Últimamente las cosas están más raras y cambiantes desde que Herian Lefebvre se cruzó en mi camino. Ahora no soy la chica rara, como Georgina le comentó a todo el mundo cuando apenas éramos unas crías, sino que soy la chica adicta de segundo año de la secundaria. Mi nombre estaba más planchado que pisoteado, pero ese no era mi dilema en este momento. Desde que construí mi muralla interna, ni los profesores o mis compañeros me interesan, pero ese gran muro no contempla a ese chico que observo por las ventanas de cada clase. Como si los años no pasaran, como si sus meros pasos desde este año me mantuvieran con la atención puesta precisamente en él.
No siempre está en el mismo lugar, sé que va a clases de piano cuando es lunes o el martes camina por el patio trasero al gimnasio cuando tiene practica de basquetbol. Sé que los miércoles se detiene unos segundos para ver su cuaderno de matemáticas y entrar a clases. Cada movimiento o cercanía son memorias sin olvido.
—¿Me escuchas? —Aparté la vista, dirigiéndola a Herian.
—¿Qué? —Pregunté.
Achinó los ojos, como si estuviera leyendo mis pensamientos. Un instante en que su mandíbula se endureció y esa neblina oscura en sus ojos se entornó más oscura, como si de la nada se oscureciera.
—Eres más interesante de lo que pensaba —Comentó.
—¿Por qué lo dices? —Quise saber.
—Porque sé que escondes cosas hasta de ti misma, Leyna —Me sonrió de forma maligna como si no fuera sincera.
—Yo…
Y el timbre sonó de golpetazo. Herian se levantó de golpe y no me dio tiempo para acompañarlo. Agarré mis pobres apuntes en tiempo record, pero ni siquiera mi buena coordinación de manos hizo que lo alcanzara. A veces me odio simplemente por ser tan distraída. Tomó mi cuaderno de biología y camino entre los largos pasillos. Paso por alguno que otro pedazo de campus y diviso desde la parte menos indicada a este chico imbécil.
«De mí no te escapas» Comenté.
La gente me mira como ahora acostumbro a presenciar mientras mis pasos agigantados van desde rápido hasta veloz. En cuestión de minutos estamos detrás de un salón vacío.
—¿Qué mierda está sucediendo contigo? —Pregunté furiosa.
—¿Qué me debería estar pasando? —Arrugó las cejas.
—No te hagas el tonto, Ryan —Crucé la mirada con la suya y la desvié hacia otro punto—. ¿Por qué no viniste a jugar damas chinas?
—¿Si sabes que tengo vida social? —Su teléfono sonó.
Lo sacó de su pantalón, miró la pantalla y sonrió encaprichado.
—Pero las damas chinas eran nuestra tradición.
—Sabes tengo más cosas que jugar damas chicas, Leyna —El teléfono volvió a sonar con fuerza—. Después hablamos.
—¿Cuándo? —Pregunté con ironía, levanté las manos—. Me has ignorado casi toda la semana.
—Sabes que no o no estaría hablando contigo —Sonrió y se alejó de mí—. Te veo para la otra semana en la cena.
Levantó la mano despidiéndose.
—Claro.
Rasgué mi cabello como si esto estuviera más que extraño. Ryan ha sido parte de mi vida desde pequeños y odiaría tener que alejarme de ese pequeño fragmento de bonitos recuerdos. Tal vez tiene mucho por hacer. Si, de seguro es eso.
No quiero asfixiarme por algo que no me compete así que busqué a ese fastidioso ser humano. Entre pasillos y algunos que otro chico corriendo porque la clase comenzaría en 5 minutos, lo hallé apoyado en mi casillero, sorprendentemente con uno de mis cuadernos de matemáticas en la mano. Me lo ofreció y yo se lo quité de golpe.
—¡¿Qué carajo?! —Mi entrecejo se arrugó—. ¿Cómo te metes en mi casillero como si nada?
—Eres la única que tiene una combinación tan estúpida como el 911 —Comentó sonriendo.
—No lo recordaba cuando era pequeña. Además, ese número salva vidas y varias veces me ha salvado el pellejo por recordarlo —Digo en mi defensa.
—Aja, ¿esa es tu escusa? —Se encogió de hombros—. Vamos, llegaremos tarde a clases y no digamos que matemáticas estás a salvo.
—Estoy a punto de salvar el curso y créeme, no me dejarán repetir —Miré hacia ambos lados como si estuviera revelando algo importante y de puntitas me acerqué hasta su oído—. Tú sabes lo corrupto que es este colegio, el otro año me enteré qué a Adriana Collen, le pagó a la profesora de literatura para que fuera la mejor de mi clase.
Terminé y una risa estruendosa salió de sus labios.
—¡Vaya! Que chismosa me saliste, Wagner —Se inclinó hacia mí cuando tuve más distancia entre nosotros—. Contigo, es imposible no entretenerse.
—No soy un juguete.
—No, no lo eres, pero quien dijo que no puedo divertirme contigo —Me sopló la cara, dejando que algunos cabellos me llegaran en la cara—. Ten, te veo en clases.
Pasó por mi lado sin antes tirarme un libro al pecho. Lo tomé en el aire y mi cuaderno casi nuevo de matemáticas cayó de golpe al suelo.
—Idiota —Susurré para mí.
Me fijé en el libro que me había lanzado y lo alejé con expectación. Aquello me dejó perpleja al punto de dar un grito en el aire, un espejo, unos ángeles adornándolo y letras doradas en grandes, escribiendo “El retrato de Dorian gray” Eso quiere decir que sí me lo dio para leerlo.
Mi cerebro lo procesa y llega a la conclusión…
¡ME SAQUÉ UN 10 EN EL EXAMEN!
***
Trabajo.
El anhelo por trabajar era muchas veces poco visto, pero yo lo ansiaba como nadie. El permiso fue una historia larga, pero logré tenerlo. Ahora necesitaba pasar la entrevista y es que tenerlo casi en mis manos me colocaba a tal punto de los nervios es que no sabía si quedaría o no. Había planeado toda la semana lo que diría, mi postura y si eso no funcionaba pretendía sacar la artillería pesada, como suplicarles a los cielos a que me dejaran o estaría perdida.
El cine no era de mala muerte, pero tampoco diría que es el más equipado en tecnología de la cuidad. Se mantiene como cualquiera, tiene su clientela habitual o eso logré averiguar las primeras tres veces en que vine a la entrada y me embargó el miedo para luego decidir venir para el próximo día.
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Editado: 27.11.2021