Extinción, nuestra última esperanza.

CAPÍTULO XXVIII: Remembranzas del pasado - Parte III

Luego de que todo pasó tuve que esperar pacientemente. Aún no era el momento indicado para comunicar oficialmente el deceso de mi padre, ya que sería obligado a realizar la ceremonia de paso de cargo, y lo que menos podía permitir en estos momentos era que Rier se enterara.

El mismo día del asesinato mandé a llamar a Polakov, él apresuró sus pendientes en Dico y partió inmediatamente a My—Trent. En cuanto llegó le pedí que me pusiera al tanto de la situación, las instrucciones que había dejado luego de mi viaje ya habían sido implementadas y las modificaciones pertinentes se estaban realizando.

Pero había un problema, Heros aún no mandaba una respuesta a mi carta y esto nos impedía tener acceso a las minas de vidaleons para continuar con la fabricación de las municiones.

¿En verdad era tan tonto como para arriesgarse a perderlo todo?

—Mi señor —Polakov me habló luego de que me quedara callado por algunos minutos—. No es que quiera ser un impertinente comentándole esto… pero el cuerpo del amo Madai ha comenzado a pudrirse y despide un aroma bastante nauseabundo.

Observé como Polakov comenzaba a respirar por la boca debido a la pestilencia. Al no poseer un sistema del olfato agudo ni siquiera me había percatado de la peste que emergía del cuarto de mi padre.

—¿Te molesta ese pequeño olor? —le pregunté con sorna.
—A decir verdad, si me permite ser honesto… —Polakov se removió ligeramente en su asiento—. Seré viejo, pero tengo el olfato de un joven, y ni bien entré al palacio esta mañana, pude saber exactamente de dónde venía el cadáver por el olor.
—Está bien —volqué los ojos, me puse de pie, salí de la habitación para llamar a dos sirvientes.

Al igual que Polakov podía ver como entreabrían los labios para poder respirar, los híbridos se acercaron hasta donde me encontraba y luego de hacer una reverencia aguardaron mis indicaciones.

—Saquen el cadáver y métanlo en un costal.
—¿No lo llevaremos al mausoleo, amo Giorgio?
—No —respondí de forma escueta—. Para poder meterlo dentro del mausoleo deberíamos romper el sello de la entrada y mandar a fabricar una nueva es demasiado trabajo.
—¿Entonces donde lo pondremos? —preguntó uno de ellos.
—Entiérrenlo cerca de la entrada del bosque, y luego manden a las de limpieza. Quiero todas las cosas fuera de la habitación el día de hoy.
—Sí, mi señor —respondieron al unísono antes de marcharse.
—Creo que está demás decirlo, pero quiero absoluto hermetismo ¿entendido?
—Desde luego, despreocúpese, amo.

Cuando abrieron la puerta del cuarto un enjambre de moscas emergió desde adentro, los sirvientes tuvieron que retirarse la camisa que traían puesta para atarla en su rostro y disimular de alguna forma la peste.

Desde la entrada observé todo el movimiento que hacían, Polakov estaba a mi lado y cada cierto tiempo lo veía tener arcadas en cuanto el aroma llegaba a su nariz. Lo que quedaba de Madai fue tirado dentro de un costal al igual que la ropa de cama, y en cuanto ellos se marcharon, subieron las encargadas de la limpieza y lo primero que hicieron fue ordenar a otro grupo que sacaran el colchón y lo incineraran a las espaldas del palacio.

Poco a poco la habitación se fue quedando vacía. Polakov y yo aprovechamos esto para regresar a mi despacho y continuar con nuestra charla. La cabeza había comenzado a dolerme.

—¿Se siente bien, amo Giorgio? 
—Solo son dolores de cabeza —le resté importancia al asunto mientras observaba una pila de papeles—. Necesito que escribas algo por mí y lo entregues al tipo que entrena a las vylas.

Polakov tomó una hoja en blanco y el tintero con la plumilla, yo aproveché para introducir mi mano dentro de la gaveta y sacar una cantimplora de metal, desde esa vez que Lyra me había recomendado hacer esa mezcla de hierbas le había hecho caso, aunque claro, rebajaba el gusto horrible que estas tenían con un poco de macerado de licor.

Tras beber un sorbo considerable el dolor desapareció casi por completo. Polakov aguardaba mis órdenes, así que luego de dar una gran bocanada de aire comencé con mi dictado.

 

 

—Dentro de dos días a partir de la fecha, se ejercerá la celebración en honor al compromiso oficial de Giorgio Wolfgang, con la noble de su casta, Lyra Wolfgang. Se invita cordialmente a todos los regentes de la nación que se encuentren en las cercanías, a la recepción que tendrá lugar en el palacio. Y a aquellos que se encuentren lejos, esperamos sus felicitaciones y posteriores visitas.
—¿Lyra Wolfgang? —Polakov despegó el rostro del papel tras oírme— ¿No era ella la hija de los ejecutados?
—Sí —sonreí mientras reposaba mi rostro sobre la palma de mi mano. Polakov hizo una pequeña mueca de desagrado, pero inmediatamente se encargó de borrarla—. Polakov, espero que no me estés cuestionando —enmarqué una ceja, él palideció.
—¡No! Desde luego que no, mi señor.
—Bien, yo sé porque hago las cosas. No me gustaría que nadie cuestione mis decisiones.
—¡Jamás lo haría señor! —contestó inmediatamente y con seguridad—. Si usted me dijera que la luna es la que brilla en el cielo durante el día, le creería.
—Me alegra oír eso, Polakov —sonreí dejando a la vista mis colmillos y él hizo lo mismo— ¿Terminaste de escribir? 
—Sí, mi señor.
—Entonces, llévaselo al encargado de las vylas.

Estaba jugando mis fichas del juego en el orden correcto para que nada pudiera salir mal. Conocía demasiado bien a Rier y estaba seguro de que en cuanto se enterara de la noticia, vendría corriendo para impedirlo, y esta sería la oportunidad perfecta para matar dos pájaros de un tiro. Alejaría a Lyra de su lado, y tras la estupidez que estaba apunto de cometer su padre lo mantendría aún más vigilado.

—¡Mi señor! —al cabo de unos minutos, Polakov regresó corriendo.




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