El Dr. Caleb estaba inclinado sobre un microscopio de electrones en el Nivel C, fascinado con la Fase I de la regeneración. La cepa X-001 —la supuesta cura a enfermedades terminales— bailaba en su campo de visión, y por un segundo, pensó que había triunfado.
Pero luego vino el grito. No era el gemido de un sujeto de prueba. Era un sonido de dolor y agonía.
Caleb se quitó las gafas protectoras con confusión y se dirigió al terminal más cercano, tecleando su código rápidamente. En cuanto entró los monitores de seguridad se encendieron y lo que vió en ellos lo dejó helado. A través de las pantallas podía ver diversos escenarios, lo único que los hacía ver igual era el color carmesí por las paredes y suelos. Todo estaba lleno de sangre mientras que la gente corría por los pasillos horrorizada.
En la cámara 4 pudo ver el Nivel D, dónde el Sujeto beta, un hombre en coma inducido hace dos años, estaba de pie frente a la puerta de su habitación. Evaluándola. Había despertado, el virus hacia efecto.
El doctor esbozó una sonrisa, la cual no duró mucho cuando el sujeto miró fijamente a la cámara y vio algo espeluznante. Ese hombre había despertado, pero parecía muerto.
"¿Qué es esto?," murmuró Caleb, con su voz áspera. El Beta usó una silla metálica como palanca para doblar el marco de la compuerta. La acción no era impulsiva; era coordinada. La fuerza muscular era amplificada por el virus, pero la inteligencia detrás de ella era humana. La promesa del Protocolo X se había cumplido de la peor manera posible: no solo había regenerado células, sino que había potenciado el instinto más puro y cruel del cerebro.
La línea de comunicación con el control de seguridad se abrió con un estallido de estática. Un hombre jadeaba, aterrado.
-¡Están aprendiendo a esquivar! ¡Y no mueren! ¡Las balas no... no los paran, solo...!
El sonido fue cortado por un sonido húmedo e inconfundible.
Caleb sintió un frío helado. La regeneración funcionaba.
En otro monitor, la imagen granulada mostró a dos infectados, ya empapados en sangre, que no atacaban a una pared al azar, sino que se dirigían hacia la tubería de vapor principal. Estaban atacando la infraestructura para abrirse paso.
El pánico se convirtió en un protocolo real. Caleb se lanzó hacia la estación de evacuación, con el cerebro gritándole que se concentrara, que pensara como un científico. Mientras sus dedos volaban sobre el teclado, buscando la clave del conducto de ventilación, los monitores parpadearon con el reporte de la Sala de Contención Principal:
ALERTA. ALERTA. PROTOCOLO DE SELLADO INICIADO.
USUARIO: DRA. V.
ESTADO: COMPUERTA 5, CIERRE INMINENTE.
Al Dr. Caleb se le detuvo la respiración. Dra. V... ¿Vera? ¿Qué hacía ella allí abajo?
Pero no hubo tiempo para el cuestionamiento. Los gritos se acercaron. La puerta hermética del Nivel C comenzó a temblar bajo un impacto masivo.
Caleb arrancó un disco duro de la terminal, metiendo la única prueba de lo que había visto en el bolsillo de su bata. La compuerta de seguridad principal de la instalación retumbó con el sonido final del sellado, un sonido que le pareció una salvación temporal.
Se equivocó. Diez segundos después, el aire acondicionado comenzó a escupir una niebla roja y húmeda. El Protocolo X ya había encontrado su camino.
Caleb corrió. Pero no estaba huyendo de la muerte; estaba huyendo de la cosa que acababa de crear.