Z E F E R
Desde que descubrí el secreto de Giorgio di inmediatamente aviso a Rier. Fue verdaderamente difícil hacer llegarle la información, Giorgio estaba sospechando de cada paso que daba, y aunque no quisiera ser paranoico, había una enorme posibilidad de que él se hubiera dado cuenta que faltaban aquellos papeles en ese cuarto secreto.
Aunque él no lo supiera, sabía que le prohibió al entrenador de vylas que cualquier tipo de carta que estuviera bajo mi nombre saliera, y claramente, esto significaba que no podía escribirle a Clematis, y si es que ella me había estado mandando cartas, estas jamás me eran entregadas.
Me vi en la obligación de buscar mensajeros fuera del palacio, no podía correr el riesgo de que las vylas fueran interceptadas, así que gran parte del dinero del que disponía se iba en el pago de estos mensajeros. Y aunque esto se volviera un trabajo engorroso, no había otra forma de agilizar el contra ataque.
Ya no solo se trataba de un medio para asegurar la felicidad entre Clematis y yo. Ahora esto era algo mucho más grande, la vida de muchas personas que habitaban en diferentes naciones dependía de nosotros, y el cometer cualquier tipo de error era simplemente inaceptable.
—Amo Zefer —al observar en dirección a la puerta pude ver a Meried parada bajo el umbral, en una mano sujetaba una escoba, y en la otra tenía una cubeta de madera con otros implementos de limpieza.
Sabía que significaba que ella estuviera allí.
—Estoy limpiando las habitaciones, si no está demasiado ocupado, me gustaría comenzar por su cuarto.
—Adelante —le respondí, ella asintió.
Al salir del cuarto vi de soslayo como uno de los guardias de mi padre me observaba desde el extremo contrario, fingí no haberme dado cuenta que se encontraba allí, así que caminé a la planta de abajo para buscar algo que comer. En cuanto llegué al primer piso, vi que Eleonor estaba sentada leyendo cerca de la ventana, ella al darse cuenta que la estaba observando me sonrió y cerró el tomo para posteriormente posicionarlo sobre su regazo.
—Hola Zefer —me dijo mientras sonreía y yo solo atiné a hacer lo mismo por cortesía. Aunque aparentemente ella hubiera perdido la memoria, aún no me inspiraba confianza—. ¿Ya almorzaste?
—No. Aun no —me dirigí hacia un mueble que estaba frente a ella y tomé asiento.
Aquellos ojos que una vez me quitaron el aliento me observaban cautelosamente, pero luego su gesto dio paso a una sonrisa radiante y llena de alegría.
—¿Quieres que le diga a las señoras que te sirvan tu plato? —preguntó mientras se sentaba al filo del mueble—. Yo ayudé en la cocina. Bueno, solo corté las verduras, pero aprendí a cocinar guiso de liebre.
—No gracias, Eleonor —exclamé mientas me cruzaba de piernas—. Cuando tenga hambre yo mismo iré a pedirles que me sirvan.
—Oye... —su voz sonó entrecortada—. ¿Te hice algo malo? Me tratas muy distante —su sonrisa se borró conforme hablaba, sin embargo, sus ojos no dejaban de estudiarme—. Si te hice algo malo antes de que perdiera la memoria me gustaría pedirte una disculpa.
—No me hiciste nada —le respondí con tranquilidad, ella apretó los labios de forma lineal—. Es solo que... me siento algo culpable por tu pérdida de memoria —mentí.
—Fue un accidente, Zefer... —ella esbozó una sonrisa cabizbaja mientras observaba sus manos—. Jaft me dijo que trataste de agarrarme, pero que no lograste sujetarme a tiempo, y por eso caí.
—¿Jaft te dijo eso? —pregunté con incredulidad mientras ella asentía repetidas veces.
—Sí —ella sujetó los rizos de su cabello y comenzó a hacer algunos bucles.
Ambos nos mantuvimos varios minutos en silencio. No sabía de que hablar con ella. Tener una conversación con Eleonor nunca fue fácil, por lo general ella siempre me atosigaba con sus exigencias y quejas, y luego de hablar apenas unos minutos, pasábamos a una interacción netamente carnal.
—Zefer —su voz me devolvió a la realidad, ella estaba moviendo una mano cerca de mis ojos.
—Perdón, me desconecté un momento.
—No te preocupes —sonrió.
—¿Qué sucede?
—¿Recuerdas como fue que nos conocimos? Si te soy franca me molesta un poco no recordar casi nada de ustedes —ella agachó el rostro, y yo no pude evitar sentirme culpable—. A Jaft también le pedí que me cuente nuestra historia, pero me dijo que siempre fui más apegada a ti cuando éramos cachorros.
—Bueno… en parte es cierto.
—¿Me contarás?
—Si mal no recuerdo fue un día de primavera —sin quererlo mi mente viajó a ese preciso instante—. Ese día había tenido unos problemas en casa y me escapé, caminé por horas y luego me fui a una parte cerca de un claro dónde no había gente. Tú estabas debajo de un árbol leyendo.
—Oh, entonces siempre tuve afición por la lectura.
—Aparentemente si.
—¿Recuerdas algo más?
—Ese día conversamos de todo un poco durante largo rato. Me divertía hablando contigo, eras alguien bastante culta, y aunque ese día no me dijiste tu nombre, quedamos en encontrarnos al día siguiente en el mismo punto.
—Ya veo, es probable que me sintiera… intimidada por verte.
—Quizás sí. Era como si fueras una persona completamente diferente, al otro día cuando te volví a ver, eras una Hanoun más desinhibida, jovial, y ya no estabas avergonzada.
Omití varias partes porque no quería que Eleonor malinterpretara la situación. Lo cierto es que, ese día cuando volvimos a vernos ella me besó, y a partir de ese punto todos esos encuentros terminaban en caricias y exploraciones propias de alguien de nuestra edad.
—¿Qué curioso, no? —ella rio mientras sostenía su mentón— Por lo que me dices, era como si fuéramos dos personas diferentes las que conociste.
—Sí, el cambio también me confundió en su momento. Pero no era posible que haya conocido a otra tú un día antes, sé que eres hija única, y a menos que haya sido una aparición la que vi, es imposible que se tratara de otra persona.
—Supongo que ya estaba en confianza por eso actué de otra forma.