Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XXVIII: Remembranzas del pasado - Parte II

Así como la fiesta comenzó rápido terminó en un santiamén, poco a poco los invitados se fueron marchando cuando el alba ya estaba presente en el horizonte y únicamente cuando ya no quedaba nadie decidí marcharme a mi habitación.

A llegar me tiré sobre la cama mientras colocaba los brazos detrás de mi cabeza. Lo único que podía hacer en esos momentos era pensar en Lyra, ella se presentó ante mi como una aparición, la más sublime y bella aparición que alguna vez pude haber visto.

Era un ángel que había descendido del cielo guiada por el mismo Kyros para que apareciera en mi camino. Por primera vez en lo que llevaba de vida me emocionaba la idea de cortejar a alguien, deseaba saber cuales eran los gustos que ella poseía, las cosas que le gustaban y a que dedicaba su tiempo libre.

Me obsesioné con ella de una forma enfermiza. Mandé a mis guardias a seguirlas para saber hasta la más mínima cosa que pudiera servirme para que ella me aceptara por completo, no solo por el cargo o estatus que yo manejaba.

Luego de algunas semanas de seguimiento ellos descubrieron que aparentemente ella amaba leer, así que en un completo impulso mandé a construir una biblioteca que estuviera lleno de libros de pies a cabeza donde ella pudiera pasar sus tardes.

Lo único que me faltaba era encontrar una manera de presentarme ante ella e invitarla a pasar una tarde en el palacio. Jamás había estado tan nervioso en mi vida. Necesitaba calmarme, no podía demostrarme demasiado ansioso o ella huiría de mí, así que, en un intento por tranquilizar mi mente opté por dirigirme a la frontera de Velmont para poder pensar con mayor tranquilidad las cosas.

Al llegar, vi a un sujeto debajo del árbol, aparentemente estaba durmiendo. Hasta ese punto no hubiera habido nada de raro, pero en cuanto vi su cabellera rubia me puse inmediatamente en alerta

Me acerqué con cautela, lo observé con desconfianza y ya estando a una distancia considerablemente prudente pude reconocerlo, Madai me había enseñado los suficientes cuadros de la familia Hanton como para saber de quien se trataba, era nada más y nada menos que Rier Hanton, el futuro regente de Velmont.

No se veía como alguien peligroso, no era como mi padre lo pintó todos estos años, luego de cruzar un par de palabras con él pude descubrir incluso a una persona entretenida, inclusive podría decir que era inteligente, no como yo claro está, pero poseía un conocimiento tan amplio como el mío.

Comencé a tomarle cariño, nuestra relación amical se volvió muy fuerte. Si bien ambos éramos Hanouns de familias diferentes, compartíamos muchas similitudes en cada aspecto de nuestra vida, y eso fue lo que quizás logró que dejáramos en un principio las diferencias de lado y diéramos paso a nuestra amistad.

Con el pasar de los meses uno se volvió el apoyo del otro, la soledad con la que siempre convivimos se esfumó. Las tardes al pie de ese árbol tuvieron un significado completamente diferente.

Pero tampoco podía ser tan confiado. La salud de Madai empeoraba gradualmente y esto me podría volver un blanco fácil ya que Rier en algún momento si buscaba traicionarme podría usar a su favor el que pronto sería el nuevo regente.

Luego de un mes, en una tarde en particular donde las hojas de los árboles ya eran de color naranjas, mi padre me mandó a llamar a su habitación. Era la primera vez que entraba en toda mi vida.

El cuarto era oscuro, como las paredes, las cortinas eran tan negras que ni siquiera el más mínimo rayo de sol lograba proporcionar algo de luz al recinto, lo único que alumbraba la instancia era una lampara de aceite que estaba ubicada al lado de la cama.

—Giorgio —él me llamó y solo en ese momento me di cuenta de que no estaba solo.

Madai era más un despojo que un Hanoun, había bajado tanto de peso que los músculos se le habían encogido tanto que la piel más parecía un saco con el que lo envolvieron; sus pómulos sobresalían, y hasta podía jurar que su cabello caía sobre la cama con cada movimiento que daba. Este ya no era el imponente Madai Wolfgang que alguna vez fue, era solo su osamenta que aún mantenía un aliento de vida.

—Toma asiento —me ordenó y yo asentí mientras me posicionaba justo al lado del Hanoun anciano que lo acompañaba.
—Giorgio, te presento a Polakov —ante la presentación, mi padre hizo una pequeña pausa para que pudiera tomar una bocanada de aire—. Él es mi mano derecha, cuando muera, él será quien te ayudará y te guiará en cada paso que des. Polakov, preséntate tú mismo, me siento demasiado cansado como para continuar.
—Como ordene, mi señor —Madai se acomodó aún más sobre su cama, tomo un pañuelo y tosió con fuerza sobre este—. Amo Giorgio, soy originario de Prechild, pero soy el nuevo regente de Dico, le he servido a su padre por muchos años. Espero serle útil a su causa.
—Estoy seguro que serás de utilidad —como si mis palabras hubieran sido un premio para él, el anciano esbozó una amplia sonrisa mientras volvía a tomar asiento.
—Es momento de que pongas a prueba todo lo que te enseñé, Giorgio —tras decir esto Madai volvió a toser—. Polakov, llévalo al despacho y explícale todos los detalles.
—Como ordene.

Luego de dar la orden ambos nos marchamos de la habitación y Madai aparentemente comenzó a descansar. Era increíble pensar que aún estuviera vivo, hace mucho debió de haber muerto.

 

Polakov detuvo su caminata y esperó que yo lo guiará, inmediatamente me coloqué delante de él y fui marcando el camino por donde debíamos ir. Siendo franco estaba demasiado ansioso como para tratar de disimularlo, era la primera vez que mi padre me daba acceso a su oficina y por lo que dijo, podía intuir que él estaba preparando algo grande y ahora quería que yo fuera el encargado de cumplir con esa misión.




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