Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO V

Esto es paz, es gloriosa tranquilidad.

Después de terminar de limpiar, ver algunas ratas y par de cosas extrañas salidas de películas de terror, Malcom nos regaló unas bebidas y nos regañó con regresar a clases. Faltaban diez minutos por salir así que no cruzaría medio campus por una clase perdida, me dirigí al techo y él me siguió. Nos sentamos en la orilla con nuestros pies tambaleándose en la nada y bebimos las bebidas.

—Herian —Habló luego de beber un trago de la botella.

—¿Por qué después de una semana? —Pregunté desconcertada. Es un poco extraño que tardara tanto.

Me dio una mirada fugaz.

—Porque siempre se burlan de mi nombre —Reí levemente.

—¡pero si es nombre genial! —Soltó una sonrisa sincera, pero sin ser burlesca—. Ryan, es un animal y los que le siguen el juego también, además tu nombre es bonito, me gusta.

Solté de forma premeditada, arqueé las cejas. Eso fue demasiado extraño e incómodo.

—El tuyo también es bonito —Sonreí sin pensarlo. Tomé un trago grueso de bebida ligera—. Me gusta.

Me atraganté, tosí de pronto y él me golpeó un poco el pecho.

—Al parecer no puedes aguantar un simple cumplido.

—Es ligera —Reclamé con repudio y le indiqué—. Es bebida light, son del asco. Prefiero las originales. Eso de menos azúcar, es una farsa.

—Tienes una mancha en la blusa —Abrí los ojos y con lentitud vi la pequeña mancha oscura—. Cuando la laves, no olvides que la blanca con la de color no van y de paso no ocupes el cloro. No se llevan bien.

—Tomaré eso en cuenta —Resoplé cuando ese reto llegó a mi cabeza—. Aunque no creo que mi familia esté de acuerdo a que ocupe ese electrodoméstico.

El timbre resonó como un eco entre el colegio y sus alrededores.

—Bueno, es hora de irme —Salí del borde del precipicio, justo en el momento en que todo mundo salía de sus salas. Tomé mi mochila tirada en el suelo y le di una mirada rápida. Estaba ahí de nuevo, con la cara puesta en el precipicio—. Ya te lo dije una vez, de ahí no puedes.

—Lo sé.

—Hasta otro día, ladrón —Me despedí con ese modismo militar—. Te veo a las 800.

—Hasta otro día, rara —Hizo un mohín y relamió sus labios—. Sin dudas eres muy rara.

—Te ganaste la lotería.

Apreté las correas de mi mochila, tiré la lata en uno de los basureros apenas salí del viejo edificio y llegué a la estación más cercana a mi colegio. Joder, casi pierdo el corazón haciéndolo. Esperé el autobús, ese que pagaba con el dinerito que papá me dejaba... No era mucho porque es avaro. Si fuera otra familia tal vez vendría por mí, pero no. Soy la única en ese adorado colegio que no tiene su propio chofer porque el de nosotros, no soportó más las inquietudes de mamá.

Me acomodé en el asiento trasero apenas el autobús me dejó subir. No muchas veces se tenía esa suerte. Apoyé mi cabeza en el vidrio y de manera fugaz cuando veía mi colegio pasar por mis narices, noté a Herian subirse a un auto siendo escoltado por dos hombres de traje, uno de color y otro blanco. Tal vez Herian era extraterrestre y ellos los hombres de negro. Revolví mi cabeza, tratando de no desviarme más del tema y seguí en mi mundo.

***

Llegar a casa es como no encontrarse a nadie, papá llega tarde todos los días y mamá se la pasa en el centro de golf, pero esa ocasión fue distinta, la pelea entre ellos fue audible desde todos los rincones. No puse ni siquiera un pie en la entrada cuando los oí gritarse a todo pulmón.

Cerré la puerta con sigilo y entre puntillas, asomé mi cabeza por la puerta del estudio de papá. Estaba con la corbata enrollada hasta el cuello mientras se sobaba el poco pelo que le queda; mamá estaba igual de irritada con las manos apoyadas en las caderas, vistiendo de traje deportivo.

—¡No sigas apostando esa cantidad, nos llevarás a la ruina! —Le gritó papá a mamá.

—Fue un poco, Harold... además tuve que comprar otro vestido, pero llegué casa y no lo encontré —Se excusó mamá—. No tengo uno para la noche por culpa de "gomitas".

«¿Por qué mierda todo el mundo me dice gomitas? ¿Será mucho mi obsesión por ellas?» Me pregunté a mi misma.

—Claro que tienes uno o no tendrías un armario completo —Hubo un silencio—. O coges uno de tu armario o voy con Leyna.

Retrocedí por inercia. Mucha conversación por hoy. Claro que no iría, ni siquiera me gusta asistir a esas cosas. Le ruego a todos por ahí que se apiaden de mi pobre infortunio. Subí las escaleras rapidez. Mamá era necia como una mula y si no dan lo que ella quiere, la que paga el pato, soy yo.

Tomé un motón de suéter de mi closet, los amarré a una altura precisa porque de dos pisos no me tiritaría y me rompería el brazo por segunda vez, «¿Dónde iría?» Me negué a responder a mi subconsciente, porque ese sería un problema para después. Tocaron a mi puerta y yo supe en ese momento que tendría que salir rápido. Fui por la ventana, tomé el montón de suéteres amarrados para salir, pero la cuerda se desaflojó y en casi un piso y medio me dejé caer de bruces en el césped. Papá me miró desde la ventana mientras me quejaba por el dolor en la cola.

—Eso no pasará, gomitas —Se cruzó de brazos, decepcionado—. Vístete porque, aunque te hubieras roto el coxis, tendrías que ir igual.

—¿Pero apenas inician las clases? —Le reproché.

—Da igual forma no estudias, así que eso no es impedimento.

—Pero quiero ser una mejor persona.

—Eso debiste pensarlo ayer, cuando arruinaste el vestido de tu madre.

—¡Agh!

—Vamos, Hulk. Te espero en dos horas o iras de escolar.

Me quedé viendo el cielo y suspiré, ¿por qué siempre debo pagar lo que mamá ocasiona? A veces me coloco a pensar y creo que soy un poquito más centrada que ella. Odio ir a las reuniones de mi padre, siempre son de negocio y no hace más que aludir sobre su apreciado patrimonio. Tomé un largo bocado de aire y me hice la idea de ir por obligación. Mamá, estaba viéndome desde la cocina con una copa de vino en el desayunador, le hice caso omiso y me dirigí a mi habitación.




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