Extra: Mamá De Vientre Ajeno

EXTRA 1

4 años después...

ASTRO MORETTI

No había un solo día en que no me maravillara de la vida que llevábamos, aunque estuviera repleta de caos. Todo parecía un sueño del que no quería despertar, como si cada momento fuera un regalo que no estaba dispuesto a dejar escapar. Mis bambinos crecían a una velocidad que me asustaba y me emocionaba a partes iguales. A veces deseaba detener el tiempo, atraparlo en una burbuja donde pudiera disfrutar eternamente de sus risas, sus ocurrencias, y sus abrazos.

Terminé la reunión casi sin prestar atención a las últimas palabras. Mi mente ya estaba en casa, con la mujer de mi vida, deseando abrazarla, tenía una semana sin verlos, llegue a mi hermosa Italia y no podía posponer la reunión. La intriga me consumía por descubrir si íbamos a tener esas princesas que tanto deseábamos. O mejor dicho, que yo deseaba. Emily… no había palabras para describir cuánto la amaba. Quería verla reflejada en cada rincón de nuestro hogar, en pequeñas versiones de ella que llenaran de alegría y vida cada espacio.

—Fiorellino, voy en camino. ¿Estás lista? —pregunté con una mezcla de anticipación y cariño.

—¡Papi! —la voz de mi hija mayor, Abigail interrumpió mis pensamientos—, mami está regañando a Aitor. ¿Sabes lo que hizo? Tiró a las gallinas a la piscina. ¿Y adivina qué?

Un largo suspiro se escapó de mis labios. Aitor, siempre encontraba la manera de meterse en problemas y, su hermano Ángel, bueno, él tenía el nombre, pero no siempre la conducta. Sin embargo, podía jurar que mi Abi está detrás de todo esto.

—No lo sé, tesoro. Dime. ¡Abi, ven enseguida, señorita! —escuché a Emily gritar desde el fondo. Antes de que pudiera preguntar qué sucedía, Abigail continuó.

—Bueno, papi… Lancé al conejo de mami al agua. Pensé que flotaría y que Angelito podría salvar a las gallinas.

Mis ojos se abrieron y casi choco al escucharla.

—¿Princesa, no me digas que fue tu idea? Sabes que mami está cansada, ¿verdad?

—No, papi, ¿como voy a olvidarlo?si tiene un panzón que parece una "O" inmensa—respondió con esa lógica infantil que me hacía reír, aunque no debía—, yo pensé que nadarían y Aitor me ayudó. Bueno, yo empujé a Angelito junto con el conejo, sabes que él es muy buen nadador. ¡Papi, ahí viene mami!

La escuché reír, seguida por las risitas traviesas de mis hijos varones. Mis trillizos eran una verdadera fuerza de la naturaleza.

—¡Fue mi culpa! Yo la tengo, madre. No la regañes, está chiquita —intervino Aitor con su acento italiano marcado. A veces, parecía más grande de lo que era, pero en el fondo seguía siendo solo un niño.

—Sí, mami. Ella solo estaba ahí, todo fue idea nuestra, —añadió Angelito, siempre dispuesto a proteger a su hermana. Seguía conduciendo atento a su conversación.

No sabía qué más estaba ocurriendo en casa, pero podía imaginar el caos. Más voces se unieron a la conversación, seguramente Ginevra con los mellizos; Owen y Osman, dos pequeños con cabellos castaños y ojos grises que también hacían de las suyas, aunque nada comparado a los trillizos. Eran muy refinados y educados, salieron a su madre.

Sonreí mientras apuraba el paso hacia casa. Esta era mi vida, un torbellino de amor, risas, y caos. Y, a pesar de todo, no la cambiaría por nada en el mundo.

—Amor… ¿Estás ahí? —La voz de Emily resonaba suave, pero con un tono de cansancio que era imposible de ignorar.

—Sí, amore mío. Por lo que veo, el día ha sido difícil —respondí mientras cerraba la puerta del coche y caminaba hacia la entrada, sabiendo que lo mejor estaba por venir.

—Uff, quiero regresar a Estados Unidos —Emily suspiró—, no podemos tener a los niños aquí en la mansión. Debo encerrarme con ellos en una sola habitación. Si no son las gallinas, que ya hemos pedido más de quince, son los caballos o los pájaros. Amor, han dejado todo el jardín de tulipanes en ruinas.

—Pero cielo, todo esto también es de ellos. Paciencia, amore, mira cómo están creciendo tan rápido. No te desesperes —le dije y colgué mientras me acercaba.

Sabía que sus quejas venían con un amor inmenso por nuestra gran familia.

Emily estaba de espaldas con su hermoso vestido blanco, su cabello recogido en una cola alta. Siempre lucía radiante, como un ángel que había descendido solo para hacerme feliz. Pero antes de poder decirle algo, escuché el grito de mi consentida.

—¡Papi! ¡Te extrañé mucho! —Abigail corrió hacia mí a toda velocidad, sus risas llenando la casa mientras se lanzaba a mis brazos, la admire su dulce rostro. Su cabello castaño en dos coletas y claro sus ojos que eran un reflejo de los míos. Pero lo que más me enternecía era la pequeña marca de nacimiento en forma de mariposa detrás de su oreja, un recordatorio constante de cómo había sido concebida con tanto amor y pasión.

A lo lejos, vi unos ojos azules observándome con curiosidad, y arqueé una ceja al darme cuenta de que Emily también los había notado. Se cruzó de brazos, claramente esperando que reprendiera a los niños.

—Chicos —los llamé con una mezcla de firmeza y ternura, mientras avanzaban hacia mí, Abigail todavía en mis brazos. Aitor y Ángel venían con las manos en los bolsillos, sus cabellos rubios casi blancos brillando bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas.

Sus ojos, a pesar que me recordaban a la persona que una vez fue parte de mi vida, quedaba opacado al ver el amor de Emily y como ellos la aman a ella, algún día tendrán que saber la verdad, pero mientras quiero detener el tiempo.

—Señor... —Angel comenzó, su voz un poco insegura y Aitor, me miraba fijamente, ese chiquillo altanero.

—Papi, fueron ellos —interrumpió Abi, señalándolos con un dedo acusador—, ahora te has quedado sin gallinas y mi mami sin flores.

No pude evitar reír al ver la expresión traviesa en sus rostros. Bajé a Abigail al suelo y me puse a la altura de mis mellizos.




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