Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XVI

Había escuchado de dictaduras y el vender palomitas con sal solamente, eso lo hacía más dictador que nunca.

—Eso no vale, algunas personas les gusta con azúcar —Comenté enojada.

—Claro, ¿y quién? —Ironizó.

Me apunté como algo obvio.

—Yo.

Joe hizo una mueca de disgusto.

—Eres extraña, ¿lo sabias? —Comentó al seguir echándole más sal a la palomera.

—¿Dime alguna novedad? —Soné irónica.

—¡Em...! —Pensó—. Según el pronóstico, hoy llueve.

—Genial, tendré que irme con toda esa lluvia —Ironicé.

—¡Oye! Ese ánimo no ayuda a la clientela.

—En época de lluvia no viene mucha.

—Por lo menos tu novio si... —Miró alrededor—. Aunque ahora que lo noto, no ha estado desde ayer, ¿te has ido a casa sola?

—Lo estoy evitando y al parecer él también porque ni siquiera mensajes me llegan... —agregué—, y no es mi novio.

—Sí, lo que tú digas —Resopló apenas un relámpago cayó de golpe alumbrando el lugar por unos segundos para luego volver a la normalidad—. Odio estos malditos días.

—¡Que mal! Yo adoro este tiempo, pero solo cuando estoy en casa.

—Deberías vivir a Alaska o un lugar parecido —Él comentó.

—Odio la nieve.

—¿Qué? ¿Por qué? —Quiso averiguar.

De inmediato mis memorias cayeron de sopetón. La simple palabra salida de mi boca, abrió las heridas, esos recuerdos que me dicen que debo y no hacer. Mi mente quedó hipnotizada en esa noche, como llegué aquel día a ese hospital y las cicatrices en mi espalda.

—¡Ey!... —Alguien tocó mi hombro devolviéndome a la realidad. Lo miré asustadiza mientras él señaló la bolsa de azúcar que yo estaba dejando caer—. Eso lo cubrirá tu paga.

—Lo siento —Sonreí tímida y dejé el azúcar en el mesón.

—Veo que el tema te cae como balde de agua —Me encogí de hombros—. Necesitas dejar el pasado atrás si tanto te daña. Como dicen, el presente es un regalo y el pasado...

—Es historia —Terminé su frase.

—Bien, dicho —Comentó mientras me tocaba la punta de la nariz con sus dedos de sal.

—Para alguien que estudia psicología, no tengo nada que envidiar.

Reímos y de repente escuchamos un ronco gruñido por la espalda. Me giré tratando de no creer quien podría ser y pille al papá de Lily viéndonos fijamente.

—Tienen que abrir tortolos, es hora —Nos ordenó—. ¿Y Joe? —Señaló al chico pecoso con su dedo—. No seas un idiota y hace más palomitas de todos los sabores.

—¿Por qué sabe que él hizo solo...?

—Palomitas de sal, viene de familia —Arqueé las cejas mirando de nuevo al chico.

—Es mi tío, lamentablemente.

—Deberías ser afortunado, mañana mi mujer te hará tu comida favorita —Joe, se encogió de hombros mientras comenzaba a ordenar los empaques de palomitas—. ¡Los veo al rato, chicos!

Me quedé viendo fijamente a Joe. Pensé que él y Lily eran pareja o algo similar. Jamás pensé que fueran familia. Ahora solo quiero vomitar. Lily de pronto apareció por la sala principal y noté la gran familiaridad que ambos poseen, el cabello cobrizo y esas pecas similares en las mejillas. Diablos, ¿cómo no lo pensé?

—¿Qué te sucede, Leyna? —Me preguntó Lily, pero no supe cómo responder.

—Se dio cuenta de que éramos familia al parecer —Comentó Joe dándome una vista rápida.

—Dios me salvó del apocalipsis, pero no de Joe.

—Vete al infierno, Lily —Soltó Joe.

—¿Esas no son palabras de un futuro psicólogo?

—Nadie te soporta, Lily. Ni siquiera un ser tan paciente como yo.

—Mi novio me dice que me aguanta y mucho —Le guiñó un ojo y aquello dio un vuelco tan rotundo.

—Gracias por arruinarme la tarde, Lily —Lily sonrió victoriosa y con cara horrorizada, Joe comenzó a tomar distancia para irse—. Abriré las puertas para no quedar más traumado con esta enferma de loca.

—Púdrete —Lily le sacó el dedo del medio y yo reí por aquella riña—. Por lo menos a Leyna le causa risa.

—Ustedes me divierten.

La tarde pasó como casi todo el tiempo, esta semana era "la semana" Como cada día hay algún estreno raro que el jefe hace para conseguir más patrocinadores, este día le tocó a una película tailandesa que a duras penas se vendían los boletos. La hora estaba pasando y poca gente la esperaba. Al contabilizar creo recordar que fueron como 6 o 8 boletos vendidos. Este día era del asco para la venta y para mí porque me empaparía con esta lluvia.

—¿Alguna chica en tu vida, Joe? —Le pregunté cuando estábamos aburridos de tanto estar en el mostrador esperando a alguien.

—No, terminé con mi novia hace un mes y no estoy listo para tener alguien más —Asentí, tratando de entenderlo, pero me era difícil.

—¿Qué se siente? —Me giré para verlo directamente a los ojos.

Una sonrisa simple apareció en sus labios.

—Es una mierda, Leyna —Me confesó con dolor, pero con una pizca de esperanza—. Pero es la mierda más mágica que encontraras. Será tu destrucción, pero de alguna forma volverá a reconstruirte.

—¿Es como la metamorfosis? —Pregunté confusa.

Se cruzó de brazos, pensando.

—Es la comparación más extraña, pero es algo así —Se encogió de hombros y el silencio nos embargó hasta que habló—. ¿No crees que deberías preguntarle a ese chico que es tu amigo?

—¿Por qué lo dices?

—Porque ese chico está de esa forma, se destruye por un momento hasta que en algún instante vuelve a reconstruirse —Me pilló de una forma tan desconcertante que agregar algo más en la lista sobre él, era peor que tratar de evadirlo a toda costa—. ¿Sabes, Leyna? Esto... —nos indicó a ambos—, es lo más cercano que hemos tenido y me agrada.

—Oye, te dije que soy simpática.

—No lo dudo —Ambos nos reímos.

Alguien carraspeó de nuevo.

—¿Qué quiere de nuevo? —Pregunté a mi jefe sin voltearme.

—Disculpen... —Me tensé apenas sentí ese aliento cálido golpear mi helada espalda—. ¿chica, puedes atenderme?




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