Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO VII

La brisa desde ese techo no fue abrumadora, al contrario, me era grandioso sentir la serenidad que genera. Malcolm, no encontró nada en este mundo que hacerme barrer el techo que ha apenas limpio se llega una ola de viento. Mentiré si estoy enfadada porque me mandaron a este lugar, pero me siento bien conmigo misma que con los demás. Estoy consciente de que a ninguna persona le agrado y soy una piedra en el zapato de cualquiera.

Me senté en la orilla del techo al sentir brisa mientras desde lejos veía a todo mundo caminar de un lado hacia el otro. Tomé un largo bocado de aire y miré hacia el piso, contabilizando las faltas, los traspiés que he estado cometiendo las últimas semanas. Ya la cuenta superó lo que años anteriores, soy mi peor versión. Tal vez soy la piedra, tal vez soy yo la mala y no el mundo. Jugué con mis manos, sin siquiera llorar, ¿lagrimas? Aquello no nace con dolor, no brotan por algo ya destruido. Aprendí a que las lágrimas no borran nada, son míseras de debilidad.

 —Hola —Escuché su voz por detrás de mi espalda. Su perfume varonil se impregnó en mis fosas nasales como si estuviera en plena primavera—. Te vi en el techo y supe que de aquí no caerías.

Solté una pequeña risa.

—Lo sé —Subí la vista, notándolo de brazos cruzados y lamiéndose el labio inferior—. Lo he intentado.

Regresé mi vista y el sol que quemaba hace mucho, no era lo suficiente. La brisa que entrega estar en la azotea es muy distinta a la que se impregna en los pies en la tierra donde es un calor infernal. Se sentó a mi lado con los mismos pies cayendo en el aire. Noté que comenzó a jugar con sus dedos y entre ellos encontré tres cicatrices recorrer su muñeca. Me sorprendió la manera rápida en ocultarlo.

—Todos poseemos nuestros propios demonios, Leyna —Habló como si nada y luego el silencio nos acompañó. La tranquilidad hasta en el peor de mis casos, lo aleja con un chasquido—. Hoy escuché todo.

—No interesa lo que digan de mí, pues ella no es nada —Me encogí de hombros, tratando de tragarme la mentira que tiré.

—Fingiré creerte y que aquello no te afectó —Murmuró y nuestras miradas se cruzaron. Noté sus ojos con una curiosidad que despertó algo frívolo, como si en ellos encontrara un vacío profundo y oscuro—. Y si te soy sincero, debió hablarte de otra forma y te trató como mierda. Podemos hacer algo para que pague, porque debe pagar, Leyna. Nadie puede hacerte daño, ¿qué cosa mala te gustaría hacerle?

Me sonrió de una forma tan indescifrable que arqué un poco las cejas.

—¿Qué quieres hacer? ¿Anotarla en una libreta y que desaparezca del mundo como por arte de magia? —Se encogió de hombros y negué, bromeando—. Lo único bueno que me sirve sería que no se comportara como una maldita bruja y me tratara bien, pero eso no pasara y tal vez lo que me dijo es verdad —Me sinceré, pero chasqueó su lengua al negarse—. Tal vez lo soy.

—La sociedad es una mierda, además nadie te conoce realmente. Eres como una pintura abstracta —Solté una pequeña risa y él arqueó las cejas—. ¿Qué?

—¿pintura abstracta? —Repetí para ambos.

—A veces es necesario mirarlas de varios ángulos para entender el verdadero significado —Negué aún desanimada.

—La única pintura que puedo ser es una en negro y gris —Susurré entre el aire que alborotaba mi cabello.

—Nunca dije que fuera a colores.

El silencio nos embargó frente a una plática bastante extraña, pero lo suficiente como para hacer que mi mundo no giré bajo los gritos que habitan en mí. Tomé un pequeño aire y noté las cicatrices de su muñeca como si fueran señales de supervivencia. No juzgue en cómo llegaron ahí o las circunstancias en las que se enfrentó. Solo las vi como un símbolo de lucha, de poder sobrevivir, aunque su mundo estuviera adverso.

—¿Escapemos? —Me pilló descolocada.

Alcé la vista y por el lado derecha de su mejilla se alzó una sonrisa.

—¿Dónde?

—Vivimos en California, Leyna. Podemos ir a donde sea —Comentó con felicidad. Las ilusiones nacieron, puede que haya vivido en una de las ciudades más importante, pero nunca la he visitado y tal vez porque nunca he tenido el placer de poder compartir esos momentos—. ¡Vamos a la playa!

—¿pero estamos en clase?

—Desde cuando te ha importado ir a clases…

—Desde que me dijeron que me expulsarían.

—¡Bien, Leyna! —Se levantó de nuestro lugar habitual y caminó hacia las escaleras—. ¡Tú te lo pierdes!

Lo vi alejarse y las palabras de la profesora llegaron como dardos de veneno. Puede que no sea nadie, pero seré ese nadie que disfrutará de la vida. Me armé de valor, me levanté de la pequeña barrera de concreto y corrí hacia la puerta, notando la espalda de Herian bajar por las escaleras. Lo agarré desprevenido, causándole un poco de susto. Bajamos con el uniforme aún puesto. Tomamos nuestra mochila y cuando dispusimos a salir por la entrada del colegio, la seguridad rodeaba la entrada, nos detuvo de golpe y no escondimos detrás de la pared. Su perfume indispensablemente cayó de golpe en mi nariz y de impresito noté que mi cara estaba apegada a su pecho.

—Esto es muy comprometedor —Subí la mirada notando el color nuboso en sus ojos—. ¿no crees, nena?

—Eres insufrible —Chillé en voz baja.

—Es una parte oculta de mí.

Golpeé su pecho sintiendo el ardor en mis mejillas.

—¿Ahora qué haremos, Einstein? —Pregunté por su oído a un tono bajo tratando de desviar lo incomoda que me encuentro.

—La Leyna que conozco no sé da por vencida.

—Puede que tengas razón —Miré mi alrededor y todo mundo se hallaba en sus salas respectivas. Tomé su muñeca, rodeamos la cafetería y lo guie por la parte de la cocina, donde se descarga la comida para la semana. Justo en un día viernes se hallaba el camión descargando los alimentos—. Es ahora o nunca.

El hombre se adentró a la bodega y corrimos como dementes mientas el guardia del campus nos gritaba desde algún punto. Llegamos al final de la larga cuadra con el corazón casi colgando del pecho. Apenas resistí esa caminata, pero al verlo me di cuenta de que no me llevé la peor parte. Su pecho palpitaba con mucha fuerza que se abatió en la cera y su espalda, descansaba en una de las murallas de la calle.




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