Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO IX

La brisa me golpea, las pequeñas partículas de polvo quedan suspendidas en mi suéter arrugado mientras mis ojos se pierden en el azulado cielo que tengo frente a mí. Tirada, temblando de angustia, tratando de contenerme para no seguir explotando como hace segundos, me quedó ahí tal vez un segundo, una hora o casi todo el día, importándome poco que el sol traspase con sus rayos por mi piel pálida. Era un día seco, casi desértico como lo está siendo cada año, pero la humedad en mi cara, se sintió viva y fue la gota que rebalsó años y años de contención. No fue el vaso quebrado, más bien el silencio mismo incluso en mi peor momento. No era el mundo, no era la gente culpable, era yo y mi existencia.

De pronto el sol comienza a elevarse para estar cayendo sobre mí de frente, sin pudor y luego desaparece como por arte de magia. Alguien oscurece mi mundo, una sombra. Tal vez no hubiera descubierto quien era, sino fuera porque aquel perfume imaginario, es que selló mi realidad.

—Te dará algo a la piel de tanta exposición al sol —Comentó sin importancia.

—¡Vete al demonio! —Escupí con rabia e impotencia—. Vete a molestar a otra persona, vete de acá.

—Es propiedad de la escuela y mi padre paga esto así que puedo estar donde se me da el antojo —Selló con ese ego estúpido de los hombres.

No era mi mejor momento y no estaba para hablar con él, más cuando las palabras del lunes me rebotan como pelotas saltarinas por la cabeza. Me inmuté a seguirle la estúpida conversación y me levanté deprisa, agarrando mis cosas esparcidas por el suelo y llenas de polvo las metí a la mochila. Corrí hasta la entrada y él se opuso en la puerta.

—¡Sale, estúpido!

—No —Me empujó hacia atrás cuando quise golpearlo para que me dejara pasar—. Sé que fui un idiota y perdón.

—¡Vete a la mierda! —Grité con rabia y mi mochila cayó junto con las cosas al suelo. Tomé mi cabello, tratando de contener las lágrimas, pero no lo logré.

—Lo siento sé que te lastimé...

—¡Tú, ni esta gente de mierda sabe que es lastimar! —Grité a todo pulmón y mi vista se nubló que tuve que caer en el propio suelo—. No saben lastimar, si ya suficientes personas lo han hecho.

Tumbé mi cabeza en el sucio suelo, notando más lagrimas caer y de pronto su cercanía se recostó de igual forma frente a mí. Su cabello azabache tuvo un color distinto al mezclarse con el sucio suelo. Nuestras miradas se cruzaron y después de largo tiempo, abrí mis ojos a la par notando un corte en el pómulo izquierdo, pero me inmuté a decir una palabra.

—No preguntaras que me sucedió —Comentó.

—¿Debería hacerlo? Porque la verdad no me interesa que te suceda —Confesé escupiendo veneno.

—Y yo aquí como un idiota, acompañándote.

—Nadie te entregó una invitación —Le devolví el fastidioso comentario.

Soltó un suspiro, cansado.

—Te dije dos veces, lo siento ¿Cuántas veces necesito decirlo para que me perdones? —Me encogí de hombros, volviendo a encerrarme en mi propio circulo.

—Ninguno, no eres nada para mí y lo que hagas me importa una mierda así que deja de comportarte como el maldito superhéroe y lárgate de una buena vez.

—No me iré, ya te lo dije y no seguiré repitiéndolo. Eres mi... —dejó de hablar y yo me senté en el suelo dándole la espalda—, amiga y aunque eres un dolor en el culo, puedo soportarte.

Reí con tristeza.

—¿Amiga? —Pregunté para mí y me giré hacia él—. ¿Así es como tratas a los amigos? Fingiendo que eres bueno, para después lanzarles basura.

—Lo que sucedió el lunes tiene una explicación —Me crucé de brazos.

—Vaya —Sonreí con ironía—. ¿Y que supone que el tan generoso Herian tiene que explicar?

—Tú, tu eres la explicación.

—¡¿Yo?!

—¡Si tú!

—¡¿Por qué lo dices, estúpido?!

—¡Me mentiste, me mentiste! ¡Dijiste que vivías en esa casa cuando en realidad ni siquiera vives ahí! —Quise argumentar, pero aquello provocó algo inequívoco—. ¡Creí en ti como en ninguna persona de mierda que me mira y me juzga como si fuera el hijo de un asesino que vive detrás! ¡Lo vi en tus ojos! ¡Noté el miedo! ¡Eres igual que todos!

—¡Y que querías, si tus guardaespaldas llevaban armas!

—¡Que confiaras en mí!

—Yo confié en ti desde el primer momento en el almuerzo, después de defenderte con Ryan, a pesar de lastimar nuestra amistad de años —Sellé mi boca con la mano, eso no debió salir, ¿Por qué con él resulta tan versátil abrirse tan deprisa?

Su mirada quedó suspendida en el abismo mientras yo me quedaba con las palabras rondando por mi cabeza.

—Somos un desastre, Leyna —Tomó su mochila negra y la interpuso en el medio metro de distancia entre ambos. Sacó algo de ella y me entregó una hoja, levemente arrugada. No la quise y se la regresé aventándosela en su camisa manchada con pequeñas gotas de ¿sangre? Arqué mis cejas—. Deberías recibir los regalos que te doy, me esforcé mucho.

—No lo quiero.

—¡Diablos! Chica, eres una obstinada —Gruñó desprovisto.

—Y tú un idiota.

—Si quieres júzgame, pero acepta de tus errores y que sí lo hiciste a ver mis escoltas.

—Yo pensé que eran los hombres de negro —Soltó una leve carcajada y aquello me tranquilizó un poco—. ¿Por qué fuiste a mi supuesta casa?

—Quise que viéramos una película, ¿eso no hacen las personas?

Negué con una mueca.

—Mi casa es la parte menos indicada para ver una película —Comenté con la voz caída.

—Mi casa corre con la misma suerte —Habló a mi lado, sentándose en la misma posición. Al parecer tenemos el problema en casa—. El cine no está mal.

—Claro —Ironicé—. No tengo dinero para pagar un simple boleto, necesito buscar empleo.

—¡Vaya! Eres una lenta, Leyna. No te viene la ironía —Me giré simplemente para matarlo con la mirada, en el peor de los sentidos—. Vamos al cine, yo pago.

—Solo si es con palomitas y nachos con queso.




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