Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XI

Si dijeran que soy observadora, dirían que también soy escurridiza y un poco pilla para los exámenes. Lo soy o Herian está ayudándome con tal de verle el examen, ¿Por qué ocupa regla para una prueba de literatura? Observo mi regla en una esquina y la tomo como si fuera lo más extraño del universo, ¿Por qué la regla? Me arrimo un poco más a su tarima y observo que hace un rectángulo grande al fondo de la hoja, coge el lápiz de grafito y escribe con letras mayúsculas.

“DEJA DE COPIARME”

Crucé mirada con él y en el rostro se formó una sonrisa socarrona y burlesca. Era de lo peor. No me ayuda. Ja, ¿Qué buen amigo es? Devolví mi vista a la prueba, ¿Quién es Dorian Gray? ¿Y qué tengo que ver yo con este sujeto? La hora pasa peor de lo que imaginaba. Solo quedan minutos para terminarla y tengo solo dos respuestas contestadas, de treinta.

—Prometes que, si te digo todo y sacas un 10 en este examen, te leerás este libro —Mi atención se fue a él—. ¿Lo prometes?

—¿Vale la pena? —Hice una mueca.

Asintió.

—Mucho —Confesó y me dejó un papel en mesa individual—. Es una promesa.

—Yo no la rompo.

—Espero que no.

Desarrugué el papel encontrándome con cada una de las respuestas. Fue como la gloria misma. Pegué un leve grito.

—¡Señorita, Wagner! ¡¿Algo que quiera compartir con la clase?! —La profesora me pilló.

Todos se giraron y yo aplasté mi pequeño papel de salvación.

—¡Yo! ¡Si! Es que este libro es mi favorito —La mayoría se sorprendió, pero me inmuté.

—Espero que pueda sacar una buena calificación con eso.

No se imagina. Copié cada una de las repuestas y entre los que quedaba fui orgullosa a dejar mi examen. Se lo entregué a la profesora, acaparando la mirada de todos. Cogí con orgullo la puerta y unos ojos se quedaron clavados en los míos hasta que desaparecí. Sé que saldría, ya han pasado tres veces en la que uno espera al otro, en la puerta. Tres, dos, uno. Salió de la sala y sin esperar, me abalancé entre sus brazos.

—Fue estupendo, gracias, gracias, gracias —Murmuré en sus oídos—. Te debo una, dios.

—Amén.

Me cogió por la cintura, provocando algo que ni siquiera puedo interpretar. Me alejé de improviso. Que sensación más desastrosa. Es normal sentir algo en el vientre. Tomé una distancia razonable. Fue algo incómodo ahora que lo razono, pero para él fue distinto. Su sonrisa fue tan arrogante y socarrona.

—Gracias —Murmuro incomoda.

—Si me tomas de esa forma debería ayudarte más seguido.

—No seas molestoso —Le regañé—. Además, no me gustan los chicos buenos, los malos son de mi estilo.

Quise bromea, pero solo provocó que se inclinara más hacia mí.

—¿Y qué te hace creer que puedo ser solo uno? —Aquello me dejó con la lengua enrollada. Tomó de uno de mis mechones y jugó con él. Una simple pregunta salida de su boca es propensa a dejarme sin aliento—. ¿Cuál crees que soy?

—Ninguno.

—Es verdad —Sonrió—. Me subestimas.

La capa de neblina oscura en sus ojos, no era más que un disfraz que disipa la vista de lo que es realidad. Si lograra entender la última parte de quien es Herian, me quedo corta, ¿Quién eres Herian? Entrecerré los ojos, arrugué el entrecejo y lo enfrenté.

—¿Por qué no sé nada de ti? —Pregunté de una.

—Tal vez porque no me has preguntado —Arqueé las cejas, ¿así de fácil?

Se alejó, soltando el mechón de cabello.

—¡Oye! —Chillé apenas estuve a la par de sus pasos.

—¿Qué quieres?

Pregunta, Leyna. Vamos.

—¿Dónde naciste? —Sonrió.

—Rusia.

Entreabrí la boca, pasmada.

—¿Qué? —Lo paré con el brazo—. Pensé que naciste en Francia.

—¿Qué? ¿Por qué me oíste hablar francés, Leyna? ¿Esa es tu deducción? —Soltó un suspiro—. La descendencia de mi padre es francesa y la de mi madre es rusa. —Mis pensamientos cayeron más en un pozo de incongruencias—. Tengo dos nacionalidades y sobre el idioma, saca tus conclusiones.

Pensé.

—Hablas, francés —asintió—, e inglés.

Hice una mueca.

—Y ruso.

—¿Algo más que agregar a la lista? —Ironicé.

—Algo de español —Comentó orgulloso.

Presumido.

—Entonces, si naciste en Rusia —Comienzo a unir los cabos sueltos—. Como es que yo no te escucho hablar con esa lengua.

—No te dije que viví en Rusia, nací en ese territorio, pero mi niñez fue parte en Francia —Confesó, volviendo a caminar.

Era hora de almuerzo así que le seguí el paso.

—¿Edad? —Solté la pregunta al aproximarme.

—¡Eh! Diecisiete —Soltó una mirada fugaz y siguió en su camino.

Extraña, me quedé con los pies pegados en el piso e hice las cuentas. Otro enredo más.

—¡Oye! Espera —Corrí, pero él no sé inmuto, solo siguió caminando—. Espera, si tienes 17 años, deberías estar terminando el colegio, no como yo, a quien le faltan dos por terminar. Deberías estar en último año.

—Buena deducción, Einstein —Ironizó al entrar a la cafetería.

Éramos los primeros, pero el timbre no tardó en sonar. Herían inició la fila tomando una bandeja. Colocó una manzana en la esquina, cogió un pote de verduras salteadas y pasta al pesto que tenía buen aspecto.

—Eso quiere decir que repetiste algunos años, Herian —Comenté y eso lo detuvo a medio vaso de agua.

Me miró casi estudiando mi expresión.

—Solo ingresé tarde a estudiar.

—¡Oh! No, no, no —Su mandíbula se tensó y sus ojos tomaron ese tono característico—. A mí no me engañas.

—¿No que eres mi amiga?, deberías tenerme confianza —Chasqueó la lengua—. ¡Ah! ya veo, ese paso aún no lo damos.

—Te tengo confianza, pero sé que me mientes con esto.

—Yo no te miento, inicie la preparatoria un poco tarde.

—¿Por qué? —Lo encaré.

Soltó un gruñido, tomó su vaso de agua terminándolo de llenar.

—No crees que fueron suficiente preguntas por hoy —Alzó una de esas cejas, encarándome—. ¿Qué hay de ti, Leyna?




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