Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XXIV

Carter

¿Quién era Elena Wagner? Se diría que llegó como una chica trastornada y que cuando llegó mi vida, yo la convertí en un peor desastre porque supuestamente abusé de ella o eso fue lo que sus malditos padres le hicieron creer para que los demonios de ella guardados, no la volvieran a poseer. Elena, Leyna o Ele, era una mente compleja, casi destruida. Ella detestaba la idea de que la gente se le acercara, y mucho más los niños. Sus dos lagunas no aceptan ver a mamás y papás cerca de ella cuando había un show que presentar cuando éramos unos críos, debí suponer porque los de ellas nunca se presentaron. Siempre la observé como psicópata porque debo ser sincero, la primera vez que la vi me enamoré y fue como encontrar un ángel precioso, pero nunca entendí que tan destruida estaba hasta aquella noche.

Recuerdo la primera vez que me acerqué a ella con intenciones románticas. Nunca lo había hecho por otra chica, pero ella era diferente, es diferente y siempre lo será. Recuerdo haber tenido clases de piano por la tarde solo por una estúpida tradición por parte de mi familia. Siempre asistía todos los días cuando el sol daba un atardecer sorprendente en el mar. Ele, había llegado hace solo cinco meses al colegio y siempre la veía quedarse sentada en el paradero, sola y con miles de pervertidos asechándola, porque eran los ángeles, no era cualquier sitio de olvido para dejar una chica a tan corta edad. Teníamos una relación bastante distanciada, pero se hizo amiga de Ryan y me dio pasos para acercarme a ella. En clases le pregunté algo estúpido que llegó a mi mente porque era un idiota con todos y un caprichoso a corta edad, pero con ella fue diferente. La manera en que la trataba fue diferente al resto, era difícil acercarse al principio, pero luego de semanas y con un leve enrojecimiento de esas mejillas entendí que, si yo le gustaba, ella también lo hacía.

Recuerdo que era nublado, apenas el sol daba para abrigarse. Me acerqué a ella sin miedo, habíamos hablado miles de veces por la mañana en las clases, la veía siempre, era un estúpido que no le quitaba el ojo. Decidí dar el primer paso, me acerqué a ella sin perder el interés de salir corriendo. Me senté y ella se cohibió cuando decidí acompañarla en el paradero.

—¿No es muy tarde para que estés acá con tanto pervertido asechando?

—Solo existen los cazadores —Me dijo con miedo y apretó el collar colgado en su cuello—. ¿Cómo te llamas?

Arqueé las cejas, sorprendido, pero supuse que estaba bromeado.

—Carter y tú.

—Soy Elena —Me sonrió y miró hacia la nada de la calle como si en ese nombre lo hubieran arrebatado su significado o su esencia—. Pero puedes decirme Ele.

—¿Ele? ¿No Leyna? —Se giró a verme y se encogió de hombros.

—No me gusta que me llamen Leyna.

¿Acaso me estaba tomando el pelo? Me dije a mismo cuando recordé la primera vez que hablé con ella.

—¿Por qué?

—Mi... —Arqueó las cejas por un momento y luego como quedando suspendida en el aire. Como si todo ella fuera tan extraña, como si la conociera poco y cuando hablo con ella de nuevo vuelvo a desconocerla—. Dime así, pero preferiría que solo tú me dijeras Ele.

—Bien... —Sonreí para ella y se sonrojó—. Ele.

—Es nuestro secreto, no le digas a nadie que no me gusta que me digan Leyna —Ella hizo un gesto con su dedo índice sobre sus labios.

—¿Por qué? —Pregunté sin entender.

—Porque dirían que estoy loca —Se encogió de hombros.

—No estás loca —Tomé aire y sonreí tan feliz por tener esa conversación tan extraña—. ¿Quieres guardarme un secreto?

Asintió sonriendo.

—Mi nombre es Regian, no Carter —Se llevó sus manos a la boca tomándola por sorpresa.

—Eres igual que yo —Ella tomó un bocado de aire y soltó sus manos—. Una complicidad extraña, ¿no crees?

—¿Qué cosa? —Volví a preguntar.

—Tener que fingir ser dos personas, simplemente para encajar.

—Tal vez —Recordé mi familia y de inmediato, la entendí—. Sí, es una extraña complicidad.

Aunque el tono rosa en su tez blanca no le duró mucho porque se dejó de notar cuando un auto negro con los vidrios polarizados. Se detuvo al frente del paradero y una mujer salió de él. Era igual que ella, solo que la mujer apestaba a alcohol y vestía como una verdadera salvaje. La miré con enojo cuando tomó a Ele por el brazo arrastrándola a dentro del auto, mientras veía la escena con impotencia. La mujer al percatarse, me miró con los ojos achinados y la quijada apretada.

—¿Qué ves, niño? —Gruñó—. ¿Qué estabas haciendo con el monstruo?

—No es un monstruo —Le di a entender ya con la quijada apretada.

—No te metas con ella, porque te traerá problemas —Miré por detrás de ella notando a Ele con la cabeza cabizbaja.

—La mierda que haga a usted no le debe importar.

—Te lo advertí —suspiró y de su cartera sacó un cigarrillo que lo encendió con la paciencia que me descargaba de furia—. Te lo advertí niño estúpido. No me sorprende que después de días acabaras con la nariz rota u sin un ojo.

—No soy estúpido para saber lo que hago y no hago mal.

—Pero al encariñarte con ese monstruo, desatarás algo más.

—Yo tengo demonios, señora. Puedo lidiar con todo, incluso con monstruos como usted y también puedo desaparecerlos en un chasquido de dedo —Achinó los ojos—. ¡Oh! Ya veo, es nueva en este lugar.

—Adiós —Se cohibió, abriendo la puerta del auto y se marchó dándole gritos a la chica que me gusta mientras las yantas sonaban a chillidos por el pavimento.

Dejé de ver el auto y noté en el pequeño banco donde ella se sentaba. Había un clip oscuro doblado de tal forma en que se formaba un corazón. Lo tomé y luego Fabricio me recogió en la camioneta blindada. El recorrer mi casa recordé lo mal que se siente haber visto eso, al frente de mis ojos.

—Tienes que hablar con tu hermano —Llamó mi madre desde el otro lado de la habitación—. Necesita tu apoyo, está enfermo.




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