Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XIII

Herian

Diez.

Nueve. Respiro.

Ocho, suelto.

Siete, seis. La historia se repite.

Cinco, cuatro, tres. Caigo de golpe.

Dos, cierro los ojos.

Uno y vuelvo a tomar esa fuerza que tanto me ha costado recobrar.

Diez malditos números que me dejan sin aliento. Remuevo mi cuerpo sobre la colchoneta y mis huesos dan ese crujido que hasta ahora se ha vuelto mi sonido habitual. Diez segundos es lo que soporto, antes de ahogarme en la propia saliva y toser como un demente. Dejo caer sangre por la boca, pero en menor cantidad que antes.

—Señor Herian, no puede exponerse de esa manera —E ingresa la mujer fastidiosa a detenerme.

—Puedes preocuparte de otros asuntos.

—Lo mismo querías decir cuando te cambiaba los pañales con esa cara enojada, pero mira a lo que llegamos, te los tuve que cambiar hasta los ocho años.

Gruñí. Era un grano en el culo.

—No puedes ir a fastidiar a otro lugar — Le reproché.

Ella se negó.

—No —Se cruzó de brazos—. ¿tu padre te está buscando?

—¿Dónde está?

—En su oficina.

—Voy en seguida.

Tomé la tolla blanca, mirándola con extrañeza y la pasé por mi boca manchándola de rojo furioso. La tiré al piso mientras agarraba una camiseta y al colocármela, una pequeña mancha de mis labios la manchó de nuevo. Otra vez. Maldición. Arrugué las cejas mientras caminaba por los pasillos de la casa, al llegar después de casi cuatro pisos con escaleras, llegué a la oficina. Ni siquiera toqué, solo entré y encontré a mi padre, bebiendo vino mientras se perdía en la larga vegetación que la hacienda.

—¿Qué sucede? —Quise saber.

—Te he visto viajando mucho a California, Estados Unidos, ¿qué sucede hijo? —Su pregunta no me sorprendió. Ya hace bastante tiempo que voy y me regreso a mi país. Mi madre a estado igual de confusa que él—. No puedes ir y venir siempre.

Dejó la copa de vino y se sentó en su escritorio.

—Lo sé, he pensado ir a estudiar a California.

—¿Por qué? Tienes a un profesor que te hace clase, uno de los mejores de Europa, ¿y quieres irte a California?

—No quiero estudiar aquí y estar encerrando en cuatro paredes, sin conocer gente —Mi padre comenzó a estudiarme mientras masajeaba su mentón—. Ya bastante tiempo tuve para quedarme encerrado por más de cinco años en este maldito lugar, voy a salir te guste o no te guste.

—No te vas a ir a vivir con tu madre.

—A mí me importa una mierda quien es su marido, no le tengo miedo.

—No, ese malnacido le debería tener miedo a ti porque si te levanta la mano una sola vez, yo mismo lo mando matar.

—Haz lo que quieras, estaré bien. Tengo 16 años, necesito crecer y no voy a poderlo lograr si te tengo pisándome los talones, ya bastante problemas tengo con que me vigiles por cielo, mar y tierra.

—Tú serás el heredero de todo esto.

—Grandioso —Ironicé, lo que despertó la bestia en mi padre—. Ya era hora de decir la verdad.

—¡Este patrimonio, será tu futuro! —Sus ánimos de pronto fueron oprimidos por ese autocontrol que trata de frenar—. Solo no lo eches a perder.

—¿Acosta de qué voy a tenerlo? No me tengas muchas ilusiones, no creo que dure mucho así qué... —Su cara estaba roja de lo enojado que se encontraba, solté un suspiro cansado—. Me voy este año para incorporarme, ¿entendiste?

—Con una condición —Achiné los ojos—. No puedes ir con nuestro apellido, tu integridad es lo más importante ahora.

—Lo que digas, si quieres consígueme una identificación falsa, unos guardaespaldas, la guardia nacional, pero yo me voy a vivir con mi madre —Pensé un poco—. Haz lo que quieras que yo solo necesito una estilista.

—¿Qué te harás, niño? —Me reprochó.

—Solo me voy cambiar el color del cabello, eso es todo —Argumenté enojado— ¿Qué creías? ¿Qué iría vestido de mujer?

—Con esos chistes, no —Tomó un largo suspiro, casando y me miró fijamente con esos ojos negros—. ¿Seguro que quieres ir a estudiar? ¿O me estás ocultando cosas?

—Si te soy sincero, voy por algo en específico.

—Solo no hagas nada, mantente fuera de peligro y hagas lo que hagas, no pierdas la cabeza —Me lo advirtió—. Nuestra familia es de eso...

—¿De qué?

Soltó un suspiro.

—De perder la cabeza.

***

La paciencia es algo que llevo bien y de bien lo he tomado con calma. El tiempo es un regalo, pero el destino es otra cosa. Yo creo en el destino, ya que las cosas sucedieron como debieron ser. El destino me dio las herramientas, es hora de ponerme a trabajar para encontrar el resultado. Había planeado todo desde un comienzo. Cinco meses yendo y viniendo en el avión familiar mientras ese colegio había cogido familiaridad en mí, diría que sería mi primera casa, ya que la vida de mi madre es una mierda junto con el imbécil que se casó.

La noche anterior había reunido todo lo importante para llevar todo acabo. Una mente que planea lo que sucede y que va un paso adelante del resto, es una mente brillante o mi padre no sería el desgraciado más rico de Francia y gran parte de Asia, todo por negocios turbios y miles de porquerías sucias.

Peiné mi cabello con una mano. Negro como la noche lo había querido, tal vez así lo quise desde que nací, en vez de ese rubio estúpido que mi madre me heredó. Por suerte no lo logré ver hasta los 11 años cuando esa mierda terminó por fin. Agarré mi chaqueta colgada en uno de los armarios de mi cuarto y tomé mi cajetilla de cigarros que tenía sobre la mesita de noche. Es hora. Bajé al primer piso y seis pares de ojos, me vigilaban la bajada.

—¿Todos estos irán? —Pregunté a mi padre quien estaba con ese traje elegante tallado a la medida.

—Sí, todos.

—Bien —Sellé fuerte y fui por la salida.

—¿Cómo sé que estarás bien?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.