Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XXVIII

REGIAN: 

La situación está empeorando, ya solo quedan dos semanas para que la secuestren y la lleven al lugar de inicio del suceso. He tenido que dejar el colegio por unos días. Cada que despierta tiene ataques de ansiedad al verme, soy la primera persona con la que despierta y termina muriendo. Todo esto me está superando, pero sé que debo llegar hasta el final y dejar que la sangre culpable resbale por mis manos.

Recuerdo una y otra vez ese mismo día en que la encontré tirada en el piso con espuma en la boca, sus labios morados, la tez pálida y el color de su cabello destruido. No sé muy bien si mis ojos miraban en todo rojo de furia o salió a la vista la persona que realmente era.

Cuando las visitas terminaron aquel día corrí con desespero donde estaba Herian, esa sonrisa que tenemos en común siempre la colocamos cuando alguna mierda explotamos. Ese monstruo acabo por salir, lo que quería era que los sacaras pero no de esta forma, no de como esta asquerosa razón para hacerlo.

Recuerdo haber corrido a su casa, golpeándola con desesperación. No estaba listo para aceptar que todo esto está por iniciar, pero verla destrozada, con el alma ya rota, me hizo desagarrar todo el cuello que se me cruce. Era de noche, pero el laberinto que servía como una fachada para tapar el subterráneo, me hizo llegar y encontrarlo disparando.

—¡¿Qué puta madre te pasa?! —Mi pecho hervía de la rabia, mis narices sacaban humo.

Llevé una mano a mi espalda, si puedo matar este cabrón lo haré. No importa que tan hermanastro sea, el viejo que donó su porquería de ADN, no se compara con el sádico de mi mamá. Mi pecho subía y bajaba como la bestia que soy.

—Tú me dijiste que no le diera más droga, tú tienes la culpa —Levantó el arma mientras la mía aún estaba detrás de mi espalda, helada y lista para disparar—. ¡Ya! —El plato se lanzó, pero no alcanzó a darle. Mi pulso estaba a mil, tenía que matarlo, solo es medio hermano. Dejó la escopeta al lado y comenzó a sacarse los guantes—. Leyna tiene de su cama, dinero que ha estado ahorrando durante los meses que han pasado, seguro la drogadicta supo y quiso arrebatárselo. La golpeó y ella volvió a los traumas de antes.

—Maldita puta y tú también hijo de puta.

Chasqueó la lengua, sereno.

—El maldito aquí eres tú, hermanito —Me sonrió victorioso—. La que está destruyendo a la pequeña caja de cambio eres tú, tú hiciste que no le diera droga a su madre y así su madre se vengó de ella, por tenerla en esa miserable de vida. Algo muy estúpido viviendo de una puta que llegó del rincón más bajo de la cuidad.

—Tú la convertiste en la mierda que es ahora.

—No —Chasqueó la lengua—. Tú eres el que la está destruyendo, con tus acciones —Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—. Hermanito, recuerda que tienes un juramento de familia. Naces, torturas, matas y mueres por tu familia, no por moneditas de cambio. Además, no dices que la odias.

—Lo hago —Mentí, pero mis acciones me delatan, no me contengo.

—¡Pues ponte las estúpidas pilas! —Me gritó, golpeándome el pecho—. Te dije que le enviaríamos antes de lo presupuestado, pero estas arruinando los planes. De seguro lo hiciste de héroe y te la llevaste al hospital.

—Sí, imbécil. ¿Qué? ¿Querías matarla, estúpido? Ya estaba hecha un cadáver cuando llegué. No puedo pensar la hora en que se tomó esas malditas pastillas —Mi cabeza estaba revuelta, pero mi autocontrol ayudaba apaciguar todo. Si apretó el botón, será ella quien tenga la peor parte—. No estoy cuidándola, no la amo. Amé a la maldita antes de que me golpeó, solo es deseo y lujuria, tiene 16 años por cumplir y ya esta buena.

—Como siempre pensé, estás enfermo —Volvió a tomar la escopeta, ojalá pudiera darle un tiro ahora, pero detrás de mi hay dos gorilas, mucha gente cuidando este imbécil—. Gracias por ayudarla.

—Solo lo estoy haciendo porque no sabes hacer una mierda bien, estoy tratando de que papá no nos rete, porque sabes lo que sucede si te equivocas.

—No me importaría —Herian se encojé de hombros.

—Cuando llores como un bebé, ahí veremos —Abotoné camisa que estaba con olor a vomito—. Me largo.

—Si apestas —Giré mis ojos y caminé hasta la puerta—. ¿Tengo algo que preguntarte?

—Dime —Me volteé.

—Hay un chico que está detrás de ella.

—No sé de qué hablas —Respondí sin interés.

—Dime quien es.

—Déjame recordar —Pensé por unos segundos y alguien llegó a mi mente, no era el mayor conveniente, pero le debía muchas a Ele cuando yo me ausenté—. Un tipo llamado Robert de su clase.

—Así que el desgraciado no la suelta.

Negué.

—Es mejor que hagan que lo expulsen o algo así, junto con Georgina, esa perra se lo merece —Le comenté para que hiciera caso a mis cometarios.

—Lo haré.

—Sí, ve y lámele las patas al director —Reí para no matar—. Adiós, imbécil.

—Vete idiota.

Salí del bunker mientras uno de los gorilas cerraba la puerta. No me dio tiempo para tomar unos metros y borrar cada sonrisa, porque de lo único que me alimento es de impotencia, rabia y sangre.

Recordar todo me hace beber hasta las entrañas mientras visto un asqueroso esmoquin, zapatos formales que brillan con la luz artificial y una novia empalagosa llamada Candy que está sentada en mis piernas, besándome el cuello. Su piel está apagada, no la había visto tan mal en todo este tiempo. Tenerla al frente de mi notando como en esa maravillosa mirada que la opaca dos oscuras capas negras, me hace querer congelar el tiempo y arrebatarla de sus brazos.

Nada de ese maldito baile está bien, no está bien que ocupe vestido cuando su miedo de traerlos la consumen. Las marcas en sus piernas son visibles y todo el mundo se percata, todo el mundo la juzga, nadie sabe el detrás de ellas. No saben que detrás de esa jaula oxidada, está una pequeña ave que no quiere extender sus alas. Lo peor que hizo Herian, fue humillarla de esta manera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.