Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO IV

Al siguiente día, mi primera clase no fue algo particular y desmedido, más bien tranquilo y sereno. Historia era de lo peor, pero eso me daba cierto tiempo para descansar y despejar mi mente, pues era la única en que el profesor hablaba y hablaba todo el tiempo.

Abrí mi mochila para ver si había traído gomitas, porque las adoraba. Rebusqué entre el fondo y saqué un pequeño paquete de ellas. No era adicta al azúcar, pero estas cosas eran mi perdición. Lleve una mi boca y el sabor a naranja se sintió en mi paladar. Bendito sea el que las creo.

—Sigue así y no vivirás para contarlo —Quedé a medio masticar.

Me gire a verlo para contraatacar. Ya me era suficiente por toda esta semana tener que oírle, pisar y vivir en casi el mismo entorno que yo.

—¿No tienes a alguien más con quien divertirte? —La reproché apenas dejé de masticar.

—La verdad es que no —Sonrió de forma arrogante, sin vislumbrar que le divierte fastidiar a una persona como yo.

—Este año se está volviendo en el peor que he tenido y tu esfuerzo está dando frutos.

—Apenas me he esforzado.

—¿Claro? —Ironizó—. Y molestar a las demás personas que aman la soledad no es lo suficiente.

—La soledad no es buena, Leyna. Te lo garantizo.

—¿Y quién lo dice? Un chico que se iba tirar desde el último piso.

—No creas que con eso me molestarás —Se inmutó, encogiéndose de hombros.

—No intento molestarte, tú me molestas —Mis humos estaban subiendo fuerte, soy una persona poco tolerable— ¡No sé porque te hablo! ¡Eres un fastidioso que ni siquiera sé su nombre y se cree capaz decírmelo todo! ¡Hago lo que se me dé en gana!

—¡Leyna, cállate! —Me hizo callar el profesor, ese que dicen que es sordo. Patrañas—. ¡O iras a inspectoría! —El salón se volvió a mí y eso hizo hundirme más en mi silla. Detesto cuando todo el mundo hace eso. —Cómo iba diciendo la jerarquía de nuestro colegio es... —Y el profesor siguió hablando sobre la ética de nuestro colegio.

Me giré lenta, como si no tratara de degollarlo, porque gracias a él, estos últimos días me han llamado la atención más de lo que algún mes entero.

—Por los próximos minutos lo que menos necesito es escuchar tu bendita voz —Le di a entender con los dientes apretados—. Como te lo dije, no necesito consejos tuyos.

—¡Mm!, aja —Sentenció como si nada mientras jugaba con la tapa de su lápiz en sus labios—¿Qué decías?

—¡Agh! —Gruñí, es insufrible.

***

La hora pasó muy lenta, odio todas las clases, el colegio, ese chico molestoso de mi salón, es un imbécil «¿Qué pretende? ¿Estaré en una apuesta? ¿Tal vez soy su conejillo de indias y quiere estudiarme? ¿Por qué me habla siempre?» Me pregunté desconcertada en el baño de mujeres. Tomé pasta dental untándola en el cepillo y me lavé frente a un espejo sucio. Este apenas se distingue por ciertas manchas de pintalabios. Del asco, estás chicas creen que los espejos son para besarlo por donde se les plazca. Boté mis residuos y enjuagué mi boca. Nada del otro mundo. Guardé mis cosas y seguí mi rumbo a clases de pinturas, donde mi yo interior despierta o la profesara Lisa, intenta sacar.

La sala era un completo silencio. Nadie, ni siquiera él llegó a mi clase. Tomé mi bata y me acomodé en mi puesto habitual a jugar con las pinturas, cambiándola de puesto solo para matar el tiempo.

—Me sigues robando el puesto —Me negué a seguir esa dirección de bromas.

La manera tan fácil en la que se envuelve conmigo, me desconcierta. Con esos chicos no soltó una sola palabra, «¿era así de callado o solo finge para agradarme?», pero «¿a quién en este mundo le importaría tener una amistad conmigo?» Soy irónica, apenas se cruza algo por mis ojos pierdo toda concentración, mi sentido de bienestar es patético, apenas soporto los límites de mi colegio, soy holgazana, horrible para trabajos curriculares y perezosa. Era todo lo que está a mi parecer mal en este mundo y eso era yo.

—No me hablarás —No contestes, no conteste. De pronto esa loción varonil, se sintió más pesada. Su respiración chocó contra mi cabello por lo alto que este era, pero me inmuté con la mandíbula apretada. Cogí un tarro de pintura fresca color amarillo—. Oye, gomitas.

Cogió un pequeño trozo de cabello jalándolo con cierto jugueteo, pero aquello despertó a esa fiera.

—¡Te dije que no quiero hablar contigo! —Grité, chorreándole la pintura en el suéter. No lo vi venir, pensé que estaba cerrado. La tapa rodó un par de metros hasta esos zapatos horribles de anciana.

—¡Wagner, a inspectoría! —La profesora gritó.

No tuve con que defenderme. Ni las palabras o una mala actuación, me sacó de esta. Nuestras miradas se cruzaron con cierta complicidad, pero esta vez fui yo quien la rompí. Tomé mi mochila color negra y arrastré mis pies, lejos de la sala. Apenas tocaron el timbre, todos entraron como hormigas, una tras la otra, pero yo seguí al paso contrario de las obreras.

Inspectoría quedaba al edificio posterior del campus verde y floreado, porque a pesar de ser un colegio de niños ricos, siempre existía ese edificio de mala muerte donde dejan todo lo inservible. Pasé la cancha de baloncesto y la de futbol americano, donde los simios como Ryan entrenan. Al llegar, subí un par de escalones de tutoría y me quedé quieta justo en la mitad del escritorio del señor Malcom. Su expresión no fue de sorpresa, más bien, decepción.

—Pensé verte en un mes o tal vez dos, pero estos milagros de un año bisiesto no surgen —Me encogí de hombros.

Que va, ya no tengo remedio.

—¿Ordeno las cosas polvorientas o voy a fregar los baños? —Pregunté directa.

Estoy enojada que ir al grano es lo mejor. No entiendo este mundo. De todos los estudiantes calificados para ser un horrible ejemplo, ¿cómo es que yo era la única a la que le exigían ir a inspectoría? Jugué con los botones de mi suéter.




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