, oí disparos, gritos, y dos metales chocando entre si. Tapé mis oídos para que la bulla cesara, y afortunadamente esto pasó, pero aquel ruido dio paso a un grito agudo, el cual retumbó en cada rincón de mi mente.