Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XXVIII: Remembranzas del pasado - Parte I

NACIÓN DE MY — TRENT

Los primeros rayos del sol comenzaron a infiltrarse por las ventanas, Giorgio, quien se encontraba aún descansando sobre su cama no pudo evitar colocar una mueca de desagrado en cuanto la luz proveniente de estas dio directo en sus parpados. Se maldijo para sus adentros, antes de irse a dormir se había olvidado por completo de cerrar las cortinas de su habitación.

Giró hacia el lado contrario y se tapó con las sábanas hasta la cabeza. Aunque antes de que si quiera pudiera contemplar la idea de volver a dormir, esto se volvió algo impensable, poco a poco un dolor punzante dentro de su cabeza se fue acrecentando y ni siquiera el que tuviera los ojos cerrados en ese momento lograba brindarle algo de consuelo.

Tomó asiento al borde de su cama y apretó su cabeza con ambas manos, la presión que ejerció fue tal que incluso sus garras se clavaron sobre el cuero cabelludo. Algunas hileras de sangre comenzaron a formarme y recorrieron sus orejas hasta finalmente perderse en el cuello de su camisa.

«Giorgio...» —escuchó una voz siseante llamarlo e introdujo con más fuerza sus garras en el cuero cabelludo.

Por más que trató de ignorar el llamado de aquel ser fue en vano. Cada vez que aquel monstruo aparecía dentro de su mente terminaba arrastrándolo a un vórtice de inconciencia y locura.

Se mantuvo quieto durante mucho tiempo y ni siquiera se percató de las heridas que se provocó para parar de cierta forma el dolor de cabeza. Sabía a la perfección que debía detenerse, pero simplemente no podía hacerlo.

En medio de aquella lucha mental donde se encontraba alguien lo llamó desde el otro lado de la puerta, los golpes en la madera fueron suaves, a penas para indicar que alguien se encontraba al otro lado, pero Giorgio en esos momentos sentía como si hubieran usado un mazo.

—¿Qué quieren? —estaba tratando de tranquilizar su respiración, pero el que lo molestaran no contribuía a eso.
—Mi señor, el desayuno está servido en la mesa ¿Desea que se lo traiga a su habitación?
—El día de hoy no comeré nada —le respondió a la sirvienta de mala gana—. Escucha, no quiero ser molestado, así que no vengan a interrumpirme. Solo vengan a molestar si alguno de los que vive acá se está muriendo.
—Sí. Mi señor...

Escuchar los pasos alejarse pos el pasadizo le trajo cierta paz mental, así que aprovechó el momento para ponerse de pie y caminar en dirección a las cortinas para poder cerrarlas. Inmediatamente la habitación se volvió oscura, tal y como a él le gustaba. Caminó hacia una gaveta y de esta sacó una cantimplora metálica, la removió ligeramente para que el líquido dentro se mezclara, y tras tres movimientos desenroscó la boquilla y bebió el líquido del interior.

A penas dio un par de sobos un chirrido constante apareció dentro de su cabeza, aquel ruido lo molestó de tal forma que tiró la cantimplora a un lado para volver a sujetar la zona que había lastimado hace poco.

Se sentía mareado, la habitación había comenzado a darles vueltas así que tuvo que reposar el cuerpo sobre el escritorio que tenía cerca. Comenzó a caminar con sumo cuidado hacia su cama, y una vez que estuvo cerca, se tiró encima del mullido colchón y enterró el rostro en la almohada.

Pero nada funcionada. El ruido dentro de él no cesaba, era como si el mundo entero estuviera gritándole al oído.

—¡Basta! —gritó mientras se removía con brusquedad— ¡Sal de mi cabeza! 

Y casi como si aquello que lo aquejaba obedeciera, el chirrido desapareció y de esta manera, su cuerpo comenzó a relajarse hasta el punto en que cerró los ojos y cayó profundamente dormido.

 

H A C E   3 0   A Ñ O S:

Algo que aprendí desde que tenía uso de razón era a estar siempre atento a lo que sucedía en mi entorno.

Mi padre era un Hanoun hostil, a quien no le temblaba la mano al momento de hacer cumplir las normas. Desde pequeño las exigencias que me impuso fueron enormes, un cachorro más débil en mi lugar hubiera muerto al poco tiempo, y vaya que vi gente morir a lo largo de mi infancia.

La rutina que él manejaba siempre era la misma, por las mañanas, aproximadamente a las ocho en punto, siempre sus pisadas comenzaban a retumbar por los pasadizos en dirección a mi habitación.

Mi cuerpo aprendió a levantarse por inercia. No importaba lo cansado que estuviera, no importaba la cantidad de heridas que tuviera, si no lo recibía de la forma que a él le gustaba lo pagaba caro.

—Bien, veo que ya estás despierto.

Me mantuve de pie con las manos hacia atrás y la mirada al frente. Odiaba que lo mirara, siempre me decía que mi rostro le recordaba a mi despreciable madre.

Madai pasó por mi lado y se sentó sobre mi cama mientras sujetaba mi bastón, me observaba desde atrás, y yo de forma disimulada me encargué de ocultar las heridas producto de los grilletes que tenía en las muñecas.

—Ayer lo hiciste muy bien, Giorgio —dijo a mis espaldas y sentí cierta sensación de orgullo, pero no era prudente demostrárselo—. Si sigues entrenando de esta forma, puede que en un futuro seas un buen regente.
—Gracias. Mi señor, es un honor servirle.
—He decidido llevarte a un lugar un tanto especial, deberías agradecer mi enorme corazón —soltó de pronto y yo asentí enérgicamente
—No existe regente más dadivoso que usted.

Al escuchar esto Madai soltó una pequeña risotada para posteriormente ponerse de pie, sujetó su bastón, y la parte final de este me dio un leve empujón hacia el frente para que avanzara en dirección a la salida.




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