Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO VI

Los días en clase estaban más pesados de lo normal y no era de esperarse, carezco mucho de atención. Es como si pasara una mosca a mi alrededor y ella tuviera una historia más intrigante que decirme que mi propio profesor de matemáticas. Soy un caso perdido, tal como mis ánimos de tener los ojos abiertos en clase. Tomé asiento en mi pupitre mientras recibo una mirada mata chicas de Herian. Esperé a que la clase comenzara. De seguro no me dirá nada.

Sobre lo de ayer, el reto llegó apenas tuve un pie en la casa con papá. Él estaba cabreado por culpa de la apuesta y su pérdida de dinero, pero más allá de eso fue que me alejé de su lado y tuvo mucho miedo de que algo me pasara. Si pudiera sacar algo bueno de esos gritos fue que prometió jamás llevarme a esos eventos. Todo lo recuerdo; Herian dibujando, el laberinto, el disparo y él gritando desesperado. No sé qué le prometí a la vida y ella me cumplió, para que cada cosa no común se arroje sobre mí.

—¡Oh! Ya era hora de verte suicida —Abrí mi boca para contestar y decidí no hablar. Lo de ayer fue lo suficiente como para traumar y alentar un poco más los rumores sobre Herian—. Al juzgar por tu cara pálida de seguro ir a mi casa no fue una experiencia muy alentadora.

No armé alboroto, con el reto de mi padre tuve suficiente. Era temprano, el día estaba horriblemente soleado y eso que apenas iniciaba. El señor Garren, ingresó con casi todos los papeles colgando de una mano, algunos se le cayeron por el pasillo y apenas se detuvo entre nosotros, gritó un ¡Sigan en la tarea!

«¿Qué tarea?» Me pregunté con cierto recelo de mi memoria, tal vez era alguna que no copie o simplemente ignoré.

Cogí mi mochila lanzándola sobre mi pequeño escritorio individual, rebusqué entre mis cosas, un lápiz y el cuaderno de anotación. Al abrirlo, este era un cruel desastre y eso que apenas inicio. Dividí a lo que pude mis prioridades, sin dudas matemática me va como el perico, pero decidí hacer el mayor esfuerzo.

—¡Sh! Debiste comportarte así de ruidosa cuando te intentaba salvar el pellejo —Escuché su voz y detuve mi parloteo con las hojas del cuaderno.

—¡¿Qué quieres ahora?! —Hablé en voz fuerte.

—¡Señorita! —Cerré mis ojos por unos segundos y suspiré con fuerza. No puedo irme a inspectoría tan rápido, no a la primera hora. Me giré con lentitud para ver a mi profesor y este lanzaba humo por las narices—. ¿Haga el primer ejercicio en la pizarra?

—Claro que sí… Si, solo debo buscarlo —Me hiperventile. Joder.

Busqué entre mi libreta alguna estúpida anotación que estuviese de la nada ahí rayado, pero mis hojas era una tanda de dibujos sin sentido, como flores o estrellas insignificantes, ¿por qué dibujo tonterías?

—Ten —Me susurró de nuevo. Me giré con el nervio calándome hasta los huesos. Él alzó una mano junto con una hoja sacada de cuaderno—. No seas tan lenta y tómalo.

Lo cogí insegura y me dispuse a caminar por el pasillo. Tomé aire y el profesor me esperó hasta el principio de la sala. Cogí el plumón que él me ofreció y abrí esa hoja con desconcierto y ahí en esa hoja, había un rayado. Encontré mi salvación en ese extraño, en esa persona difícil de entender. Me devolví a mirar hacia atrás y en ese propio e insignificante mundo del dibujo era su pensamiento ahora «¿Siempre eres así de impredecible?» Me regresé a copiar el ejercicio en la pizarra y una vez terminado, el profesor se quedó estupefacto. Me miró incrédulo y luego a la pizarra.

—Señorita Leyna, estuvo muy bien. Vaya, me sorprende que ahora no tire su vida al caño —Me sonrió—. Ahora, regrese a su puesto y para la otra no grite como una desquiciada. No estamos en una feria —Me regañó y yo me volví a mi puesto, sin antes darle su preciado plumón.

Me dejé caer sobre mi puesto y agarré todo el coraje, las malas palabras y el mal comportamiento para mandarlo al carajo. Tomé ese escaso aire que casi no llega a mi sistema y abrí mi boca.

—De nada —Me interrumpió de pronto. Se giró y esos nocturnos ojos hicieron contacto con los míos—. No tienes que hacer todo ese show, además fue una disculpa por cómo me comporté ayer y tú deberías hacer lo mismo.

—Okay, bien —Mordí mis labios haciendo una mueca. A él le resulto demasiado gracioso mis muecas que sonrió de improvisto—. G-gracias, Herian.

—¡Vaya! —Colocó una mano en su pecho—. Pensé que tu cara se deformaría tu cara y explotaría.

—Idiota —Murmuré sonriendo.

—Volvemos a los insultos.

—Mi compañía eso ofrece.

—Trataré de vivir con ello.

Al fin y al cabo, puede que este chico en serio me agrade. Y aunque, era muy intrigante y misteriosas las circunstancias por la que nos conocimos, no está nada mal tenerlo de compañía.

***

Y cuando creí que mis días por fin no me daría patada al culo, regresan peor que nunca. El día estaba echo un infierno y no era porque el calor en California junto con sus continuos incendios se viese como el mismísimo inframundo, más bien era porque mis padres son unos granos en el trasero. En resumen, llegué muy tarde a literatura, mi noche y madrugada fueron de lo peor, y no porque fuera una irresponsable en quedarme a leer por horas junto al teléfono, más bien porque los gritos de mis padres llegaron a las primeras horas. Los amo, pero los veo al punto en que todo se fragmenta y desearía que eso se terminara.

Cogí el cuaderno de mi próxima clase de matemáticas, era un odioso día y para rematar, era el más largo. Tomé mi autoestima, mi reputación y mi intacto color gris por debajo de los parpados y los llevé a mi próxima clase. Subí un par de pisos, llegué a mi salón y tomé un gran respiro. Espero que las horas acá se terminen más rápido. Me presenté en la sala y encontré al único extraño en el salón. A veces, llegaba a la conclusión de que se teletransporta, «¿Por qué tiene esa manía de llegar tan temprano a todo?» No quise discutir con él así que solo me tumbé sobre ese asiento del medio, acomodé mi mochila sobre mi pequeña mesa y me dediqué a cerrar los ojos, tratando de recobrar mis horas.




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