Extinción, nuestra última esperanza.

∞ • VUELCO AL CORAZÓN (Nuevo) •

Z E F E R

Durante los posteriores días Clematis había comenzado a tener fiebre. Trya dijo que era algo que debíamos esperar ya que su organismo no solo estaba en proceso de recuperación, si no que a su vez estaba adaptándose al nuevo órgano que era de un híbrido. Y aunque me aseguraba de que todo estaba saliendo bien, no podía evitar preocuparme.

Había pasado un susto de muerte al verla retorciéndose entre mis brazos.

Ser testigo de como alguien está muriendo entre tus brazos es algo que definitivamente no se lo deseo a nadie, y mucho menos si esa persona es alguien por el que tienes fuertes emociones.

Cualquiera que me conociera podría pensar que estaba actuando de forma errática e inconsciente, pero no era así. Los hilos de mi corazón habían comenzado a ser halados en su dirección ya desde hace algún tiempo atrás, pero me había negado rotundamente a aceptarlo por culpa del estúpido orgullo.

Me comporté como un patán únicamente porque fui criado de esa forma. Desde el momento en el que Giorgio fue la única figura paterna que me quedaba, siempre me inculcó la idea de que nosotros éramos los amos y señores de este mundo, y ellos, los humanos, únicamente nos servían como herramienta de trabajo o una fuente de alimento.

Soy consciente de que esto jamás podrá justificar mis acciones en lo absoluto. Pero tratar de dejar de lado lo que me enseñaron gran parte de mi vida y aceptar mis propias emociones fue muy difícil para mí. Y aunque traté de escapar de esa realidad todo terminó por descontrolarse aquella noche en mi habitación cuando ella ni siquiera era consciente de lo que pasaba a su alrededor por culpa de la fiebre.

Nunca había tenido un gesto de amabilidad con otra persona o ser vivo, pero al verla allí tan vulnerable no pude evitar hacer algo por ayudarla. Claramente al inicio traté de convencerme a mi mismo de que fue el remordimiento lo que guio mis acciones, pero al descubrir aquella sensación de paz y tranquilidad al estar junto a otra persona, terminó por hacerme desear vivir más momentos como esos.

Esa fue la primera vez que alguien me tocaba... sin esperar algo a cambio.

Durante esos días mi rutina cambió drásticamente: Por las mañanas me marchaba lejos y dejaba que los sirvientes se hicieran cargo, pero por las noches, siendo la oscuridad mi fiel aliado, volvía para recostarme junto a ella mientras entrelazaba sus dedos con los míos en medio del silencio.

Por buena fortuna para ella, y para desgracia mía, luego de mantenerse algunos días bajo reposo se recuperó por completo y volvió a su rutina.

En más de una ocasión me sentí tentado a contarle que durante la noche no me había despegado ni un solo momento de su lado, e incluso una parte de mí deseaba pedirle disculpas por haber sido el causante de que enfermara, pero no pude hacerlo.

Nuevamente mi estúpido orgullo impidió que me sincerara de corazón, y al ser consciente de que ella no recordaba absolutamente nada de esos días, aunque me sentía frustrado al inicio, terminé aceptando la idea de que eso era lo mejor y volví a hacer lo que hacía antes, observarla desde lejos porque era la única forma de verla sonreír.

—Zefer... —escuché que murmuró.

Volteé a observarla y aún seguía con los ojos cerrados. Ella volvió a acurrucarse y un extraño puchero apareció en sus labios, siempre ponía esa cara mientras dormía por alguna extraña razón.

No pude evitar sonreír.

Cuán diferente era ella a todas las féminas que conocí en mi vida. En especial me refería a Eleonor.

Clematis era cándida, sencilla, calmada, como lo era la fresca brisa de primavera. Mientras que Eleonor era salvaje, explosiva, intensa, incluso cuando dormía. Cruzarse con ella era como adentrarse en un huracán o en una tormenta eléctrica y esperar lo peor.

Observé al cielo. Aún era de noche y faltaban muchas horas para el amanecer. Volví a dirigir mi vista hacia Clematis y retiré el paño húmedo que había encima de su frente, volví a remojarlo dentro del cuenco de agua y una vez que escurrí la tela, retiré algunos mechones de su frente y volví a colocarla allí.

Ella volvió a removerse pero una pequeña sonrisa asomó, y mientras la contemplaba, me acomodé en la silla al lado de su cama y cerré los ojos para poder descansar un poco.

***

Mi mente divagó en medio de mis recuerdos, y extrañamente el tiempo se detuvo en los primeros días luego de que mi madre muriera.

Varias horas después de su deceso, Giorgio ordenó que sacaran el cuerpo de Sirthe a través de la puerta principal; algo que nunca se hacía a menos de que fueras un Wolfgang. Nunca dio detalles de la muerte de él, pero algo que si dijo fue que Lyra había pescado una enfermedad fatal y por eso había muerto.

Di por sentado que los sirvientes se tragaron el cuento, pero aunque no dijeron nada, era probable que supieran que ellos habían tenido algún tipo de acercamiento carnal por el olor del cadáver de ese sujeto.

Giorgio siempre se dedicó a mancillar la memoria de mi madre desde ese momento cada vez que podía, Jaft cada vez que se cruzaba conmigo no perdía la oportunidad para golpearme o insultarme, y aunque yo tenía la fuerza necesaria para detenerlo y darle su merecido, nunca lo hice porque merecía eso y mucho más.

Odiaba estar en casa porque varias cosas aún tenían el olor de mi madre, así que fue gracias a eso que comencé a frecuentar la aldea Hanoun, y un día en medio de esos paseos hasta largas horas de la noche, fue que conocí a Eleonor.

Cuando la vi a lo lejos me llamó la atención que era la única que no estaba cerca de los puestos de ropa, joyería o coqueteando en la plaza. Ella estaba ahí sola, leyendo un libro que reposaba encima de sus piernas.

Al verme me observó con genuina curiosidad y sonrió de forma nerviosa con las mejillas enrojecidas. Hablamos y quedé encandilado con ella. Era una muchacha culta, divertida, un poco tímida, que al igual que yo tan solo deseaba huir lejos de esa realidad.




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